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abraham rape
Photo by: David Trawin ©

El mimo (VI)

Más o menos a las 3:00 a.m. sonó mi celular, era el fin del verano del 2003. No conocía el número en el identificador, aun así contesté. En aquel tiempo todavía me intrigaba que alguien llamara a mi celular y sin reconocer los números contestaba ansioso por recibir un saludo, buenas noticias o incluso un “número equivocado”. Hello, dije. La voz del otro lado estaba rodeada de ruidos indescifrables y a duras penas le entendía. Hello, Mr. Garcia, do you know anybody that goes by the name Meemoo?

La voz pertenecía a un oficial del New York City Police Department, me informaba que el Mimo había sufrido un accidente muy grave. He’s in serious problems, enfatizó la voz. ¿Puedo hablar con él?, pregunté. Segundos después la voz del Mimo sonó en la bocina, me saludó. ¿Qué pasó?, le dije. Ya no importa, contestó el Mimo, ya todo se fue a la mierda. Te dejo porque me están arrestando. ¿A dónde te llevan?, le alcancé a preguntar. Pero no hubo respuesta, nadie escuchó mi pregunta. La llamada se cortó y las voces del oficial y el Mimo quedaron sonando como el zumbido de un mosco en la oscuridad de mi habitación.

Al día siguiente a eso de las 9:00 a.m. entré a la recepción del precinto de policía en Astoria. Pregunté por el paradero del Mimo. De un escritorio me enviaron a otro, y allá me informaron que debía dirigirme al segundo piso. Subí y entré a otra sección de oficinas. Detrás de un escritorio pegado contra la pared y bajo una ventana por donde se podía ver la plataforma de la estación del metro Astoria Blvd., estaba sentado un oficial barajeando documentos, era la persona más cercana a la que podía pedir información. Cuando estuve frente a su escritorio él me miró de arriba a abajo. Sobre su cabeza y por la ventana también se podía ver más allá de la plataforma del tren a los viaductos del TriBoro Bridge y sus arcadas arañando un cielo lechoso. El oficial era un detective, vestía jeans vaqueros. Lo saludé y me presenté, él me saludó pero no se presentó porque en una placa sobre el escritorio estaba su nombre, tenía un apellido griego. You say you’re Mr. Garcia? And you’re here to find out about your friend…ah, yeah…Mmmeee…mo. Mimo. Yeah meemo. No. Mimo. Oh yeah. Meemo. No. Mimo. Ok. Meemo…Yes. I need to know what’s happened to him. And his whereabouts.

Al Mimo le gustaba la cerveza y le gustaba más si era de dos pisos de esas grandes de 1.183L (40 oz). La tarde antes del accidente, al finalizar uno de sus actos donde hacía maniobras de mimo como usar lazos invisibles para jalar muebles invisibles, o escalar paredes invisibles y esconderse detrás de puertas invisibles, uno de sus amigos lo invitó a tomarse una cerveza: la del camino. Pero el Mimo no era de tomar una nada más, al Mimo le gustaba la fiesta y la bulla, le gustaba bailar, le encantaba el show. Entonces no fue una cerveza para el cierre del acto, fueron varias. Después muy tarde en la noche el Mimo briago y tambaleándose se subió a su camioneta invisible, la misma que usaba para transportar todos los objetos de la variedad de su repertorio y se marchó. El Mimo manejó bajo la influencia del alcohol.

Your friend is under arrest. He’s at Elmhurst Hospital right now, me dijo el detective y me dio el número de cuarto. Entonces salí rumbo al hospital en un taxi. Cuando llegué el Mimo estaba afuera de la habitación, esposado a una silla de ruedas. Tenía un brazo enyesado y con una venda atada desde la nunca al antebrazo que le apoyaba el codo contra el pecho. Había sangre seca en sus ropas, el maquillaje de la cara estaba embarrado sobre unos cachetes flacos y los labios los tenía hinchados. No parecía un mimo, era más bien un payaso triste. Pero no le dije eso, al Mimo no le gustaban los payasos y menos parecer uno.

Cuando el Mimo me vio llegar intentó sonreír. ¿Cómo estás, Mimo?, le pregunté. De la chingada, respondió. Mírame nada más. ¿Qué pasó?, dije. El Mimo me contó que después de un acto allá en Woodside se había tomado una cerveza. ¿Una?, le dije. Iba bien, yo manejo mucho mejor cuando estoy tomado. Pero alguien me movió el volante, alguien que me quiere perjudicar me hizo la maldad y estoy seguro que esto es obra de la marioneta del emperador Maximiliano. No seas exagerado, le dije. Sí, gritó el Mimo, últimamente esa marioneta del emperador me tiene mucho rencor desde que ya no la uso en los actos.

El Mimo estaba custodiado por un uniformado del NYPD que me preguntó que si yo era familiar del Meemee. Sí, y es Mimo. Ok, dijo el policía y luego habló español como para que el Mimo comprendiera mejor la situación. Se irá preso, tendrá que ver a un juez y recibir sentencia. ¿Cuándo?, pregunté. Today, respondió el oficial. Entonces se llevó al Mimo empujándolo en la silla de ruedas. Mientras avanzaban el Mimo comenzó a jalar una cuerda invisible con la mano libre y con un pie fuera del pedestal de la silla hacía como si remara en las aguas turbias de un río. ¡Nos vemos del otro lado del río, Alamooo!, gritó.

Como a eso de las 2:00 a.m. el Mimo se había despedido de los amigos nuevos que hizo en la presentación. Abrazó a su amigo el Bato. A éste lo invitó a su próximo acto, el cual sería la tarde del sábado. El Bato apenas soportando su cabeza pelada dijo: A ver si puedo ir. Entonces el Mimo se subió a su camioneta invisible y encendió el motor. Todo salió bien por el rumbo entre las primeras calles del camino en Woodside, hasta que el Mimo y su acto mortal se enfrentó a la negrura movediza del Brooklyn-Queens Expressway.

El Mimo maniobró bien por unos siete o nueve minutos. De repente, desde el baúl de las marionetas que iba en el asiento trasero se comenzó a escuchar un ruido rascador. Me contó el Mimo que era un ruido así como el que hacen los ratones cuando rascan las paredes. Cuando el Mimo volteó para ver de qué se trataba, fue un segundo nada más, dice, ni siquiera, fue un parpadeo, la camioneta invisible del Mimo no logró maniobrar a la división V que los carriles en construcción señalaban y se fue a estampar hasta partirse a la mitad desde la parte frontal hasta la caja de carga. De milagro se salvó ese Mimo. Su vida invisible tuvo otra oportunidad. Era la segunda vez que el Mimo le hacía espectáculo a la muerte. Eso dijo después de que salió de la cárcel.


Photo by: David Trawin ©

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