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Paola Maita
Paola Maita

El fuego de San Juan

Creo que nunca me había sentido tan triste como la tarde en la que caminé por las calles llorando escondida detrás de mis lentes de sol. Agradecí que aquí el verano significa que los días son más largos, por tanto es normal que ande a las siete y media de la noche con ellos puestos en la calle.

No lloraba por algo en particular sino por una suma de motivos que a otro podría parecerle tonto. En verano en Europa todos andan en la calle, sentados en terrazas conversando con sus amigos. Una amiga y yo tenemos la teoría de que los europeos creen que todo el calor que absorban en verano, podrán guardarlo para el invierno, porque de verdad aman el sol y su fulgor en esta época.

La imagen de todos teniendo a alguien con quien salir me dolió de una manera nueva. No fue igual al dolor de escuchar a mi mamá por teléfono llorando hace unas semanas atrás, o las voces de los niños separados de sus padres en la frontera de Estados Unidos. Esta vez fue más un dolor del grito sordo de no tener una amiga en la misma ciudad que me acompañase a comprar los libros para el curso de catalán o tomarme algo en cualquiera de las plazas.

Intenté traer de vuelta la sensación de hipnosis que había sentido hace algunos días en la celebración de la noche de San Juan, cuando estuvimos en la fiesta del pueblo. En la fiesta había alguien disfrazado de macho cabrío que lideraba un grupo de percusión que acompañaba a los correfocs, que literalmente significa correfuegos, unas personas que van corriendo con fuegos artificiales montados en diferentes maneras, adornando dragones o levantados de tal forma que las chispas que desprendían parecían formar un paraguas. San Juan o alguna referencia a él brillaban por sus ausencias.

Cuando veía la cara de los demás que estaban allí, notaba que todos los disfrutábamos. Con las imágenes de todas las personas divirtiéndonos alrededor del fuego, no pude evitar pensar en nuestro lado primitivo.

El fuego decididamente es nuestro primer gran invento como especie, un elemento determinante que nos influye sin importar que hayan pasado miles de años desde el primer momento que lo vimos. Sabemos que a su alrededor aprendimos a contarnos historias, cocinar y mantenernos calientes, pero también es un elemento que lo hemos asociado a la destrucción y la purificación.

Un incendio es devastador porque devora todo lo que consigue a su paso sin miramiento alguno, pero cuando termina, deja todo limpio y vacío para sembrar y que crezcan nuevas cosas.

Puedo entender por qué nos sigue fascinando algo tan simple como el fuego, a pesar que luego hayamos construido máquinas increíbles, porque esa sensación que nos quedó grabada en los genes de ver algo arder y lo que hacemos alrededor de ello es tan sencilla que no me imagino algo que pueda igualarlo.

Ese día el fuego me hizo sentir parte de la comunidad. Éramos un todo celebrando alrededor de él. El detalle está en unos días más tarde cuando después del fuego, el jolgorio y la fiesta, sólo hay cenizas.

La mayor parte del tiempo, me encanta pensar que hemos colonizado nuestros instintos y que la racionalidad nos predomina. Las veces que he leído sobre las religiones paganas y rituales wiccans¸ lo he hecho por pura curiosidad, pero no lograba imaginarme la sensación que podía generar eso en la piel el vivirlos.

Hace unos días era la celebración de la fiesta de San Juan. Yo había visto en mi país tambores en las playas y salir a bailar al santo. Nunca me había detenido a pensar qué tan diferente podía ser en otro lugar. Cuando me dijeron para ir a la plaza del Ayuntamiento del pueblo, me imaginaba algo como lo que ya conocía, pero me sorprendí de encontrar algo completamente diferente.

Más que la cantidad de petardos fuera de la época habitual para mí que es diciembre, me impresionó ver el enfoque más pagano de la celebración. Alguien disfrazado de macho cabrío lideraba un grupo de percusión que acompañaba a los correfocs, que literalmente significa correfuegos, unas personas que van corriendo con fuegos artificiales montados en diferentes maneras, adornando dragones o levantados de tal forma que las chispas que desprendían parecían formar un paraguas. San Juan, o alguna referencia a él, brillaban por sus ausencias.


Photo Credits: Paola Maita

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