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arturo serna
Photo by: Olaf Gradin ©

El payaso (IXX)

Perón es una máquina de narrar, una matriz narrativa que activa las conexiones múltiples en el tiempo sinuoso del país. Esa matriz invisible y secreta dirige los modos de entender el futuro de la Argentina. Para bien y para mal. ¿Qué sucedería si se exportara la máquina a otro país?

Unas noches después, Ramón me dice, como cosa suya, casi como un secreto, que está decidido a viajar a Islandia. Y me pregunta qué pensaría yo de un militante que tratara de instalar el peronismo en Islandia. Yo lo miro sorprendido, aturdido. Le digo, sin esperar nada, que es muy obvio lo que está sugiriendo, que ni loco intentara hacer algo así. Agrego que el peronismo es un artefacto inmortal y que podría destruir una nación por más progresista que esta fuera. Ramón larga una carcajada estruendosa. Me dice que el payaso me ha hecho un daño grande porque ha instalado en mi cerebro el dispositivo paranoico a full.

Fumo un cigarrillo para aliviar la tensión. Luego, para mejorar la situación, le digo que Perón es una máquina imparable, un relato informe y anómalo que se expande en todo lo que toca. Y que si alguien se propone llevar la lógica del peronismo a otra parte –así fuera lo más lejos posible—el relato retornaría a nuestra historia como un boomerang o como una comedia y que, por supuesto, se multiplicaría el daño causado. Ramón, hábil lector, se da cuenta de que estoy citando mal a Marx y me dice que, en el fondo, yo soy un gorila.

Lo dejo seguir y me fumo otro cigarrillo. Esta vez lo hago por puro placer.

Le pregunto si se ha amigado con Björk. Responde que no solo se han amigado sino que ella está feliz con el viaje a Islandia, que ya está imaginando todo, el reencuentro con su familia, los recorridos por las rutas, las noches bajo las estrellas, el primer abrigo para el invierno. Lo miro con envidia pero trato de que no se note. Ramón tiene lo que yo nunca tuve: una mujer que lo espera por las noches.

Ramón mira hacia el cielo y suspira. Le pido que me explique cómo hará con el miedo al avión. Él me mira y suelta aire fresco: me dice que se tomará una pastilla y que se entregará a la suerte. Le doy un consejo: le sugiero que hable con un psicólogo. Sin empacho ni rencor, me dice que el psicoanálisis es el folletín de la clase media. Soy yo el que se da cuenta ahora que está citando a un autor argentino pero no digo nada.

Le digo que busque ayuda, que siempre puede mejorar su viaje. Ramón está distendido: tiene la expectativa de que será un viaje memorable.

Esa noche me meto en internet y busco información sobre la isla de hielo. Lo llamo por teléfono y le cuento. Me responde contento, como si su proyecto estuviera dibujado hasta en los mínimos detalles: dice que en la época de la independencia, Islandia fue un país abierto, con un pequeño sector de la población que se había convertido en obrera y que ahí está el germen de la exportación. Yo muevo la cabeza, incrédulo. Ramón, exaltado, redobla la apuesta. Dice que si el general estuviera vivo se pondría contento.

Cuando termina la llamada, pienso en la idea del artefacto narrativo. Y pienso que el futuro nos encontrará unidos o dominados por la máquina de Perón. Quizás el payaso tiene razón: el peronismo será restablecido. La ayuda de la máquina y el trabajo del físico son fundamentales ya que la máquina del tiempo es la única que nos permite auscultar los vericuetos inalcanzables, esos que el ojo, la memoria y el oído humanos no pueden alcanzar.


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