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arturo serna
Photo by: Farhad Sadykov ©

El padre de Ramón

Ramón llora.

Cuando se recompone recuerda que su padre era albañil. Él le enseñó el oficio. Desde nene lo acompañaba al trabajo, le alcanzaba la pala, las maderas, las herramientas.

Ramón sabe que eran compañeros. Aunque no compartían muchas cosas tenían un largo y enérgico pasado en común.

La historia de Ramón me hace pensar en la clave: ante la muerte lo único que importa son las relaciones humanas que la persona recuerda como un tesoro. No importa lo pequeño del oficio ni lo intempestivo de la situación, lo único que nos salva es el sentimiento que existe de uno hacia el otro y del otro hacia uno.

Ramón está quebrado. Quizás por eso no habla mucho. Soy yo el que le pide palabras.

La muerte es un fenómeno del orden de lo excesivo. Y allí las palabras no llegan.

El oficio del padre de Ramón muestra la experiencia de lo repetitivo, de lo rutinario. En la repetición se va la vida y se entiende la existencia. El tiempo se entiende mejor en lo rutinario. El amor se consolida en el rito que confirma la pasión.

El trabajo del albañil modela la esperanza. Adiestra al sujeto en lo posible verdadero. Le hace sentir que el futuro no es imprevisible siempre. Y en esos gestos se funda una ética y una manera de entablar las relaciones humanas. Por eso Ramón está abatido. A través del oficio de albañil, su padre le enseñó una forma de encarar el mundo.


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