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arturo serna
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El payaso (XII)

He hablado con Ramón y le he anticipado que vendrá a la cita el payaso y quizás alguno de sus secuaces. Le advierto que Björk, la islandesa, se puede impresionar. Ramón me dice por teléfono que él tiene todo controlado y que se van a bailar a un boliche del Once, que cuando salgan irán a la reunión.

Una hora después, llegan al bar del Once. Yo estoy solo, con el pucho en la mano, en la vereda.

Termino mi cigarrillo y entramos. Ella se sienta al lado de Ramón. La mesa es chica pero entramos todos. El matón que viene con el payaso se queda parado, del lado de afuera, en la vereda.

Después de tomar un trago, el payaso empieza con su perorata sobre la organización. Me pide que le ayude a buscar gente en el conurbano, en la zona oeste. Le digo que no soy un cuadro político y que no conozco a mucha gente. El payaso se impacienta y me aclara que lo suyo no es una sociedad de beneficencia y que está armando la futura sociedad comunitaria.

Björk está callada y Ramón la tiene abrazada, como si ella tuviera frío. El clima en Buenos Aires es benigno y nada indica que a ella le haga frío. Está claro que él la quiere abrazar para protegerla. Hay algo en el accionar o en la forma del habla del payaso que no lo deja tranquilo. El payaso sigue y me dice que ha analizado con un especialista en caligrafía la copia del discurso de Perón. Me dice que esa no es la letra del general. Le digo que para eso no se necesita un especialista, que eso lo sabemos todos y que lo curioso del discurso no es la letra –es seguro que ha sido escrito por un copista—sino que esté escrito en alemán. Quizás, le digo, la necesidad de la copia en alemán, la necesidad de que alguien en Alemania lea ese texto, revela las filiaciones nazis del general. Cuando digo eso el payaso se levanta de la silla y se pone nervioso. Camina rápido, hace trancos largos y me amenaza. Me dice que soy un gorila de mierda y que eso es lo que dicen los anti patria, los que están en contra de los humildes y que el general no es un nazi hijo de puta.

Björk se altera, visiblemente, y le saca el brazo a Ramón. Se levanta, va hacia el baño y se queda un rato allí. El guardaespaldas del payaso entra y le pregunta si está todo en orden. El payaso va hacia el musculoso y se queda hablando con él. El tipo nos mira con impaciencia. Le digo a Ramón que necesitamos calmarlo. Me dice que sí con la cabeza. Le digo que su novia está acostumbrada a nuestras discusiones políticas pero que el tono alto y la bravura del payaso son diferentes. El payaso está inaguantable y sus gestos se han vuelto violentos.

Cuando Björk regresa mira al payaso y al guardaespaldas mientras conversan cerca de la salida del bar. Luego se sienta. El payaso vuelve a la mesa y el guardaespaldas regresa a su posición inicial, al lado de la puerta en la parte exterior, en la vereda. Es un centinela.

Más calmado, el payaso me pide, de nuevo, que lo apoye. Le respondo que lo haré. La islandesa mira al payaso y le dice que está preocupada, que ve al país con problemas serios. Esas palabras hacen que el payaso se ponga mejor, un poco más distendido; él encuentra en el tono de Björk un aliciente y le responde que tiene razón, que la derecha está destruyendo al país.

Conozco hace meses a Bjork y sé de su curiosidad sana, podríamos decir. Por eso entiendo cuando ella le dice, sin malicia, que no entiende al peronismo. El payaso se cuadra y se prepara para un discurso triunfal. Se siente el abogado de Perón, el representante de los humildes, algo así como el defensor, el superhéroe de los pobres. Alza el pecho y la mira con suspicacia. Le dice: “¿vos de dónde sos, chiquita?”

Björk sonríe. Le explica que vive hace años en Buenos Aires y que conoce las calles como nadie. Björk no se achica. Al contrario, siente que está librando una batalla. Lo que ella no sabe –porque Ramón se ha ocupado de callarlo—es que el payaso no se anda con tonteras y que en cualquier momento puede sacar su revólver.

El payaso le dice que gracias al peronismo el país ha salido de todas las putas crisis que ha instalado la derecha o la centro derecha de los radicales, que esos hijos de puta de los radicales lo único que han hecho es hundir al país con su idea puta de la república. Björk lo mira con atención. Ramón se acomoda en la silla y le aclara al payaso que eso no responde la pregunta. El payaso se dirige ahora a Ramón y le dice que él no ha querido responder la pregunta, que lo único que ha hecho es dar un cuadro general de la situación del país. Le digo que, así planteadas las cosas, se está convirtiendo en una discusión filosófica. El payaso se ríe a carcajadas. Me dice que eso es típico del anarco light de clase media, y que la filosofía no tiene nada que ver con la dignidad de los humildes, que los pobres no necesitan a los filósofos. Le digo que está equivocado, que su formación –el payaso es un hombre muy lector—está basada sobre todo en pensadores como Marx y Nietzsche y que sin esa mirada él no estaría tratando de renovar el pellejo del peronismo más rancio y corrupto. Entonces el payaso le pide al matón que está afuera que se acerque. Le hace una seña con la mano y el tipo duro entra al bar y se pone al lado nuestro.

Le pide que explique dónde vive. En su media lengua, el matón hace referencia a que vive en un suburbio del conurbano. Le digo que no necesita explicar qué es el conurbano porque vengo de Moreno y que allí se vive la pobreza como en ningún lado. El payaso nos mira, sobrando. Tiene su típica actitud ganadora. “Decíme, perejil”, agrega, “¿vos viviste alguna vez sin comida?”

Respondo que no.

Me dice que el peronismo se vive en el cuerpo, que no es una puta teoría. Dice que él aprendió el peronismo en la villa. Y después de esto le hace una seña al grandulón para que vuelva a su posición.

Björk interviene. Dice que lo que acaba de explicar le da una pista pero que no le ayudaría a entender a un extranjero porque el extranjero no tiene la posibilidad de vivir en una villa, que eso solo le podría pasar a un sociólogo o a un estudioso de la cultura argentina y que el resto de los extranjeros se quedan poco tiempo en el país y que al no tener una real experiencia de la pobreza no pueden jamás entender el peronismo desde adentro. El payaso abre la boca mientras habla Björk y la mira como miran los pobres a un plato de comida. Mudo, la mira. Entonces Ramón, que hasta ese momento no había querido contradecir al payaso, dice que el peronismo es un sentimiento.

El payaso se levanta y se pone a aplaudir.


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