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arturo serna
Photo by: Mildiou ©

El payaso (XVII)

Estamos en Plaza Miserere. Detrás pululan los colectivos y los transeúntes. ¿Cuántas veces habré cruzado estos pasadizos y cuántas veces vi, parado, quieto como un animal dormido, el tren a Moreno?

En una esquina aparece el payaso vestido con un traje impecable. El físico no escatima en ropa. También está estrenando zapatos y corbata. Les digo que parecen invitados a una fiesta. El payaso no dice nada. Me mira serio, como de costumbre, y me pide que salgamos de la plaza. El físico opina que podemos instalarnos en un bar de Pueyrredón.

El payaso coloca, delante de mí, un sobre de papel. Me pide que lo abra. Dentro hay fotos de Perón en camiseta, con ropa de fiesta, con Evita, con los muchachos de la militancia. También hay una serie de papeles escritos en otras lenguas.

Le pregunto por esos papeles. El payaso dice que son traducciones del discurso a lenguas nórdicas y europeas. Lo miro extrañado y le digo que es muy raro que un discurso desprolijo, dicho en un momento cualquiera, tenga tanta repercusión en tantos países. El físico me mira con incredulidad. Me dice que no es posible que yo diga esas cosas, que el general es una persona reconocida en todo el mundo y que es un modelo de política para Occidente. No puedo no reírme. El payaso me asesta su rayo “peronizador”. Está visiblemente enojado. Dice que es mejor que me calle, que debo aprender a valorar el proyecto del general. El físico se interpone y empieza a divagar. Las palabras lanzadas al azar por el físico me cansan pero no digo nada. Pongo piloto automático.

El payaso habla de la comunidad organizada, del valor de la solidaridad entre los obreros, de la fe y del ideal del general. El físico, serio, acompaña con la cabeza, con gestos afirmativos, las palabras solemnes del payaso. En ese momento pienso que no deja de ser curioso que un payaso, dedicado al arte del humor y de la ironía, use ese tono serio y harto solemne. Mis pensamientos seguramente se traducen en alguna mueca improvisada. El payaso dice, haciendo caso omiso de mi actitud, que el general es el único líder en la historia argentina que quiere ver contento a su pueblo.

Trato de cambiar de tema. La alocución del payaso me resulta insoportable. Le pregunto si sabe algo de Ramón. El payaso se da cuenta de mi intención dilatoria. Pero no hace caso, no se enoja. Me dice que Ramón está de viaje por las provincias argentinas con su noviecita islandesa.

El físico interviene y dice que lo único que mueve a Ramón es ya saben qué…

El payaso le pide que no sea grosero. El físico dice que es así.

Le pregunto cuándo regresa.

El físico dice que la semana próxima.

El payaso retoma su parloteo. Dice que el general hará feliz a su pueblo, que pronto regresará, ya sea como fantasma o como muerto vivo.

Muevo la cabeza. Trato de relajarme. Lo que escucho es un delirio peronista y ya es demasiado. No sé cómo hace el payaso para convivir con la realidad que lo circunda. Pienso que, quizás, esa es precisamente la manera de sobrellevar el caos en el que vivimos los argentinos. Cada uno tiene su estrategia. La del payaso es negar la realidad, es postular una situación imposible con la cual tapar el orden y crear algo que, aunque suene imposible, sea el sucedáneo de lo real.

El payaso me toca el hombro. Siento el pinchazo como si volviera del sueño. Me dice si estoy dormido, le digo que no, que estoy bien, solo un poco cansado.

El físico dice que “bueno”, que quieren saber qué novedades traigo del encuentro más importante de los últimos tiempos.

Noto cierta euforia en el tono del físico. El payaso quiere decir algo más y lo interrumpe. Dice que el general está a punto de aparecer y que de una forma o de otra se reencontrará con su pueblo. El payaso ha elevado el tono de voz como si estuviera en una tribuna. Les pido que hablen más bajo, les digo que lo que estamos por hablar es un secreto de estado.

El payaso se tapa la boca y dice que ahora me viene la preocupación, que ellos están acostumbrados a estas cuestiones. El físico me roza el hombro y me dice que soy un burgués de mierda. Le digo que no me insulte, que nunca los he insultado.

El payaso le pide a su socio que se calme. Dice que tengo razón, que es mejor mantener la calma.

Les digo que el general estaba tranquilo, con su vasito de whisky. Cerca estaba Evita, impecable, rubia, con ese color de pelo tan suyo. El payaso se relame los bigotes. Les cuento que Perón se acercó a la ventana y me pidió que entrara. Luego de sentarme empezamos el diálogo, sin pautas, sin presiones.

