Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
paola maita
paola maita

El exilio de las mandrágoras

─Mamá, ¿Cómo se trasplanta una mata?

Mi mamá sabe que mi curiosidad puede llegar a niveles legendarios, y que de mí puede esperar cualquier tipo de pregunta, así que no intentó indagar mucho de dónde venía este repentino interés por la jardinería, un arte que en la vida me ha despertado la más mínima curiosidad. Me explicó que sencillamente iba halando la planta, tomándola por el tallo, hasta que lograse sacar todas las raíces, y luego la metía en el matero nuevo.

─¿Y si las raíces están muy profundas?

─Haces igual, pero te ayudas de una pala para ir cavando alrededor.

También me dijo que se podía romper el matero donde estaba, pero que rara vez era necesario. Según esto, simplemente es cuestión de paciencia y de hacer el procedimiento con delicadeza para no romper las raíces.

Todo pareciese cuestión de coser y cantar hasta que pienso en las mandrágoras. Según las leyendas medievales, cuando estas son arrancadas de la tierra, gritan de tal modo que pueden enloquecer o matar a quienes las escuchen. Los que se arriesgaban a hacerlo, a pesar de las supersticiones, estaban motivados por conseguir el jugo medicinal de sus hojas. De pronto, la jardinería suena muy arriesgada, más para alguien como yo, cuya torpeza es tan legendaria como su curiosidad.

Sé por qué tengo rato pensando en estas cosas. He pasado una buena cantidad de tiempo e invertido otra de dinero con mi analista como para no poder deducir por mi propia cuenta ciertas cosas de mi inconsciente. En dos semanas estaré montada en un avión, porque como tantos otros venezolanos, me iré a otro país. Supongo que esto es lo más cercano a un trasplante de maceta que puedo vivir.

Venezuela es mi maceta rota en este momento. Casi sobra decirlo. Sé que las matas no tienen un cerebro, así que no creo que les dé tristeza cuando alguien rompe su envase para meterla en uno más grande, pero yo no soy una planta. Quisiera irme con la serenidad que mi maceta natal va a estar bien, pero sé que la realidad está lejos de eso.

Miro mi maceta, con sus grietas que amenazan con resquebrajarla en cualquier momento, y no puedo evitar preguntarme cómo llegó a este punto. Veo las plantas que se quedan, las de hojas amarillas a punto de marchitarse y los retoños que aún tienen el atrevimiento de germinar allí, y no entiendo cómo lo hacen.

Me preocupa qué hacer con mis raíces. No quiero que se rompan. Me da miedo que no encuentren su camino en el suelo nuevo. Después de todo, hay plantas que en mi casa no han sobrevivido porque no se “pegaron” a la tierra nueva.

Quienes emigramos, nos sometemos al mismo riesgo de quienes en los mitos arrancan las mandrágoras: conseguir un jugo medicinal que nos sane el alma, enloquecer o incluso morir en el intento.


Photo Credits: Paola Maita

Hey you,
¿nos brindas un café?