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madeline millan
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El humor en los tiempos del cólera, si no puedes «Shake hands» pues «Shake your bootie»

No dejo de asombrarme cuando descubro que vivo entre dos idiomas y dos culturas, y dos de muchas otras tantas cosas, a diestra y siniestra. Son muchas las sorpresas, asombros y descubrimientos que me deparan las palabras. Recuerdo cuando me percaté de la expresión «Pop Corn». La onomatopeya en inglés es otra cosa cuando mencionamos las aromáticas «Palomitas de maíz». Son dos maravillosas formas de señalar lo mismo. Una enfatiza en la imagen y la otra en el sonido. Con esta doble mirada, describo el presente. Es difícil reír cuando todo parece ir de mal en peor. Algunos dirán que es de mal gusto, irreverente e inapropiado que en estos momentos de primavera y Thánatos o Tana —deidad menor de la noche y lúgubres asuntos—, se me ocurra invocar a Momo, dios de la risa, quien era también el dios de los escritores y los poetas. Será verdad lo que afirmaba la «Ley de Murphy» y, asimismo, todos las teorías que se desarrollaron alrededor de esa idea capital. Algunas muy serias y otras muy cínicas afirman: “Si algo va bien, tarde o temprano se pondrá color de hormiga brava”. Llegarán las plagas y las profecías de fin del mundo se cumplirán. Pienso, sin embargo, que en esta encerrona vamos a tener que intentar reír más, bailar y cantar mientras sigamos vivos, sin importar si estamos solos. No es estar de espaldas a la realidad, pero ¿qué ganamos con ese minuto esperando a Godot si nunca llega? ¿O por la carta del Coronel Buendía que tampoco llegó? ¿O repetir el modelo de la Penélope de Homero dedicada 25 años a un tejido para impedir nuevas nupcias? Mientras ella soñaba con el regreso de un maridito, él por su lado resolvía con un sentido práctico el presente y, contrario a quien espera, se puso a vivir feliz con otra enamorada. No fumes, ni te sientes como una Sarita Montiel “fumando espero”. Yo me río como en un poema gongorino cuyo estribillo “ríase la gente” nos enseña una filosofía práctica del vivir y de lo simple.

Los libros sagrados de la humanidad discuten la risa como cosa de necios y tontos. Hacerla presente era incitar de lleno la censura y la moral del sabio enjuto. El filósofo Henri Bergson fue más lejos en su libro del mismo título, La risa. Nos explicaba que el sentimiento represivo llega de modo inconsciente a nuestro pensamiento. ¿No les pasa ahora que sabemos que allá afuera otros están llorando, sufriendo, muriendo? Hace un rato me di cuenta de ello porque me di licencia para reír; y cuando lo hice tuve la impresión o la sospecha que solo yo reía. Todo comenzó con un correo electrónico.

Un amigo y colega de la universidad donde enseño nos escribió a mis compañeros y a mí diciendo más o menos lo siguiente: “We will not be able to shake hands any more for a long time”. Si bien era cierto me pareció melodramático. De hecho, es alarmante. Al día de hoy, en estos momentos, las estadísticas de Nueva York han escalado a 7000 muertos. No podríamos darnos ese apretón de manos ni besarnos, obviamente, por las prácticas de higiene que nos previenen para no infectarnos con el virus. Pero, como un niño que mientras más seria se pone la maestra, más ganas le da de soltar la risota, a mí se me prendió un pensamiento que invita a la risa. Como mencioné al principio con lo del “pop corn” y las “palomitas del maíz”, mi mente se cruza continua e involuntariamente de un idioma a otro. En inglés, la frase «Shake hands» se refiere al acto de darse un apretón de manos al saludarse, sobre todo entre hombres. Es sustantivo para hablar de un batido e implica igualmente “mover” o batir. Así que le contesté, recordando una canción de los 70, «So, Shake your booty» y le adjunté esta canción de los setenta:

 

Me doy cuenta de que me obligo a reír a pesar de las circunstancias. Siempre he sido un poco así, no hacerlo para mí es entregarme. Pongo resistencia al sufrimiento, y me voy por el lado contrario. No le doy ni altar ni cielo. A veces me pregunto si es algo cultural porque siendo del Caribe y habiendo estado en Cuba, me preguntaba cómo se puede reír cuando la vida no nos da motivos.

No todo está perdido aunque no podamos tocarnos o hablarnos por muy buen tiempo. La película sobre la vida del ex presidente uruguayo, Pepe Mujica, titulada “La noche de 12 años” (Álvaro Brechner, 2018) es un ejemplo claro de las proezas humanas en situaciones límite. Los prisioneros se comunicaban y agenciaban formas para mantener la cordura. Mucho cine que toca el tema de las cárceles y de los campos de concentración nos dan modelos: “Milagro en la celda # 7 de Mehmet Ada Oztekin (2019) o la más antigua “La vida es maravillosa” (1997) Roberto Benigni. Y más viejas todavía, las del cine mudo de Chaplin en tiempos de la gran depresión cuando reír venía mano a mano con la lágrima.

No sé cómo, sin querer, le estaba dando la vuelta al tornillo con el humor porque yo vivo sola y este ha sido mi mecanismo para no tomarme a lo terrible el vivir en soledad, el enfermarme, el no tener a veces con quién hablar, tocar, amar. Traduzco mi vida y muchas acciones en juegos de palabras. Es un proceso que me viene de manera automática, generando asociaciones. Se produce esta respuesta y mecanismo emocional y de la siquis para liberar tensión. Además, unos más que otros reímos porque es parte de nuestra naturaleza. Lo ideal en tiempos difíciles sería cantar y bailar cuando el encierro y la asfixia mental son las opciones negativas. Como en la nota anterior, donde discuto la ciencia de respirar (pranayama; y mudras) como “remedio casero” y a la mano, esta nota no quiere quedarse en pura verborrea. Salud es reír también, cantar y bailar. Como el aire, estas acciones no cuestan nada, son gratis. No necesito instrumentos sofisticados. Los puedo inventar con latones, maderas, tubos, usando incluso partes de mi cuerpo. Cantar sale de mí, bailar está en mí. Gózate esta oportunidad de estar de puertas adentro, dentro de ti. Carpe Diem. Todas mis ideas dichas aquí las poetizó el poeta inglés William Burtler Yeast en “Among School Children”. Espero que le vean el sentido último de esta nota.

Are you the leaf, the blossom or the bole?
O body swayed to music, O brightening glance,
How can we know the dancer from the dance?

¿Eres la hoja, la flor o el tronco?
¡Oh cuerpo sometido a la música! ¡Oh centelleante mirada!
¿Cómo del baile se distingue el bailarín?


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