En el patio de Filemón, realmente, sucedían cosas extrañas. Una de esas, era esta.
Resulta que Filemón tenía una casa pequeña. Y como una obviedad, todo allí adentro tenía esa connotación. Casa pequeña, baño pequeño. Casa pequeña, baño pequeño, ducha pequeña. Por lo tanto, el patio no podía ser de otra manera, pequeño. «Filemón, tienes todo pequeñito» Le dijo una vez una novia que fue a conocer su casa.
Pero aquí viene su toque alquimistico. En aquel pequeñísimo patiecito, Filemón podía producir cientos de kilos de alimentos, también podía enumerar gran cantidad de plantines y tener más de cien variedades de plantas medicinales. E incluso, Filemón, tenía una gran variedad de árboles. Claro, que esos árboles estaban en estado de germinación, pero eran árboles al fin. La frase exacta que los define era “futuros árboles”. Toda esta variedad de flora, Filemón, la tenía en un reducido espacio de 2 metros 137 centímetros cuadrados de tierra meticulosamente trabajada. Si, en un poco más de dos metros cuadrados de tierra, Filemón se las ingeniaba para tener todo eso, y más también.
Tenía 1.263 tipos de arañas (una venenosamente mortal) y variedades de cucarachas in vitro. Al patio venían abejas de todas las provincias a deleitarse con los exquisitos néctares que sus flores creaban. También lo visitaban moscas de todas partes del mundo, aunque más esporádicamente, ya que las moscas que pasaban por allí provenían de todos los rincones del planeta. Las moscas viajeras tenían un sofisticado sistema de comunicación a través del cual compartían datos importantes de manera que, quienes andaban de viaje, no podían dejar de visitar los peculiares sitios que indicaban. Uno de esos sitios era el patio de Filemón.
También pasaban aves migratorias. Una vez, las coloridas aves que escapaban del gran incendio amazónico, se pararon a descansar en los cables y árboles aledaños a la pequeña casa de Filemón*. Si hay algo que Filemón no era, era biofóbico. En aquel pequeño patio había vaquitas de San Antonio con los colores de la bandera de Escocia y otras de ojos achinados con un círculo rojo ubicado perfectamente en el medio de un caparazón blanco. También hormigas verdes, amarillas y celestes. Y todo esto que les cuento, estaba por encima de la superficie, por lo tanto, imaginen ustedes lo que salía de abajo de aquella tierra cada vez que Filemón la removía.
Lo curioso viene ahora.
Resulta que cuando Filemón se mudó a aquella pequeña casa, ésta estaba en estado de reparación. Por lo tanto, se encontraban esparcidos por todo el espacio, restos de materiales de construcción, tipo clavos, maderas, caños plásticos y de acero, ladrillos, pequeñas bolsas de cemento abiertas, etc, etc. En fin, de todo un poco. Al llegar, Filemón hizo una limpieza general y terminó por ordenar lo más que pudo. Puso 4 caños de plástico parados en un rincón del patiecito y para que no se separaran, los ató en tres partes diferentes de los más de cuatro metros de largo que los caños tenían. Al quedar parados, una de las puntas quedaba apuntando hacia el cielo y las otras apoyadas en el suelo. Al ser flexible el plástico con el cual estaban hechos esos caños, la figura final que dibujaban parados y atados, era de una Luna en su segundo día de su etapa creciente.
Filemón quiso cuidar las puntas de los caños que apoyaban en el piso y para eso, las introdujo en una media botella de plástico cortada con un cuchillo. Con el paso del tiempo, aquella botella cortada que protegía la punta de los caños de plástico, se empezó a llenar de hojas secas que caían de las plantas que crecían en los 2 metros 137 centímetros cuadrados de tierra que poseía Filemón para cultivar su jardín.
Bueno, como les decía, en aquella botella cortada se empezaron a juntar hojas que luego se descomponían y se convertían en tierra. Aquellas hojas secas que caían allí venían con tanta vida que con el paso del tiempo y con la ayuda del sol y de un poco de agua, se creaban lombrices que tras comerse las hojas, defecaban aquel alimento. Las heces a su vez servían de alimentos a los caños de plástico que empezaron a desarrollar raíces con forma de pequeños pelos que absorbían los nutrientes que los caños necesitaban y tomaban de las hojas secas amontonadas en la media botella de plástico cortada con un cuchillo.
Cierto día de Luna llena, Filemón miró hacia el cielo para contemplarla, y vaya sorpresa se llevó al ver que los caños ya no medían casi 4 metros, sino varias decenas de metros más. Los caños habían ido creciendo hasta lograr círculos de más de 5 metros de diámetro. Cada uno de los 4 caños había logrado desarrollar más de 5 rulos de longitud, teniendo cada círculo más de 5 metros de diámetro. Asi que, calculen ustedes, la cantidad de plástico que tenía ahora Filemón entre tanta flora y tanta fauna.-
*Ver cuento Filemón y la revolución de la alegría.
Photo by: Elvira Nimmee ©