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El Ogro

Lo encontré desfalleciendo, a la vera de una senda en el mismo vientre del bosque, yo regresaba a casa después de haberme hecho con algunas liebres en la bolsa, presas frescas para cocinar en la olla familiar, extrañaba mucho a mi hermano menor, pero él había sido enviado al monasterio por su propio bien, allí los monjes lo cuidarían, aprendería a leer y escribir y estaría mucho mejor que con nosotros,

la voz del hombre herido era muy débil, le di de tomar unos cuantos sorbos del agua que guardaba en mi bota de cuero, le limpié el rostro y brazos ensangrentados, presentaba heridas muy profundas de hacha, no iba a durar mucho,

“¿cómo te llamas?”, le pregunté, “no querrás saber mi nombre, si lo supieras ni siquiera te hubieras acercado, mi nombre despierta horror y miedo en donde quiera que el hombre lo escuche, pero también mucha violencia sin sentido ni razón, soy un ermitaño que vive alejado del pueblo porque no comparto sus ideas y costumbres, pero eso no me convierte en un monstruo”, no entendía nada de lo que me decía,

“¿cómo te llamas, buen hombre?”, le volví a preguntar. “Mi nombre es Ogro”, me alejé lo más rápido que pude de su presencia, como un acto instintivo, mis padres y mis abuelos me habían contado muchas historias sobre estas criaturas que raptaban a los niños de la aldea por las noches y nadie más volvía a saber de ellos, los niños terminaban en inmensas calderas, estos seres malvados y crueles cuyo apetito por carne humana era insaciable debían ser borrados de la faz de la tierra,

“no te asustes amigo, no te voy a hacer daño”, con pesadumbre me gritó el Ogro, “tú crees que si fuera ese monstruo del que tanto hablan en tu aldea, no te hubiera lastimado, mi única culpa es vivir a mi voluntad, con mis propias tristezas y alegrías, al margen de lo que piense la gente, al margen de lo que ellos llaman civilización, y mira que me han hecho los hombres civilizados, han quemado mi casa, han aniquilado a mis animales y se los han llevado, prendieron fuego a lo que no les servía, y lo otro lo han tomado como su botín, me atacaron con sus palos y hachas, me han perseguido con jaurías de perros, con el simple fin de ahuyentar lo que no entienden, la libertad del solitario, estás en tu derecho de irte, pero también es tu deber saber la verdad de lo que hace tu gente”,

En cierta medida, comprendía lo que escuchaba, ningún niño se había perdido en la aldea desde que tenía uso de razón, y sin embargo, nuestros padres azuzados por el alcalde de la comunidad, ciertas noches, a la luz de las antorchas y bien armados se internaban en el bosque para regresar en unas cuantas horas con comida y bebida para todos, nunca les pregunté de dónde sacaron tantos bienes, ellos tampoco explicaron nada, ahora entendía que es lo que hacían realmente, todas sus historias eran mentiras, nosotros éramos los verdaderos ogros.

Regresé a la aldea muy tarde, con las liebres al hombro y la bolsa más pesada que de costumbre, saludé a mis padres con un beso en ambas mejillas, y les mostré con orgullo mis presas, “con esto tenemos para unos días, demos gloria a Dios, hijo, el señor te ha bendecido con los frutos de su bosque”, “sí, padres, demos gloria a Dios, porque me ha permitido terminar con sus enemigos”, “¿de qué hablas hijo?” Arrojé al suelo todas las cosas que habían sobre la mesa y con furia, agregué, “esto es lo que vamos a cenar esta noche”, y coloqué una pesada bolsa en el centro de la mesa, “ábrela madre”. La lluvia había empezado a caer y la intensidad de su música se escuchaba hermosamente en mi cabeza, mi madre abrió la bolsa y se llenó de espanto, mi padre se enfureció y me lanzó un par de cachetadas, “¿cómo te atreves a faltar el respeto a nuestro Señor, a tu familia, a toda la comunidad?”, empujé a mi padre al suelo, mientras, mi madre sollozaba sin parar con los ojos cerrados tratando de imaginar que el cuadro que presenciaba no era más que una terrible pesadilla que habría de terminar cuando abriera nuevamente los ojos, cogí por su larga caballera la cabeza del Ogro, nuestro enemigo, y grité tan fuerte que creo que toda la aldea se congregó en torno a nuestra casa para descubrir que era lo que pasaba, tomé con la otra mano la bolsa con sus restos y tiré de una patada la puerta y ante el impacto muchos hombre y mujeres, entre los que se contaba Juan el herrero, cayeron de espaldas sobre el barro de la tierra, la lluvia mojaba mi rostro con libertad, grité nuevamente para que no quedara duda de nuestra terrible verdad, “miren, observen bien esta cabeza”, muchos se taparon los ojos y las madres ocultaron a sus niños debajo de sus faldas, “miren, ésta es la cabeza del Ogro que tanto daño nos ha traído, ahora ya no podrá lastimarnos de nuevo, y más bien nos servirá de alimento a nosotros, los verdaderos Ogros”, arrojé la cabeza sobre la multitud horrorizada, “tomen aquí está su estómago, sus tripas y piernas, tomen todo lo que quieran, aquí hay comida para varios días, ¿esto no es lo que en verdad se ocultaba en sus terribles historias?, pues ahora todo eso se ha hecho realidad”.

Corrí, corrí desesperado, con los ojos enrojecidos, el pueblo, mi casa, mi familia, todo eso ya era historia, me escondí en la oscuridad y profundidad del bosque, me alimenté de las hojas y frutos, algunos niños que rescaté de otras aldeas aledañas, se refugian aquí conmigo, yo los protejo, soy su guardián, jugamos, cazamos y nos divertimos durante el día, por las noches, nos escondemos de la venganza terrible de sus padres, dormimos con tranquilidad sin miedo de las historias que nos contaban en la aldea sobre seres monstruosos que se comen a los más pequeños, porque como bien sabemos, al menos los pocos que vivimos por aquí, todo eso era una terrible mentira, vamos creciendo a espaldas de la civilización y nos sentimos más felices que nunca viviendo nuestros propios sueños y alegrías.

No cometí el error del ermitaño que descuarticé cierta vez, ahora, algunos años después, no tengo posesiones que los hombres puedan codiciar, duermo arriba de los árboles más altos, junto a los otros niños y observamos a la gente de mi aldea y de las suyas, con sus palos, hachas y antorchas, quienes se internan en el bosque algunas noches para dar con la criatura que sigue causando terror y espanto entre la población, el Ogro, le llaman, reconozco al líder que los guía, el más gritón de todos, es mi padre que clama por mi muerte, también reconozco al monje que se ha unido a la cacería, es mi hermano, ya crecido, que con sus cánticos bendice a cada uno de los valientes que han prometido cortar la cabeza de la bestia.

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