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sergio marentes
Photo Credits: Rawpixel Ltd ©

El nuevo laberinto

Cuando me invitaron a ser un ratón de laboratorio acepté sin miramientos porque pensé que nada podría salir mal. Los ratones de laboratorio, junto a las cucarachas y los versos, son una especie casi imposible de extinguir, o por lo menos así lo demuestran las décadas de avances y retornos científicos sin que ellos, a pesar de su quijotada reiterada, dejen de ser una de las partes más importantes en esa maquinaria que son las cosas que nos pasan y no nos pasan. Además, me dije, ¿quién que quiera ayudar al mundo no se alegra de que le instruyan en disciplinas esquivas y elegidas como lo son la lógica, el racionamiento abstracto o la ubicación espacial? ¿Quién -pensé luego- que quiera ayudar a los que todavía no existen, y pudiendo, claro está, no va un paso más allá de donde fueron aquellos que, al menos alguna vez, no se movieron a ningún lugar? También pensé en la parte negativa, por supuesto, pero nada más para contemplar todas posibilidades y estar tranquilo con lo que viniera. Ya se sabe, eso sí, no gracias a la ciencia, que teniendo las dos puntas de la cuerda, al menos, si las manos no se extravían, sabremos que no se extenderá ni se encogerá.

Esto es lo primero que suelo contarle a quienes recién llegan al mundo de la ciencia, a este mundo de los acertijos indescifrables y los golpes de lo infalible. No creo que sea justo que nadie nos hable de las reglas del juego sino hasta que las padezcamos o, peor aún, las hagamos padecer, que es, más o menos, lo que le pasa a todo el mundo a toda hora. Casi todos lo agradecen, eso sí  hay que decirlo.

Cuando me invitaron a ser un ratón de laboratorio, ya hace unas cuantas décadas, acepté porque pensé que nada podría salir mal. Pero algo salió mal: ya no quiero regresar a no ser un ratón de laboratorio, y por eso me dedico a contarlo de la única forma posible para mis manos atadas a esa cuerda. Sobra decir que esto lo escribí durante los intervalos y descansos de las pruebas, de los ensayos y los errores. A lo mejor por eso es que no cuenta nada. O a lo mejor por ello mismo es que sí.


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