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paola maita
Photo Credits: Erin ©

El peso de la traición a la patria

He tratado de pensar en los últimos días en algo diferente que no sea maletas, pasaporte, elecciones y traición a la patria, pero he fracasado estrepitosamente en lograrlo. Mientras termino de empacar y pesar lo poco que puedo llevarme de mi vida de aquí, he escuchado historias que cada vez se vuelven más terroríficas.

L. trabaja como médico en un hospital. Me cuenta que cada día aumenta el número de niños que muere por enfermedades que no deberían ser mortales, pero como están desnutridos no logran recuperarse. A L. le dijeron que si pone eso en los certificados de defunción, podría ir presa por “traición a la patria”.

Por otra parte, el domingo son las elecciones presidenciales más fraudulentas y viciadas en la historia del país, por lo que la marea de gente saliendo del país ha crecido en estas semanas. Yo escucho todo mientras deshago y rehago mi maleta varias veces, a ver si de pronto mis cosas se encogen y puedo meter algo más.

Mientras juego una especie de Tetris con todo lo que quiero llevarme, no dejo de pensar sobre qué significa realmente traicionar a la patria. ¿Será irse buscando sobrevivir, pero abandonando todo?¿O llevarme la educación que el Estado me brindó para beneficiar a otro país? ¿Un grupo de políticos corruptos que insisten en hacerse con un poder que sólo usan para su beneficio?¿Es dejar de ejercer tu profesión correctamente para protegerte?

Traicionar implica engañar al otro, no cumplir con algo prometido o con un deber. En un mundo blanco o negro sería muy fácil decir quién es el bueno y quién el traidor en toda este acontecer dantesco al que nos atrevemos a llamar país; pero sobra decir que la realidad tiene matices.

Quizás alguien con marcadas tendencias chauvinistas podría decir que los traidores somos los que nos vamos. Mientras tanto, desde el otro lado de la frontera podríamos decirle que los traicionados fuimos nosotros, a los que nos prometieron un futuro que jamás llegó. A cambio nos dieron un presente que era imposible imaginarnos.

Indudablemente, sería un diálogo a gritos que nos dejaría sordos y más divididos de lo que estamos. Casi comienza a dolerme la cabeza sólo de imaginarme a dos grupos señalándose y acusándose mutuamente de traición.

Cierro las maletas, creo y espero que por última vez, y las vuelvo a pesar. Voy con lo justo. He tenido que dejar cosas que quería llevarme.Lo que estoy segura de haber dejado son las acusaciones de aquellos que podrían señalarme por emigrar, porque en 23 kilos de equipaje no cabe la idea de que esto sea traicionar a mi país. También sé que L. hace su trabajo al decir realmente por qué un niño murió en su guardia, pero que si llegase a mentir, no la señalaría porque lo hace sólo por sobrevivir.

Al final del día, el dedo acusador deberá voltearse sobre su propio eje porque allí es donde encontrará a los verdaderos traidores a la patria.


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