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Alejandro Varderi

El mundo después* (fragmento de novela)

What am I to do to fill the interval of time which spreads between me and the grave?

Charlotte Brontë

A pesar de lo plácida que despuntaba la mañana parisina, Francisco se hallaba inquieto; casi al borde de sentirse solo y abandonado a la intemperie de sus propios pensamientos. Y es que acababa de recibir una llamada de Caracas comunicándole, en confidencia, que este año tampoco habían votado por él. Un autor mediocre, pero con fuertes lazos hacia el régimen, iba a ser el favorecido. Claro que, a la vista del desprestigio de la cultura oficial, mejor no ganarlo. Pero, pensándolo mejor, hubiera sido un batacazo haber obtenido el Premio Nacional y, en un magnánimo gesto, rechazarlo. Ello lo habría seguramente encumbrado por sobre otros intelectuales generacionalmente cercanos, postergando su obra mientras escribían artículos contra el gobierno, y redactaban cartas y comunicados pidiendo la retirada del moribundo en las inminentes elecciones presidenciales. Muy mal le parecía esa traición de última hora por parte del jurado, compuesto por autores a quienes siempre había ayudado desde su posición como gerente general de una conocida fundación. Y eso que, muy diplomáticamente, nunca se había abiertamente pronunciado contra el actual sistema que, en el fondo, detestaba; no tanto por lo que ideológicamente preconizaba, pues las ideologías le tenían sin cuidado, sino por su falta de visión para congraciarse con hombres como él, triunfadores donde los hubiera.

Por lo pronto debía prepararse para encontrarse con Camila. “Pobre Camila ­—se dijo entrando al baño. Ella sí ha desperdiciado completamente su talento; dejó a medias todas las carreras empezadas, y por años malvivió en una chambre de bonne, mientras cuidaba niños y hacía traducciones. Si bien encontrar a Philippe ha sido lo que, si no fuera mujer, se llamaría un auténtico braguetazo. Me pregunto qué habrá visto el francés en ella, pues agraciada nunca lo fue. Y, entendámonos, yo le tengo cariño, pero de ahí a considerarla un buen partido hay mucho trecho; especialmente desde el lado de las dependencias emocionales donde ha terminado por aparcarse para no salir más. Apenas ayer me lo refrendaba Silvie con quien, dicho sea de paso, me une una buena amistad, pese a las desavenencias del pasado, hoy superadas y olvidadas. Algo que Camila nunca podrá dejar atrás pues, y eso es prerrogativa de las mujeres en general, olvidar no está en su vocabulario; te resienten aunque hayan pasado décadas desde los hechos causantes de las divergencias. Por eso no dejo de darle crédito a Silvie, al haber aceptado a mi segunda esposa, tras las recriminaciones y depresiones donde se hundió nuestra vida en común, mucho antes incluso de que conociera a Nicole”.

Desde la habitación contigua Nicole ordenaba objetos y fotografías, en aquel apartamento obtenido de sus fallecidos padres donde había crecido y huido casi, cuando quedó embarazada de quien entonces era su profesor en l’école y, debía reconocerlo, siempre la cuidó bien. Ella habría preferido mudarse aquí definitivamente, especialmente desde que habían enviado a la hija a estudiar en California, pero entendía también la reticencia del marido a deshacerse de aquella cuota de poder que todavía detentaba allá. Algo no exclusivo de Francisco, pues aún quedaban muchos como él, aferrados a los girones de una Venezuela cada vez más fragmentada, en su intento por mantenerse a flote en medio del naufragio donde zozobraba el país pensante.

Pero eso a Nicole le preocupaba menos; con tal de no ser víctima de algún secuestro exprés o un robo a mano armada ya se conformaba. Incluso la escasez de productos básicos, las colas en los supermercados medio vacíos haciéndole entrar a los iluminados pasillos del Bon Marché con el mismo recogimiento y fascinación con que de niña entraba a Notre Dame, y el deterioro generalizado de la Sultana del Ávila eran accidentes a los cuales se había ido acostumbrando. Ella, al igual que los amigos resistiendo aún en la ciudad sitiada, avanzaba con el chip de los grandes cataclismos proveniente, en su caso particular, de familiares sobrevivientes a dos guerras mundiales y ruinas económicas varias.

