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fabian soberon
Photo Credits: Christian Berti ©

El periodista y el filósofo

El periodista es un hombre joven. Tiene las manos suaves y blancas. Ansioso, con los nervios trepando por el cuello, espera a un hombre parco, un lobo solitario, un visitante asiduo de las plazas abandonadas.

El periodista tiene un cigarro en la mano y su mano tiembla, lentamente.

Cioran entra a la sala y lo mira. No lo saluda. El periodista le estira su brazo. Cioran nota que la mano tiembla. Pero no le dice nada. El atribulado periodista observa los movimientos, lerdos, mientras Cioran se sienta. El joven, aturdido, no sabe qué decir. Cioran repasa el ajedrez del suelo y descarga su garganta. Sus ojos, fijos, temblorosos, no se detienen.

Aunque el periodista ha esperado este instante se queda mudo, atónito.

La salita, sofocante, está cargada con cuadros pequeños y ridículos. Cioran prefiere el tenue rumor exterior. Mira, a través de la ventana, la cabellera huidiza de los árboles. El periodista no se decide. Siente que la desesperación crece como un veneno impúdico. Cioran advierte que si no habla la entrevista puede ser eterna. Entonces, en un instante, arremete: “yo no me mato porque tengo siempre un revólver a mano. El arma, fatídica, me permite calmar, a cada minuto, el hastío insalvable de la vida. El revólver me recuerda que tengo cerca el suicidio, la feliz posibilidad de acabar con mi vida”. El periodista mira al suelo y tose. Se lleva la mano a la boca y tose.


Photo Credits: Christian Berti ©

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