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paola maita
Photo by: Johana Almache(i) ©

El lugar que habito

Si tuviese que asignarle un estado de Facebook a la relación que tengo con mi cuerpo en este momento, diría que es complicada.

En el último año, he subido unos kilitos, he cambiado de talla, me he operado de un pólipo, he tenido el segundo esguince de tobillo de mi vida y, la semana pasada, me hice un tatuaje. Hemos tenido muchos cambios.


Lo primero que veo al salir de la ducha, todos los días, es mi cuerpo desnudo reflejado en el espejo. Hay días en los que siento que es un cuerpo maravilloso, digno de contar la historia que ha vivido. Otros días, mis ojos se van directo a las imperfecciones: la barriga, los pelos, mi cabello si amaneció rebelde, las manchas… Hago una lista de todo eso que me molesta ese día para ver qué ropa me pongo que me haga sentir mejor, aunque hayan partes de mí que no puedo tapar con la ropa y otras que no quiero tapar.

Llegar a plantarle la cara al mundo y decir «Luzco así y no me interesa tu opinión», no es algo que me enseñaron a decir en casa ni que tenga fuerzas para decirlo siempre.

Quiero sentir a mi cuerpo como el lugar que habito cómodamente y no como una casa ajena donde las miradas penetran para reventar los cristales.


Desde que tenía 15 años, en mi familia me ofrecieron operarme la nariz.

Se te vería muy linda la punta un poco más fina y respingada

Por otra parte, cuando hablaba de hacerme un tatuaje, parecía que estaba proponiendo el fin del mundo.

Más allá de que ambas son modificaciones corporales permanentes, cada una está asociada a estereotipos sociales diferentes. La cirugía plástica se ve como la posibilidad de arreglar defectos, mientras que los tatuajes son más percibidos como una vuelta contra el sistema. Al menos esta es la impresión que me parece que hay en Latinoamérica.

Esto permite que la cirugía plástica sea vista como una posibilidad de hacerte un cambio para encajar mejor, de verte cómo deberías. En cambio, los tatuajes y otras modificaciones son vistas como la manera de ser diferente, cosa que histórica y generalmente no es lo más apreciado.

Salvo haber hecho un tanto de reflexión personal, nos educan para sentirnos en la potestad de opinar sobre el cuerpo del otro, como si fuese un terreno que nos perteneciese sin duda alguna.

Sugerir que te cambies la nariz, los senos, las nalgas o que te hagas la liposucción, no es un terreno de propiedad pública. El que el cuerpo esté a la vista de todos no implica que sea un parque municipal en el que cualquiera puede circular.

Irónicamente, mientras escribo estas últimas líneas, un hombre que tengo al frente me acaba de mirar de arriba a abajo un par de veces… Y me sentí como un parque municipal. Que vivan las coincidencias…


Photo by: Johana Almache(i) ©

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