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arturo serna
Photo by: irgendwiejuna ©

El payaso (XXI)

No he hecho otra cosa que buscar el sentido del discurso. Un filósofo hace eso: busca debajo de los velos el sentido de las cosas. El payaso está empeñado en descubrir el sentido oculto. El físico ha construido esa maldita máquina con el único objetivo de reestructurar el pasado. ¿Quién no quiere cambiar el pretérito? Si pudiéramos hacerlo lo haríamos. Me parece que el físico es iluso, como el payaso. Ambos están confiados. Hice los viajes que me pidieron. Hablé con Nietzsche, con Heidegger, con Perón, con Carlos Astrada, con todos los que tenía que hablar. ¿Y qué pasó? Nada. Nada cambió.

Me encuentro en una encrucijada.

¿Qué voy a hacer? ¿Cómo hago para despegarme del payaso y de su íntimo amigo? Son esos: amigos demasiado íntimos. En el fondo, el payaso no acepta su condición de gay, es un gay reprimido. No hace otra cosa que amar en silencio –se le nota en los ojos—al físico. Por eso ha hecho todos los caprichos del físico. Soy un muñeco del payaso. He sido un muñeco indirecto del físico.

En un rato llegarán y tendré que decirles que me aparto. Pero eso tiene su riesgo: me dirán que no puedo irme, que estamos a punto de conseguir lo esperado. Todo esto no da más.

Escucho el timbre. Son ellos.

Abro la puerta. El payaso entra como una tromba. El físico entra detrás. Este se sienta en la única silla disponible. Abre su computadora. Me muestra unas imágenes tomadas del viaje, del último encuentro.

Dice que es una reconstrucción digital. Le digo que eso no muestra el detalle de lo vivido. Me dice que ningún video puede mostrar exactamente las cosas como son.

El payaso interrumpe. Se ha quedado parado mirando hacia el balcón. Dice que tiene que contar una revelación. El físico lo mira con amor. Sospecho, en ese instante, que ambos saben de lo que está por hablar el payaso. Yo soy, de nuevo, el chivo expiatorio. Me siento usado. El payaso retoma y me mira. Dice que ha visto al general en la ventana de su cuarto, que ha visto sus ojos, su pelo, su gesto impasible, el cuerpo por la mitad.

Le digo que eso es materialmente imposible.

El físico se ríe. Me dice que sí es posible, que para la física nada es imposible. Le contesto que está del lado del mal. Me mira con odio. Se calla por un instante. El payaso dice que lo ha visto fugazmente, dice que ha sido una visita rápida, como si hubiera querido mostrar su predicción, como si el general hubiera adivinado sus pensamientos.

Camino hasta el balcón. Dejo que el aire de la ciudad de Buenos Aires me rodee y que entre por los pulmones y me haga respirar una brisa fresca y nueva.

El payaso se acerca al balcón, me toca el hombro. Me dice en un murmullo que haga un esfuerzo por creer. Me doy la vuelta. El físico se aproxima, se coloca al lado del payaso. Ambos me miran con un interés persuasivo.

Les pido permiso, ellos se corren apenas y entro al living.

El payaso me dice que está vivo, que si seguimos la búsqueda vamos a lograr hablar con él. Yo sé que no aguanto más. No me animo a decirles que me parece un delirio absoluto lo que me están diciendo.

El físico regresa al living. El payaso se queda en el balcón. De espaldas, dice que Perón es el único que puede interpretar la realidad nacional, que él nos dará el sentido del futuro. Dice que si Perón se muere, el país se muere. El físico se sienta en la silla. Toca el cursor. Despega las pantallas. Me pide que me acerque a la computadora. Señala con el dedo una imagen difusa. Me pregunta si veo lo que él señala. Le digo que solo veo smog, una imagen pixelada. El payaso se ríe. Me dice que soy un incrédulo, un maníaco, un torpe. Le respondo que no pueden obligarme a creer. El físico señala de nuevo. Y dice que esa mancha difusa es la cara angelical de Perón.

Le digo que parece un fantasma.

El payaso se ríe y suelta una carcajada estruendosa. Al final de la risa gruesa dice que eso es Perón, el fantasma que siempre vuelve en la historia argentina.

Me alejo y camino hasta la puerta.

El payaso me dice que si me voy soy un gorila.

Abro la puerta y me escapo.


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