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arturo serna
Photo by: Ant Jackson ©

El payaso (XX)

El filósofo argentino Carlos Astrada me cuenta el instante en el que Heidegger le confiesa su adhesión al nacionalismo. “Heidegger estaba como loco”, dice con un cigarro en la boca y un poncho en la espalda, Astrada. “Era un hombre de bien. Le gustaba la vida sencilla en el campo. La teoría del claro surge de ahí, de esa admiración por la naturaleza, ¿me entiende? Yo lo admiré muchísimo. Su idea de la civilización es crucial. La técnica es una espada con doble filo. Puede hacer bien pero también puede hacer daño. Mire usted lo que pasó aquí con el peronismo”.

Lo miro y lo dejo seguir. Está envalentonado. No quiere cortes ni interpretaciones advenedizas. En ningún momento me cuestiona mi origen ni me pregunta de dónde vengo. Como casi todos los ancianos solitarios, lo único que necesita es alguien que lo escuche con atención:

“Claro que fue nazi. Yo estuve con él. ¿Me entiende? Fue un amante del nacionalismo bueno. No hubo nadie como él. Heidegger fue mi verdadero maestro, un maestro filósofo, el más inteligente de todos”.

Hace una pausa. Mira hacia las montañas atravesadas por una bruma infrecuente, adelgazada por una grácil fumarola de invierno. Se toca el mentón con una mano y piensa en silencio. El volcán está tranquilo. Astrada, amable y hablador, conecta sin que yo le pregunte la figura del filósofo alemán con la del dictador del Río de la Plata. Y habla de una isla. Dice que la isla Martin García fue clave para el futuro del país y propone una teoría que relaciona el poder con la condición especial de los habitantes. Sostiene que en la isla Martin García Perón reforzó su condición de mando. Según Astrada, en una isla un hombre se hace fuerte porque ve en el arbitrio de la naturaleza un bastón y no una catástrofe. Además, en esa isla empieza la resistencia.

“Perón fue un hombre único, un líder nato. Fue el Mao Tse Tung de las pampas. Yo estuve con Mao. ¿Sabía usted?”

Le digo con la cabeza que sí y le cuento que he leído su libro sobre el mito del gaucho. Le pido que se explaye.

“Mire”, dice, “las cosas son sencillas. O seguimos el modelo de Sarmiento o nos guiamos por el gaucho Martin Fierro. ¿Me entiende? Heidegger fue mi guía para interpretar el pasado argentino. Yo tenía que buscar una figura que pudiera ver el claro del bosque, es decir, luz del futuro en la senda bifurcada del pasado. ¿Y quién podía ser? Sarmiento era un unitario, un vendepatria que negaba el pasado, lo asociaba con la tradición y con los miserables federales. En cambio, Hernández y su Martin Fierro ven en el pasado las bases de nuestra cultura. Era fácil. Ahora bien, ¿cómo se relaciona esto con Perón? A Perón le hacía falta una fundamentación de su amor por la patria. En cierta manera, Perón era un discípulo de Heidegger sin saberlo. Yo solo fui una especie de medium. ¿Me entiende? Solo hice la conexión. Y después me dedique a asesorarlo”.

Cuando estoy a punto de preguntar por el discurso, un viento fuerte me levanta del lugar y ya no puedo ver la cara ni la casa de Astrada. Soy solo uno con el aire que me levanta y me esparce en una chacra chica, alejada del centro, una especie de campo neutro, lejano. Me levanto. Tengo la ropa intacta y un folleto, un libelo minúsculo. Tiene la firma de Astrada. Mi memoria es un cúmulo desordenado de íconos hirientes. No puedo recordar cuándo me entregó el librito. Me asiste la imagen de su sonrisa y una mueca amarga que hizo durante la conversación. Astrada es bueno aunque no parezca. Me quedo con la sensación de que él es el verdadero autor del discurso. Tendré que buscar entre sus papeles, en los restos de un baúl desconocido. El problema es que no conozco a nadie de su familia.

Ahora bien: esto ha dejado de tener significado para mí. En realidad, nunca lo tuvo. Debo encontrar la forma de escapar. Mi vida nunca tuvo un sentido pero la sociedad obligatoria con el payaso no conduce a nada. Lo que me queda es, tal vez, el enfrentamiento y la muerte o la huida y la vida al azar.

Quién sabe cómo reaccionará el payaso. Él, su amigo científico y los custodios conforman una banda de desaforados. El peronismo produce idiotas con título o poetas suicidas o fanáticos que creen en el feminismo de Eva. Eva era más machista que el papa Francisco. ¿Cómo se puede ser tan ciego?

La salida es armar un plan de evasión. Lo único que sé es que voy a vivir en la clandestinidad.


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