La historia de la novela Pastoral Americana de Philip Roth cuenta como un escritor, N. Zuckerman, narra la vida del “Sueco”, prototipo heroico de una perfección inexistente: honrado a carta cabal, moralmente inmaculado, trabajador irredento, responsable hasta la obsesión y tercamente moderado en todos los aspectos. Enfrentado al huracán de los años 60, que arrasó con las creencias de varias generaciones, el Sueco confronta sus convicciones con un mundo enloquecido que no obedece a las leyes que lo sostienen a él y a su universo, sumiéndolo en un infierno inesperado. Infierno concentrado en la hija terrorista, decidida a exterminarlos a todos.
Philip Roth a través de esta historia nos cuenta con detalle y ferocidad creciente la destrucción del “American Way of Life”, guiado por el descubrimiento de las debilidades internas de ese “self made man” encarnado en el protagonista. Levov tiene todo lo que un americano medio quiere conseguir para encajar en la noción de éxito prefabricado que se vende en las esquinas baratas de los suburbios, plagados de inmigrantes deseosos de contribuir a la fabricación de esa patria según los cánones del momento, estrictamente pre-establecidos.
El narrador busca en el fondo del alma de su figura protagónica los pilares corroídos del mito y encuentra valores que nada tienen que ver con la realidad, así que se dedica a desmitificar la farsa como vía de expiación, comprensión y redención. El narrador es más que un personaje, más que una perspectiva; es un testigo que en sus primeros años ha acompañado, inocente, al fraude, y ahora lo transcribe con saña. Con la ira propia del que ha sido engañado hasta el último minuto, y a su vez, ha disfrutado del engaño y sus encubrimientos.
El título de la obra remite a un tipo de discurso que contiene exhortaciones o instrucciones para el buen vivir, generalmente expuesto por una autoridad religiosa. En este caso el discurso se planteará desde la visión en negativo, que principia desde los monstruos generados por los actos incorrectos que parecían, a simple vista, correctos. La puritana visión del mundo que se implanta como eje conductor de la sociedad estadounidense engendra su propia muerte desde sus caracteres extremos y, por ello, insostenibles.
El narrador es quien descubre la falsa puesta en escena del Sueco: su obra de teatro feliz y serena, ejemplar a la vista. Y lo hace empujado por la solicitud (también enmascaradora) de éste cuando le pide, dado su oficio, que escriba la biografía de su padre (judío polaco, emigrante de la primera guerra que va a parar a un barrio gris de New York y se convierte en un gran empresario) para rendirle homenaje póstumo a todo un sistema de vida en agonía. A partir de este proyecto biográfico, el escritor-narrador contará su versión crítica del Sueco, en la cual se distorsionan datos, se eliminan o incorporan elementos y se interpreta lo que se ha ocultado a todos, tan cuidadosamente.
La historia señala como responsable principal de la degradación del proyecto de felicidad que USA concibió para sí misma y sus satélites, la evasión, el no asumir los errores del mundo interior, el permitir que los demonios de adentro vivieran a sus anchas con tal de que no aparecieran en la mitad de la sala y asustaran a los invitados. La defensa de la imagen por encima de la experiencia auténtica, la incapacidad para reconocer los aspectos equivocados de un sí mismo que no se conoce ni se quiere conocer. Las primeras cien páginas de la novela cuentan el deber ser que no es y que nadie sospechaba que fuera, hasta que el escritor-narrador empieza a hurgar en la posible historia real, sucia y desagradable que dio pie a la tragedia. Aquél beso entre padre e hija que pudo ser equívoco o no, y nadie se preocupó en averiguarlo.
Las tres divisiones de la novela nos instalan en la referencia religiosa que el título ilumina. La primera, El paraíso recordado, sitúa la historia en la primera generación de los Levov, signada por una idea maniquea del mundo que delimita el bien y el mal con fronteras inmodificables. Una de ellas, la inexpugnable, es la que separa la zona oscura de cada quien de la imagen acartonada que sale a actuar cotidianamente. El primer Levov levanta con tesón y rigidez su imperio de guantes y su familia, amparado por un mundo sencillo de comprender, fácil de manejar y al que se puede adaptar con alegría. Todas las expectativas a futuro son irreales pero él no lo sabe, y no tiene por qué sacar otras cuentas que las más simples: si cumples con tu deber todo va a salir bien. Y no hay razón alguna para no cumplir con nuestro deber. He ahí el error. Felicidad garantizada de por vida. Negocio viento en popa, hijos defensores de la moral familiar, nación superior que garantiza que las certezas serán eternas.
No contaba el fundador con la semilla del mal: lo que en su época era transparencia natural, para sus hijos es esfuerzo desgastante ( sobre todo para el cabeza loca de Jerry, en contacto más directo con la realidad) y que el Sueco asume como su misión vital: continuar con las creencias que ya no se sostienen y hacer que sigan firmes contra viento y marea. Contra la revuelta social imparable, contra la política apabullante de un imperio extraviado, contra una economía ya herida de muerte, contra la rebeldía de nuevas generaciones hartas de mentiras, contra los atentados de la verdad.
En el segundo apartado, La caída, se expone el principio del fin. Los cimientos empiezan a ceder, las bases se ven endebles: los guantes ya no son artículos de primera necesidad, el negocio no es un arte, la familia no es la base de la moral, el matrimonio no es un evento idílico, los hijos menoscaban la autoridad el padre, la nación excelsa se equivoca y se convierte en una máquina de muerte. La hija, la heredera del patrimonio ético de este entramado, se ha convertido en una asesina del antiguo régimen: Vietnam la ha despertado y sólo piensa, irracionalmente, en arrasar con la cultura tradicional. Pone bombas, mata inocentes, se dedica a torturar a sus padres como vengadora de las verdades que han sido aniquiladas en aras de mantener el poder. Demente y cínica, Merry Levov es la visión patética de lo irrecuperable. Irracional y exagerada, se describe como el monstruo abominable que ha surgido de las entrañas de un proyecto hipócrita.
Aparece el odio que había debajo del amor, la crueldad que se escondía detrás de la comprensión, el sadismo injertado dentro de la generosidad. El super hombre de las certidumbres queda aniquilado por el futuro que en sus narices le habla de fracaso. La falsedad del conjunto es hiriente: detrás de la que fuera Miss New jersey, vive una esposa superficial, egoísta y cómoda; detrás de la industria manufacturera, las tensiones entre poderosos y oprimidos; detrás de la familia perfecta, una olla de bichos que se desgarran; detrás de la felicidad representada, la soledad más desgarradora. Siguiendo el viaje inverso a toda la teoría creacionista, el orden generó el caos y en él estamos.
La tercera parte, El paraíso perdido, supone el funeral de todas las ilusiones. La novela pinta un cuadro final decepcionante al máximo: todo es mentira. Infieles, tramposos, desleales, embusteros, cobardes, el grupo de amigos y familiares que se dan cita en la póstuma barbacoa de los Levov produce un asombro violento. La ira del Sueco sale a escena cuando casi mata a la que nos enteramos fue su amante por corto tiempo y escondió a la hija infame de la pesquisa policial tras el atentado a la estafeta de correos. La transgresión latente, la moral burlada, la integridad destruida, y el mal a flor de piel se citan en esa cocina donde, al fin, una desquiciada le clava el tenedor en la mano al abuelo Levov, para que se sepa que nadie se salva, que la perturbación es general y que no hay recuperación posible para ellos.