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Photo by: Benjamin Linh VU ©

El payaso (XV)

El payaso me invita a su departamento.

Ramón me ha dicho que es un coleccionista. Al cruzar el umbral, lo compruebo. Veo en el brillo de los cristales las siluetas del dios tutelar.

No hay otra manera de nombrarlo: el payaso es un fetichista. Tiene carnets de los militantes, afiches, fotos, mensajes cifrados, copias de algunos textos, la firma del general en soportes inverosímiles. Nunca entendí la locura y menos puedo entender esta fe en un hombre. Claramente, esta afición ciega parte del supuesto del individuo salvador, el individuo dotado de un poder salvador. Perón es Jesús con otro rostro.

Le pido permiso para ir al baño. En el espejo, hay una estampita del general al lado de Eva. El cepillo de dientes tiene la forma de una nariz gruesa, similar a la nariz de Perón. Detrás del inodoro hay un poster del general con la foto del 45. Los azulejos están decorados con fotos de distintos periodos. Lo único que no veo son imágenes de Isabelita. Ahí se puede comprobar la raíz marxista del pensamiento del payaso. El peronismo se conecta con la vertiente fetichista y redentorista del marxismo pero no acepta el lugar de la mujer en las decisiones políticas.

Cuando salgo del baño, el payaso trae una bandeja con ensalada. No solo el motivo de colores remiten al peronismo sino que las agarraderas de la ensaladera tienen forma de una v peronista.

Me pide que me siente. Lo hago. Alguien toca la puerta. Es el físico. Entra y se posiciona. El payaso empieza con la explicación. Escucho. Me dice que el próximo viaje debe ser al Buenos Aires del pasado.

El físico interrumpe. Agrega que ese viaje es clave. Dice que será el que defina los pasos siguientes.

El payaso dice que él está seguro de que Perón está vivo pero dice, también, que en esa época está el verdadero Perón, el que tenemos que rescatar en el presente. Me dice que tendré la oportunidad única de hablar con el general. No puedo evitar el asombro, me anonada la confianza ciega que tienen en lo que dicen. El payaso advierte mi consternación y me pide que colabore. Dice que de mí depende el éxito de la operación. Me levanto de la silla y miro los cientos de objetos e imágenes que están depositados en el armario, en las paredes, en las cosas que nos rodean. Compruebo, una vez más, que el payaso tiene una iglesia. Le pido que no cargue en mis hombros el éxito de todo, le pido que él se haga cargo de la derrota, si acaso ocurre. El físico intercede y sostiene que esta es una empresa colectiva y que el éxito o el fracaso es de todos.

Camino hasta la puerta. El payaso saca un cigarrillo y se pone a fumar. El encendedor tiene pintado en la laca una caricatura del Perón joven. El físico se acerca a la perilla de la luz y la apaga. El payaso suelta el humo y sonríe en la penumbra.

Antes de salir, le digo que este es mi último viaje. El físico sonríe y se acomoda en la silla que he dejado. El payaso me dice que nadie, salvo el general, puede saber cuál es el último viaje.


Photo by: Benjamin Linh VU ©

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