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Photo Credits: Nico Paix ©

El error Borges

No sé exactamente por qué Borges ha sido elevado a la categoría de escritor nacional. Es cierto que su ironía inglesa y sus respuestas oportunas generan una adhesión casi inmediata. Como otros escritores, Borges es hábil ejecutor de peripecias verbales. Esos artificios vacíos atraen como un imán perfecto. Pero sus discursos, sus conferencias y algunos de sus ensayos provocan una fascinación insípida. El estilo es el centro de su poética. Y más allá del juego sin fondo vital, está la nada o la sensación irrecuperable de una insatisfacción extraña. A Borges le falta calle y soledad. La filosofía para él es solo motivo de repetición estéril y monótona. No existe en Borges un interés genuino en el pensamiento ni en las alarmas de la vida.

El foco exclusivo en el estilo no solo define su voz como una entonación inusual sino que enmarca, a la vez, la impostación de una serie que se convierte en fábrica formal. Es decir, Borges es sobre todo una voz que nos habla al oído y que, después de mucho tiempo de frecuentarlo, puede producir un cansancio. Desde la fatiga de la repetición es que promuevo estas líneas.

Por esta razón, sostengo que Borges es un demiurgo monótono o un anotador de aciertos lógicos que se regodea en la palinodia. Repite sus hallazgos hasta el hartazgo. En eso, Borges es consecuente. Pero no podemos dejar pasar que su búsqueda es ritualista y agotadora.

Ricardo Piglia, quien ha incurrido en el defecto trillado de elogiar a sus compañeros de ideología, acierta en un detalle específico y clave: en una de sus novelas –Respiración artifical  sostiene que Borges es un escritor del siglo XIX. El perpetrador de “El Aleph” mejora y lleva al límite el gesto pequeñoburgués de valorar la literatura por la sintaxis medida y la hipercorrección estrafalaria.

El principal problema, me parece, es la cuestión limitativa que produce la estética de Borges. Nuestro escritor internacional es un vanidoso incurable que causa una clausura: sus apotegmas, sus frases sentenciosas y abismales imposibilitan que los nuevos escritores sigan esa puerta futura. Antes que una abertura o un horizonte, sus versos son una cerradura fatal. Cualquier seguidor de Borges es un “prodigioso mono”, como le gustaba decir a él. Si trasladamos este efecto al pasado –siguiendo la hipótesis de Kafka y sus precursores—está bien. Pero lanzado hacia el futuro se convierte en un error. Para nosotros, Borges es un error.


Photo Credits: Nico Paix ©

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