Era quizás por ello que no había perdido el sentido del humor y la amargura todavía no se dibujaba sobre las finas líneas de expresión punteándole el rostro. “Aunque cuando vuelvo a la tierra de mis mayores, siempre me sorprendo inclinándome hacia el país heredado; ese trópico capaz de arrasar con todo y con todos, al menor descuido de la naturaleza o de las instituciones penosamente levantadas durante las décadas de democracia. Y, sí, me atrae la belleza de estas calles; hasta pienso algunas veces en volver permanentemente, pues de seguro Francisco podría reincorporarse al trabajo editorial y académico. Pero luego me descubro añorando el vergel creciendo en mi terraza caraqueña, las nubes de pájaros posándose por la mañana entre las flores de mis jardineras a comerse las frutas allí dispuestas para ellos, el deje musical de una lengua aprendida no sin esfuerzo que hoy me representa más que la propia. En fin, soy un producto ya de aquel suelo, donde desearía reposar cuando me llegue la hora, ganado a costa de sacrificios, claudicaciones y pérdidas. Allí crie a nuestra hija, y allí espero regrese al terminar sus estudios; si bien no tendré más remedio que aceptar y bendecir, llegado el caso, cuando decida no hacerlo o hacerlo a medias, tal cual está siendo el destino para tantas familias como la nuestra, en esta coyuntura histórica sobre la cual hemos perdido el control y la esperanza”.

Efectivamente, desde parajes ajenos se escuchaban constantes los trinos, no de pájaros sobrevolando el cielo criollo, sino de centenares de jóvenes nacidos bajo aquel azul, twitteando mensajes cruzados con el fervor y la insistencia de quienes no tienen tiempo que perder y el mundo por ganar. En Starbucks, las plazas, el andén del metro, la biblioteca pública los encontrabas, saltando con agilidad de un gadget a otro ideando proyectos, enviando currículos, comunicándose con sus afligidos progenitores y la parejita dejada atrás. Esto, sin perder el optimismo, pues se sabían parte de una intrincada red donde iban tejiendo el país nuevo, que emergería con ellos cuando volviera la democracia a Venezuela.

Francisco salió del baño peinado, perfumado y afeitado rumbo a la cocina, y se dispuso a disfrutar del sabroso desayuno que Nicole le había preparado; mañana le tocaría a él, es más, se lo llevaría a la cama, con la cajita roja y dorada de Cartier, para festejar, tête-à- tête, otro aniversario. Aunque ello no implicaba ponerse sentimental, sino reconocer las virtudes de aquella alianza donde ambos habían ganado, no solo al otro, sino el torrente de bienaventuranzas depositadas junto a los beneficios obtenidos de sus negocios paralelos de compra-venta, con las propiedades que, quienes querían irse rápidamente, ofrecían al mejor postor. “De diversas urbanizaciones me llegan mensajes con apartamentos y locales comerciales de ocasión. Aprovecharlos, no me parece un abuso ni un aprovechamiento de lo ajeno. Pago al contado, independientemente del estado del inmueble y las deudas que pueda tener. Los saneo y revendo a la boliburguesía, deseosa de invertir el superávit de transacciones, lo reconozco, legales solo desde la ilegalidad donde navega hoy el país. ¿Debería sentirme culpable? A veces me lo pregunto, especialmente cuando distingo a Nicole tan comprometida con la oposición, pero eso sería traicionar el motto que ha guiado siempre mi existencia: ‘No me den, que me pongan donde haiga, que ya sabré arreglármelas’. Y hasta el momento he logrado hacerlo sin hipotecar mis perspectivas de futuro ni las de mis hijas. Hasta Silvie y Nicole lo reconocen y se abstienen a criticarme, especialmente esta última, porque con Silvie la relación es mucho más lejana y, durante los años cuando estuvimos casados, aún no habíamos cambiado de república”.

Nicole terminó de organizar las cosas y se dirigió al cuarto para hacer la cama y aclarar el baño, pues Francisco siempre se olvidaba de recoger lo más esencial. Pese a los años transcurridos juntos, todavía le sorprendía el modo como su marido delegaba en ella las tareas domésticas, especialmente aquí donde no contaba con ayuda alguna, más allá de una muchacha que venía tres horas a la semana; insuficiente, obviamente, para mantener la rigurosa organización de la cual se sentía tan orgullosa. Y hubiera querido ejercer una carrera. Terminar al menos los cursos abandonados de l’école, cuando se aventuró a aquella existencia del otro lado del Atlántico, pero los años habían pasado y seguían sucediéndose raudamente, sin que ella pudiera aprovecharlos a fondo.

