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arturo serna
Photo by: Noah ©

El hidromiel de los poetas

No fue por los libros que supe de los escaldas sino por Björk, quien me citó en la esquina de Callao y Corrientes por una razón más pedestre y más humana.

La novia de Ramón estaba visiblemente angustiada. Amaba a Ramón pero necesitaba volver a Islandia. Había pasado mucho tiempo en Buenos Aires y tenía el síndrome de los viajeros permanentes.

“Si no vuelves a tu país, corres el riesgo de olvidar tu origen”, me dijo Björk esa tarde soleada, en invierno. “Adoro a Ramoncito”, continuó, “pero debo volver a Reikiavik. Hace tiempo que no veo a mi familia. Te quería consultar sobre el carácter de los argentinos”.

La miré tímidamente –no puedo sostener la mirada por mucho tiempo frente a una mujer—y empecé a hablar. Le dije que no debía preocuparse, que Ramón la esperaría. Ya había advertido que esa era la verdadera preocupación de Björk. Primero Ramón había dicho que se iría con ella. Después cambió de parecer y me dijo, una tarde en Caballito, que prefería quedarse un tiempo más y esperar que su novia volviera a la Argentina.

“Tengo miedo de que no me espere”, dijo Björk con evidente sentido de realidad.

“Yo voy a ayudar”, dije. “No te preocupes”.

Le expliqué algo que ella ya sabía, que él estaba completamente enamorado, y que ninguna criolla iba a sustituir los mimos nórdicos. Ella se rió y se distendió. Dijo que yo era optimista y que las habilidades de las brujas son potentes en todos los lugares. Me reí aunque el asunto no lo merecía. Björk trató de calmarse y agregó que su necesidad de volver a la isla era imperiosa: hacía años que no veía a los suyos y dijo que si no pisaba tierra islandesa corría el riesgo de olvidar su lengua, que la antigua lengua de los islandeses es hablada únicamente en la isla. Además, la tradición es la tradición y si bien es cierto que Buenos Aires es una ciudad cosmopolita nada se compara con escuchar en una fiesta los saludos en esa lengua que mantiene, subterráneamente, el encanto de los escaldas.

Aunque mi curiosidad era grande, la urgencia por el humo generoso y salvífico del cigarrillo era mayor. Salí a fumar un pucho y cuando regresé Björk me regaló una historia inesperada. Björk entró en éxtasis y habló sin respirar, intercaló vocablos islandeses que no entendí y dijo frases completas en esa lengua áspera y musical. En otras palabras, narrar una historia nórdica le permitía volver a sus ancestros. Contó que dos enanos con nombres impronunciables eran el origen maléfico y benéfico de la poesía. Los enanos mataron a un sabio llamado Kvásir. Volcaron la sangre de Kvásir en dos cubas y la mezclaron con miel. Los enanos invitaron a un gigante llamado Gílling. Los tres salieron a dar un paseo en su barca. Los enanos hicieron chocar la barca contra un escollo y el gigante Gílling cayó al mar y se ahogó en las frías aguas nórdicas. Le contaron a su esposa que su marido había muerto. La mujer se puso a llorar tan estruendosamente que los enanos intentaron matarla para hacerla callar. El hijo de los gigantes se llamaba Súttung y al enterarse del ardid de los enanos los amenazó con tirarlos en el mar. Para salvarse, los enanos hicieron un trato: le dijeron que le entregarían el hidromiel del sabio Kvásir a cambio de que los perdone. De esta forma el hijo de Gílling –Súttung– se llevó las cubas de hidromiel y las escondió en la montaña. Todos los hombres que beben el hidromiel de la montaña se convierten en escaldas, es decir, en poetas o sabios.

Pedí un café y me entregué al placer del sabor porteño. Björk estaba más sosegada. Era obvio que volver a su lengua la tranquilizaba. Le dije que la historia era hermosa y que ella la contaba de maravillas. Sonrió y me dijo que lo único que le importaba era volver a ver a Ramón. Quizás porque soy de un suburbio de Buenos Aires y desconfío de los sentimientos humanos, no dejó de llamarme la atención que una culta rubia islandesa amara con tanto esmero a Ramón, un morocho y pobre albañil del conurbano. Además, sentí un poco de envidia ya que mi pasado amoroso era mediocre o había terminado en fracaso. Mi gran amor Lucrecia me esquivaba cuando podía y mis defensas para ese sentimiento oscuro y difícil eran pocas.

Björk aclaró que la poesía recibía varios nombres, entre ellos “la sangre de Kvásir” o “la bebida de los enanos”, y que eso era un juego retórico propio de los islandeses. Era muy común que formaran palabras con otras palabras y que unir muchas imágenes era algo que recibía el nombre de Kenningar. Le dije que algo sabia de las artimañas con el lenguaje por Borges. Borges se había ocupado de las figuras poéticas nórdicas. Aunque el viejo ciego estaba sobrevalorado y era un conservador indefendible se había ocupado de indagar una lengua tan complicada. Viejas estudiosas de Borges se ufanaban al decir que Borges era un filósofo pero eso no era cierto. Borges era más hábil como poeta que como cualquier otra cosa. “No ha hecho otra cosa que repetir unas cuantas metáforas, la mayoría robadas de los autores que releía. Finalmente, la poesía es mejor que la filosofía ya que parte del supuesto de que la realidad es inaccesible”, lancé en un trance difícil de salir. Björk estaba más preocupada por su futuro viaje y por el estado de su amor y quizás por eso no escuchó o dejó pasar mis bravuconadas.

Björk no fumaba pero sí bebía con dedicación. Pidió un licor y dijo que la poesía era un líquido que se podía beber en demasía, y se rió y tragó un poco más de alcohol. Creo que el relato, el licor y el uso inmediato de su lengua la calmaron. Pensé que la poesía es un líquido que envalentona al más habilidoso ya que si se bebe y no hay talento el licor cae en vaso roto. Para los islandeses la poesía es un líquido escondido en la montaña. ¿Eso significa que hay poesía en la naturaleza? El hidromiel es un líquido dulce amargo, como decía Safo de Eros ya que está hecho de sangre y miel. ¿Qué consecuencias trae a los poetas el líquido paradojal? Quizás un poeta se entrena en la ardua carrera de cantar sobre un asunto triste con acordes dulces o refiere problemas alegres con un tono elegiaco. Y esa mezcla de sangre y miel provee a los escaldas y a los poetas posteriores una habilidad única, una dote para tratar la vida desde la paradoja y la contradicción. Los hace hábiles en el trabajo con la existencia ya que de eso se trata, de evaluar o pensar siguiendo el ritmo inestable e inesperado de los hechos. Por otra parte, alguien había reparado, seguramente, en que el origen de la poesía era el mal. Los enanos crueles habían asesinado al sabio Kvásir para conseguir el líquido exquisito. ¿Qué podríamos decir de la genealogía escandinava de la poesía? Los poetas no son ángeles ni demonios. En todo caso, se convierten en medios para descargar en los versos el antiguo licor que han bebido.

Björk no podía escuchar mis pensamientos y pidió unas medidas más de licor y con eso se quedó quieta por un rato.

Ramón la llamó al celular antes de que nos despidiéramos. Ella lo trató como a un bebé. Yo no podía escuchar la voz de Ramón pero imaginé que él le hablaba con ternura, quizás con excesivo amor. Aunque se iban a separar por un tiempo era obvio que esa pareja duraría mucho más de lo que suelen durar las parejas. Habían sido bendecidos con el hidromiel de los enanos malditos.


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