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arturo serna
Photo by: Dom Crossley ©

El payaso (XIII)

El payaso y el físico no saben lo que pasó en el viaje. No pueden saberlo. La máquina me toca a mí, me roza de forma increíble. Debo reconocer que el invento del físico ha producido un suceso insólito. ¿Cómo hizo? Nadie lo sabe, ni siquiera el payaso, quien ha contratado y ha convencido al físico para la causa.

Yo solo cumplo una misión a cambio de la paz para mi vida. Nadie sabe lo que significa hacer un pacto con un mafioso. Mi vida pende de un hilo. Por otra parte, no puedo intervenir en las cuestiones estrictamente técnicas. La filosofía trabaja con lo inútil y lo inútil a veces no conduce a nada.

¿Qué obtuve de mi encuentro con Nietzsche? Nada o casi nada. De repente estaba en ese tren y todo ocurrió muy rápido.

En el pasado todo se siente muy suave, como si estuviera en una nube o en un copo de nieve. Me deslizo en el aire aunque piso la estación de trenes. Un hombre relativamente joven se acerca y luego veo que el bigote y la pose, la franqueza y el esfuerzo pertenecen a un hombre que yo he percibido a través de los libros. Ahí, solo ahí, gracias al poder de la física de la transportación, pude acceder a esa conversación veloz e inesperada. No tuve tiempo de preguntarle sobre la proyección de su doctrina. Tampoco pude decirle que su filosofía sería interpretada por Hitler y por los seguidores del nacionalsocialismo. No se podía, era como faltarle el respeto. Lo único que pude percibir es la diferencia que Nietzsche tenía con su hermana.

Escucho la puerta. Es el payaso. Entran juntos y se acomodan en el único sillón que tengo en mi departamento. El físico camina hasta el balcón y valora la vista que tengo desde allí. El payaso está ansioso. Lo noto en su forma de cruzar al living. Saca un cigarrillo y me ofrece uno. Acepto.

Luego dice que quiere mi informe. Le digo que no anoté nada, que tengo todo en mi mente.

“Empezá”, dice rozándose las manos.

Le cuento que estuve con el filósofo Nietzsche y les señalo el tren que hay en la foto de casa, les cuento sobre la estación vacía, la neblina, el hombre solo que espera. El payaso me mira. Me pregunta qué me dijo Nietzsche del nazismo. Titubeo. No sé mentir. Es la primera vez que lo hago.

El físico escucha desde el balcón. Luego vuelve. Se recuesta en el sillón. El payaso permanece de pie. Va y viene entre la mesa y la puerta que da al balcón.

Hago silencio. Medito. El payaso me pregunta qué pasó. Le cuento que Nietzsche sabía que el nazismo se venía, que él no tiene nada que ver con el nazismo. Le digo que Nietzsche, así como lo ven, se despegó del nazismo. Después voy hasta la cocina. Me sirvo un vaso con agua. Me esperan, ansiosos. Les digo que las cosas ocurrieron de repente y no tuve más tiempo. Les cuento que Nietzsche se subió al tren y que quedé varado en la estación hasta que la máquina me sacó del sistema.

El físico se levanta bruscamente del sillón. Lo noto impaciente.

Me pregunta si le pude decir que estamos buscando una filosofía que explique el sentido de nuestro futuro.

Los miro con desilusión. Ellos me miran, expectantes. El payaso dice que no quiere apelar a la violencia y hace seña con las manos como si se preparara para pegarme. Le digo que no podemos hablar si hay violencia. El físico le pide que se calme, que vamos a resolver las cosas tranquilos. El payaso se sienta en la silla que tengo cerca de la mesa. Ve el lomo de un libro y se pone contento. Mira hacia nosotros. Dice que ya sabe, que tiene la solución a nuestros problemas, que puedo hacer un nuevo viaje, que puedo hablar con otro alemán.

El físico lo interrumpe. Le dice al payaso que debo hablar con Heidegger.

Le pregunto por qué no me envió primero a hablar con Heidegger. El físico explica, como un catedrático, que la maquina tiene sus limitaciones, que ordena los traslados según un riguroso orden cronológico, que de esa forma no se altera la línea del tiempo.

Los miro, impaciente. En ese momento, comprendo que soy un conejito de experimentos. Les digo que no quiero correr riesgos.

El físico trata de aliviarme. Me dice que no pasará nada, que la maquina es un reloj suizo, un tesoro, que tiene todo controlado.

El payaso se acerca, se pone a mi lado, me mira con cariño. Ha cambiado su actitud.    Me da una palmada en la espalda. Sonrío.

Salen y se ubican en el pasillo. Desde allí el payaso me dice que la operación se hará al día siguiente. El físico me pide que haga ayuno.

Les digo que sí y no digo nada más. Los dejo que se vayan tranquilos, como dueños del pasado. Les miento a conciencia. La verdad es lo único que tengo. No poseo otra forma de cubrirme. Si ellos me envían a matar, solo puedo ofrecerles la verdad como escudo.


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