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arturo serna
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El payaso (IX)

El payaso no para. Es un hombre incesante. Por su temperamento jamás abandonaría la idea que ha pergeñado hace décadas y considera que está cada vez más cerca de concretar. Ese día me dice que ha hablado con los muchachos del sur y que ellos le aseguraron que ya está armada la cooperativa que llevará adelante la primera comunidad peronista en la Patagonia. Es un grupo de Trelew que ha tenido base en la sociedad galesa primigenia. Dice que unos muchachos viejos han decidido reflotar las alianzas de la comunidad para promover el ímpetu original del peronismo clásico. “Aquí no todos son peronistas pero todos recuerdan la gloria del periodo del primer peronismo”, le ha dicho el líder de la zona. El payaso está eufórico. No para de hablar.

Después de un rato, nota que estoy cansado o reconoce algo en mi cara que lo detiene, supongo. Me pregunta si duermo bien. Le digo que sí, que a veces no duermo. Eso lo alarma. Me sugiere que no haga eso, que no deje de dormir. Le explico que no depende de mí, que en ocasiones me quedo trabajando hasta tarde y que el sueño no llega. Entonces suelo arremeter con un whisky o con un vodka. La imagen del alcohol en la noche dispara su voz y su memoria y arremete. “Los muchachos tampoco duermen”, dice, contento. “El peronismo es el alcohol de sus vidas. Los despierta, los obnubila, les hace meter fuerza a lo que encaran. Quizás te falta eso”, me dice, “te falta fe en el movimiento”.

Le explico que no tengo fe en nada, que mi forma de encarar la existencia está relacionada con el escepticismo como método de esperanza negativa, le digo que la utopía solo existe bajo la forma de la negación y que nadie puede hacerme cambiar de opinión. El payaso se levanta bruscamente, va hasta la ventana y saca el teléfono, sin decir ni una palabra. Sé que está impactado aunque no me diga nada. Es como si no soportara mi dosis de contraoptimismo. Me mira mientras habla rápido por teléfono con alguien cuya voz no alcanzo a escuchar. Por las respuestas rápidas solo entiendo que el payaso le dice que ya estoy en el lugar, con él. Entonces interpreto que habla de mí y que la persona que está del otro lado le pregunta por mi situación.

Se acerca. Me toca el hombro. Esta vez está solo. El guardaespaldas está de franco o de descanso. El payaso me dice que tiene la solución, que ha hablado con un amigo que me va a dar la dosis necesaria para que pueda descansar. Le digo que no necesito dosis de nada. Él me aclara que soy testarudo, que todos necesitamos a alguien. Me rio y muevo la cabeza en señal de desacuerdo. Hace un mueca con la boca y me dice la persona de la que habla está en camino.


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