A lo mejor con su hija educándose afuera y mucho tiempo libre entre las manos, al volver a Caracas podría colocarse en alguna empresa donde necesitaran una traductora. Sí, ya la buscaría cuando regresaran. “Cuando regresemos, me digo, y de repente siento escalofríos de pensarlo, especialmente después de unos días sumergida en esta rutina sin sobresaltos. Aunque luego me impaciento y quiero volver lo antes posible, a seguir trabajando por esa nueva Venezuela que va gestándose en la sombra, y a la sombra de las instituciones que pretenden estrangularla. Pero ella sigue viva. La veo en los ojos de mi hija y los de sus amigos. Allí está, hermosa y fértil, alerta y receptiva a todos los proyectos, todas las voces, todas las etnias, tal cual fue por tantas décadas, pese a los errores, malversaciones, corrupciones y abusos, que sí los hubo. Incluso para mí se mostró generosa; ‘una extranjera en tierra de indios’, tal cual vociferó mi madre al verme partir con lo puesto. Y, claro, al haber pasado los años y ella a mejor vida, no se lo tengo en cuenta; ni siquiera me enervo ya al recordarlo. La he perdonado, como perdonaremos, estoy segura, a quienes directa o indirectamente son hoy cómplices de la destrucción del país productivo; pues el venezolano, y yo me incluyo, no es para nada rencoroso. Apenas cambian las cosas, a la gente se le olvida lo malo y eso es una bienaventuranza. Aunque, debo reconocerlo, esta actitud nos impide progresar, porque en seguida se nos olvida también lo difícil que fue alcanzar un cierto bienestar y volvemos a bajar la guardia, cayendo otra vez en los mismos errores. Unos errores que se pagan muy caros; con generaciones cargando con el peso de los logros y los sueños que se malograron”.

Francisco salió de la cocina, relajado y bien alimentado. Todavía tenía por delante una hora antes de salir a encontrarse con Camila. Le había prometido acompañarla a hacer las compras para la cena de esta noche en su casa, donde se reencontraría con los fantasmas del pasado. Cómplices de aventuras y proyectos, compartidos durante su juventud caraqueña, que se habían quedado aquí, lo cual les permitía ver a la distancia los sucesos acaecidos durante estos lustros de profundos cambios en la realidad y la psiquis del país dejado atrás. “Por momentos me siento responsable de haberme comprometido con una ideología en la que no creo. Y ellos me lo recriminan; lo sé aunque no me lo digan a la cara. Sus miradas, gestos, comentarios los delatan. Claro, mi caso no es tan censurable como el de otros colegas, viviendo abiertamente a expensas de este régimen, del modo como lo hicieron durante el anterior, sin remordimientos ni disculpas. Aún no se me ha endurecido tanto la piel o, posiblemente, cuento con una cierta ética dable de preservar la credibilidad de mi nombre en esferas distintas a las del gobierno, pues, y esto nadie me lo puede recriminar, pocos son los triunfadores hoy que tienen las manos completamente limpias y la conciencia tranquila. Yo sí duermo sin sobresaltos y me levanto dispuesto a enfrentar con optimismo el nuevo día, seguro de estar haciendo lo correcto dentro de las circunstancias. Al menos no voy a aceptar cargos políticos ni diplomáticos y, en mi línea de trabajo, respondo ante quien sea de mi integridad y buenas intenciones. ‘El camino a los infiernos está empedrado de buenas intenciones’, podría aquí decirme, pero no para justificarme, sino para no olvidarme de quien soy, y de a quienes debo el lugar que ocupo dentro del mosaico cultural e inmobiliario venezolano. Así que, definitivamente, no verán una foto mía con Chávez en el escritorio desde donde planifico, organizo y coordino; ni me sorprenderán pidiendo un crédito estatal, a la hora de rescatar alguna propiedad abandonada por la desidia, la codicia o el desahucio. Que se preparen quienes están esperando mi ruina porque no les daré el gusto. Firme me mantendré en mis principios, aunque no sean del agrado de muchos en aquella tierra, aún de gracia, al menos para mí”.