El físico pregunta si Perón me habló de su vuelta.

Le digo que de eso no hablamos, que le preocupaba más cómo repercutirá su palabra en el futuro.

El payaso dice que nadie está más presente que el general.

Le digo que el viejo estaba un poco dubitativo.

El físico dice qué raro.

Les pido que hagamos una nueva ronda de café. Viene el mozo y sirve las tazas. El físico está ansioso. Lo noto en su semblante y en el movimiento de la pierna. El payaso mantiene su serenidad. Ha bajado la voz.

Casi en un susurro, dice que él habla con el general. Y mira a los costados, como si quisiera controlar que nadie escuche su revelación. Dice que el general lo llama por las noches, que se presenta al lado de su ventana, como el gran fantasma. Dice que no le da miedo, que, al contrario, para él es un honor que el general haya aceptado la convocatoria.

Hago de cuenta de que no escucho lo que acaba de contar. La idea de que Perón es un fantasma que ronda por las noches las calles de Buenos Aires me parece una postulación descabellada y absurda. Nadie con sentido común puede creer en algo así. Hago caso omiso de lo que escucho y le digo que conmigo ha sido muy amable, muy carismático, y que me ha dicho –cosa que es una completa mentira—que pronto se producirá un cambio de rumbo.

El físico me pide que repita las palabras del general.

Digo que Perón ve un cambio inminente, que las cosas van a mejorar en la medida que la gente se organice y forme, de nuevo, una comunidad organizada.

El payaso se entusiasma. Se frota una mano con la otra. Dice que eso es justamente lo que él está haciendo y que estaba seguro de que el general vería con buenos ojos su proyecto anti countrys, sus ideas de renovación del espacio urbano. Mira al físico y dice que de esa forma, además, habrá casas para los desprotegidos de la tierra.

El físico me pregunta qué ha dicho del discurso.

Le digo que ha confesado, con tono amable y sereno, que el discurso lo escribió Astrada en medio de las noches de alcohol y de la relectura de ese glorioso rufián campesino que fue Heidegger. El físico me mira con incredulidad. Me pregunta si el general ha usado esas palabras. Le digo que no, que el general habla con un vocabulario más reducido, que yo he traducido sus expresiones pero que he respetado el espíritu original de las palabras del general.

El payaso dice que el general tiene un lenguaje único, que nadie ha hablado como él al pueblo y que su lengua es una matriz narrativa que permite pensar el futuro de la Argentina.

Le digo que es raro lo que dice ya que el general no dominaba precisamente el pensamiento filosófico y que tuvo que apelar al gaucho Astrada para mejorar el discurso ante los filósofos de su tiempo.

Les pregunto si sabían que Heidegger había sido invitado.

El payaso nuevamente me mira con odio. Esa cara quiere decir que sí lo sabía. Dice que el problema no es qué dice el discurso en las palabras locas de Astrada, aunque reconoce la maestría de Astrada para ver la relación entre el gaucho y la matriz de la nación, de la patria. Para el payaso, lo importante es lo que está entre las palabras, entre líneas y que, como yo ya sé, eso es lo que están buscando desde hace tiempo. Dice que por eso me han pedido que me encuentre en los tiempos necesarios –esta es una forma indirecta y secreta de referir las vueltas al pasado—una pista que nos ayude a desentrañar el mensaje cifrado del discurso.

Pienso que el discurso de Perón, y los discursos en general, son vistos como la Biblia. Pienso esto y no digo nada. Les digo que estoy cansado y que podemos continuar nuestro dialogo en otro momento.

El físico me pide que espere, dice que él quiere preguntar algo. Lo miro y aguardo su consulta. Dice que si Perón estaba con Eva seguramente han tenido relaciones sexuales, que eso se debe notar en el rostro del general o en algún gesto de su cara o de sus brazos.

Le digo que eso no era perceptible a simple vista, que Eva estaba con él y que el último recuerdo que tengo de ellos juntos es cuando Eva lo llama y le pide que vuelva al cuarto. Le digo que mi conjetura es que ahí es cuando están a punto de tener sexo.

El payaso levanta el brazo y me pide que me detenga. Dice que eso es el horror, que ningún hijo quiere saber la escena sexual de los padres, que para él eso es demasiado.

Entonces me levanto de la silla, les doy un apretón de manos y salgo del bar. Reconozco que ya en la calle el aire fresco que viene del río me da una esperanza. Creo que allí empieza a gestarse, gracias al roce del aire de la frágil rivera, mi pequeño plan para librarme de todo este embrollo sin sentido.


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