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manny lopez
Photo by: Andrew Robinson ©

El peso de las pajas

Episodio 2: Un hombre serio

Ansía el silencio, los hombros de un hombre que los sepa llevar. Ansía tomar el café con alguien en las mañanas, sentarse en el parque y mirar las personas pasar. ¡Que maravilloso fuera si llegara un hombre poseedor con la gentileza de escuchar! Un hombre con modales que quisiera acompañarlo sin alzar la voz, sin agregar al bullicio del edificio donde vive, del barrio, y de la ciudad.

Recuerda vidas pasadas. Y dice vidas porque siente que han sido demasiadas para su propio bien. Una retahíla de rostros desfila en su mente. Se pelea con ellos, les lanza pelotas de fango y todos logran esquivarlas. Un interminable juego de ping pong.

Se obliga a dejar de pensar en el pasado. Asuntos más importantes requieren su atención. Llama a su vecina y le pregunta si puede pasar por su casa. Necesita abrir unas latas de atún, porque se ha quedado sin abridor en su reciente divorcio. Ella, muerta de la risa, le dice que por supuesto. Al llegar le ofrece unas delicias: lasagna de calabacín y para postre, helado de mango. Hablan por los codos y entre tanto, se acuerda del episodio del hombre serio.

Le dice a la vecina: “Sentí que ya era tiempo de conocer a un hombre”; y ella pone atención. Sigue diciendo, “No se me ocurrió otra cosa que entrar a Craigslist y contesté un anuncio, el más normalito.” Decía: “Hombre maduro, serio, busca conocer a otro de 45 a 55.” Le pareció demasiado fácil esta transacción moderna. Se considera maduro y serio, además aplica con eso de las cifras. Contesta el anuncio y se sienta a esperar. A la mañana siguiente tiene un correo esperando ser abierto. Lee detalladamente y le asombra que el hombre serio ha incluido una foto. Baja la foto y para su sorpresa no es de su cara, más bien es una foto de un hombre blanco con su pene erecto, tipo bandera. La foto viene acompañada de un teléfono para que llame a este señor. Lo piensa una y otra vez. Entonces, recuerda a una amiga suya y sus dotes de Sherlock Holmes y mete el numerito en Google. Se vuelve a sorprender y no le cuenta a nadie hasta ahora que le echa el cuento a la vecina. Ella no para de reírse. Le dice que lo suyo es grave, que cómo se le ocurre. Pero lo sacude y le dice: “Cuenta, cuenta que pasó con lo del Google.”

Él se acomoda en el sofá japonés negro, justo al lado de la lámpara que su amiga heredó de Lydia Cabrera y respira profundo. Cruza la pierna nerviosamente y sabe que su intranquilidad tiene loca a la vecina. Ella, que nunca grita, lanza un grito operático de cuando cantaba en Radio Upata Internacional. Intenta calmarla diciéndole que ya justo le explica. Se reacomoda en el sofá y le dice: “Estuve chequeando el teléfono en el Google y en el Facebook y casi me muero al descubrir que el señor que busca hombre serio es un pastor de una iglesia en Connecticut, casado con hijos, y hombre ejemplar de su comunidad”.

La vecina frenética no para de reírse y hasta burlarse un tanto, mientras él mantiene su compostura y pregunta si ella sabe de mejores vías para empezar a conocer a hombres realmente serios en esta ciudad. Obviamente, no tiene una respuesta, pero le sugiere que se invente un personaje. Le aconseja que se haga judío, o sea circuncisión y todo y cree un perfil en JDate.

Él se despide algo desilusionado, con una bolsa plástica chorreando el aceite de las dos latas de atún en su maravilloso bolso de hermano latinoamericano. Va dejando un trillo apestoso a su paso sin darse cuenta y todo el tiempo maquinando si la circuncisión pudiera estar cubierta por su seguro médico.


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