Al entrar al cuarto, donde Nicole se hallaba atareada alisando la colcha, Francisco descubrió sobre el espejo de la cómoda el reflejo de sus ojos y los de su mujer mirándose y, por un instante, ambos quedaron prisioneros de sus respectivas culpas, expuestas en las pupilas de los otros que, sin estarlo, también se reflejaban allí. Hijas, amigos, ex parejas, conocidos reprochándoles la tibieza de sus convicciones y el conformismo con la situación actual venezolana, en tanto él planeaba cenas parisinas y ella arreglaba las habitaciones abriéndose a las calles de aquel bien cuidado quartier. Dos figuras más en el trajín de familias, con un pie en el país y otro en el exterior, condescendiendo, disimulando, pactando consigo mismas y un autoritarismo íntimamente aborrecido, pero del cual extraían dividendos y prebendas permitiéndoles seguir adelante por encima de todo y de todos.

¿Sobrevivir?, ¿subsistir?, eran entonces interrogantes asaltando a Nicole y a Francisco en los momentos más inesperados; allí, entre aquellas paredes, o cuando se reencontraran con quienes constituían su círculo vital, percibidos por ellos como apariciones, prestas a desencadenar un aluvión de preguntas para las cuales no tendrían respuesta, pues cualquier posible réplica estaría contenida en la cuestión misma. Así que decidieron tácitamente no estatizarse en ellas, principalmente Francisco, cuyo estoicismo lo aislaba de todo aquello opuesto a sus intereses, haciéndolo resbalar sobre la pulida armadura protegiéndolo del exterior. Un exterior volviéndose, no obstante, más apremiante, en tanto el país se desestabilizaba y el régimen se histerizaba; especialmente hoy cuando navegaba sin timón, dada la ausencia del líder supremo, apenas entrevisto unos días antes a la entrada de la casa de gobierno recibiendo al viceprimer ministro de Bielorrusia, tras las cada vez más frecuentes estancias en La Habana buscando una utópica cura. ¿Estará en condiciones de afrontar la campaña electoral en las próximas semanas? Otra interrogante más para el inventario de Francisco, pero en boca también de desafectos, afectos e indiferentes al gobierno, flotando a la deriva.

A punto ya de salir, se le ocurrió llamar a Camila, no fuera que, distraída, no se acordara de la cita. Otra particularidad, la de aquella amiga, de comprometerse en demasiadas cosas a la vez, y luego ver cómo se le escapaban de las manos sin poder detenerlas. Efectivamente, la limpieza, las cuentas, Philippe, los preparativos para la noche le habían hecho olvidarse del encuentro que quedó postergado para una hora después de lo acordado. “Tengo entonces una hora extra, y así puedo leer el periódico o salir a dar una vuelta antes de acercarme hasta Saint Eustache. Por suerte tuve la brillante ocurrencia de confirmar porque, conociendo a Camila, su tiempo no es el de los relojes sino uno muy particular, hecho de instantes embastados sin concierto alguno. No me extraña lo poco exitoso de sus proyectos, siempre dejados al azar o acabados con prisas, cual producto de esa falta de planificación característica en quienes nunca han tenido las ideas claras y las metas precisas”.

Nicole contempló a su esposo con admiración, al descubrirlo muy erecto e inmóvil frente a la ventana. “¿En qué estará pensando? No me atrevo a acercarme pues tiene la mirada de los grandes momentos. ¿Estará preparando algún evento importante? Su solemnidad me asombra. Ya desearía yo tener algo de esa presencia de ánimo, lo indomeñable de su espíritu, la seguridad con que toma constantemente decisiones, debo reconocer, por los dos las más de las veces. El único punto de discordia hasta el momento, se refiere al modo como cada uno de nosotros enfoca los desaciertos del mandatario. Sé que Francisco no comulga con las ideas de esta revolución tropical, donde tantos intelectuales del primer mundo han puestos sus esperanzas de ver surgir una nueva izquierda, pero ello no le impide acercarse demasiado a ella. Temo se vaya a quemar si sigue por ese sendero luminoso, más a la peruana que a la venezolana. ¿Qué nos deparará el porvenir extendiéndose desde aquí hasta l’inconnu?”.

Cuando ya Francisco se disponía a abrir la puerta, le llegó una llamada comentándole que, si bien no le habían dado esta vez el Premio Nacional, el próximo año seguro le llegaría. Por el momento, el ministro le iba a enviar a un nuevo artista con mucho futuro, necesitando el espaldarazo de una exposición individual en la sede de su fundación. Y que por los gastos del vernissage no se preocupara pues correrían a cuenta del ministerio.

 

*El mundo después es el quinto volumen de una saga familiar donde también se incluyen: Para repetir una mujer (1987), Amantes y reverentes (1999, 2009), Viaje de vuelta (2008) y Bajo fuego (2013).

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