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arturo serna
Photo by: Alexandru Paraschiv ©

El payaso (IV)

Ramón está más nervioso que nunca. Sabe que el payaso no anda con pequeñeces. Para calmarlo, le explico que mi promesa es falsa, que no puedo aliarme a un mafioso, aunque ese mafioso diga que lo hace para salvar a los pobres. Entonces Ramón me dice que tendremos que jugar a las escondidas porque el payaso nos buscará hasta encontrarnos.

A pesar de mi pataleo, hago caso a la advertencia de Ramón. Nos prometemos silencio y ausencia. En síntesis, desaparecemos.

“No podemos vernos ni hablarnos”, dice Ramón. Y agrega que no lo va a encontrar ni su madre. Después sabré que no era solo un anuncio.

Dejo de ir al subte y pierdo de vista a Ramón por un tiempo. Empieza un letargo extraño, ligado al encierro y a la inevitable sensación de persecución.

Ese día entro a mi depto. Cierro la ventana que da al balcón. Pongo la casa a oscuras. Prendo una vela. Desenchufo el cable del teléfono.

Con una linternita en la mano, abro un libro. Intento leer. No puedo. Tengo conmigo las meditaciones de Marco Aurelio. Será un tiempo de estoicos, pienso.

Nunca he tratado con mafiosos y menos con peronistas mafiosos, pienso.

Es el momento para ver a Lucrecia. Le envío un WhatsApp. No contesta.

¿Qué hará en estos días de nubarrones y paranoia?

Salgo al súper. Compro provisiones básicas para dos semanas.

Durante días como atún, queso, lechuga y pan. Me muevo en un círculo de lecturas breves y escritura mínima.

Intento de nuevo con Lucrecia. Responde.

Me visita una tarde. Nos entendemos. Me da un beso y siento que es el paraíso. Otros tienen la biblioteca, tienen el aula, tienen paraísos asequibles o utópicos. Yo me conformo con un beso.

Ella me nota extraño. Me lo dice. No puedo explicarle lo que pasa. Solo le cuento que Ramón está metido en un lio (me excluyo de todo) y que la islandesa lo adora. Lucrecia no opina. Se hace la osa. Sé que no quiere comprometerse. Le va mejor una relación esporádica, de “esquizos” que se quieren a distancia. Sin tener ningún tipo de contacto más allá del beso, Lucrecia sale del departamento. Y desaparece.

Me convierto en un zombie que pasa temporadas en cementerios-habitáculos diversos. Vivo a oscuras en pensiones alternativas, desligadas del circuito habitual. Hiberno y no leo. Solo veo por la ventana y espero. Sospecho que esta vida es lo más parecido a un invierno en Islandia. No la tengo a Björk para consultarle y ahí me doy cuenta de que los extraño.


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