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Daniel Campos
Photo Credits: Norbert Eder ©

El guachimán asaltado

En las filas de espera de las instituciones públicas, en Tiquicia como en cualquier país, la gente tiene varias opciones: frustrarse mirando el ritmo al que actúa el burócrata que atiende la fila (actitud masoquista muy popular), leer un libro y disfrutarlo (rarísima escogencia), aislarse del entorno y enfocarse en el teléfono celular (comportamiento mayoritario en estos días), escuchar conversaciones ajenas (dícese “viniar” en Costa Rica, cosa que hago a veces con la excusa de escribir), observar personas e interpretar su ánimo por medio de sus expresiones faciales y postura corporal (posibilidad perceptiva), inventarles historias (posibilidad imaginativa) o conversar con el prójimo (posibilidad de interacción humana), entre muchas otras.

Aquel viernes por la tarde yo estaba en el Registro Civil en San José para retirar mi nueva cédula de identidad, recién solicitada esa mañana. La fila era larga pero se movía rápido por lo que no podía concentrarme en leer el libro que llevaba. No sabía aún cuál otra opción escoger para pasar el tiempo cuando el muchacho que iba detrás de mí resolvió la cuestión al hablarme:

—Mae, ¡qué agüevado esta vara de sacar los documentos!

—Diay sí, yo perdí mi billetera. ¿A usted qué le pasó?

—Mae, me asaltaron anoche. Iba llegando a mi casa en Barrio Córdoba, ya estaba casi entrando, cuando me salieron dos maecillos jóvenes al corte y sacaron los chopos y me dijeron que si hacía mates me disparaban. Yo les dije, “Diay, tomen, aquí está la billetera y el celular, pero ‘déjemen’ los documentos”. Pero no les dio la gana dejármelos. Me dijeron, “No jodás”, y se llevaron todo. Mae, hasta se llevaron mi permiso para portar armas. Es que yo trabajo en una empresa de seguridad y tengo arma. ¡Qué lástima que no la andaba porque se las hubiera sacado a los maes y esos jetas se hubieran asustado! Ni saben disparar, es sólo para impresionar que sacan la pistola, pero si se les enfrenta un mae que sabe, comen gallina y jalan. Claro, yo no les hubiera disparado, porque después uno se lleva el canazo y la cárcel es ruda, pero los hubiera asustado. Después del asalto llamé a la policía. Los tombos me conocen porque trabajo en seguridad. Y nos fuimos a buscarlos en la patrulla. Es más, me dijeron que si encontrábamos a los maleantes, ellos los encerraban en una perrera para que yo les diera una buena pichaciada y después ellos decían que así los encontraron, vergueados. Pero no los vimos. ¡Qué va, ya habían jalado!

En lo que me contó todo ese rollo hicimos toda la fila y llegamos a la ventanilla. Al despedirnos, le choqué la mano. Era treintañero, robusto, pelirrojo. Le dije que se cuidara. El trabajo de guachimán (watchman) es peligroso.

Salí del Registro Civil con mi nueva cédula de identidad. Había resuelto apenas un trámite de muchos pendientes. Por dicha había conversado con un personaje inolvidable que además me había revelado, en su retahíla, algunas realidades josefinas.


Photo Credits: Norbert Eder ©

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