¿Cómo responder a la disonancia emocional e intelectual que te genera el presenciar injusticia social en medio de la paz natural de Prospect Park?
Fui al lago para observar al garzón azulado (Ardea herodias) que pesca en la orilla suroeste al atardecer. No lo encontré pescando con sigilo sino posado en la copa de un árbol. Su rama se mecía en el viento y el ave, inmutable, hacía equilibrio con los movimientos en subibaja de su cola.
Estratos ondulados y tenues recorrían el cielo y le daban un aspecto inusitado, como si un cielorraso gris, de cúpulas cóncavas, cubriera al lago y albergara a sus seres.
Di gracias al lago por la escena y busqué el sendero para subir la colina. Deambule por trillos entreverados, disfrutando de los sonidos y aromas del bosque primario en la penumbra.
Al aproximarme a la cima, vi ladera abajo a un hombre afrodescendiente dormido sobre cartones, agazapado en una enramada. A su lado tenía una bolsa grande, de plástico negro, con sus pertenencias.
Lo rodeaban luciérnagas que rutilaban mientras él dormía. Ante la falta de amparo humano, Natura Naturans le había proveído destellos verdes como si fueran luces de esperanza. ¿Le hablarían las luciérnagas con sus voces sutiles? ¿Podría él escucharlas?
Conmovido, recordé que en esos mismos parajes había visto, en otras ocasiones, a hombres mestizos mesoamericanos esconder sus pertenencias entre arbustos durante el día, mientras salían en busca de trabajo, para luego pernoctar a la intemperie.
Consciente del contraste entre la belleza natural y la injusticia humana en el parque brooklynense, ascendí el último trecho de bosque. Me despedí de las luciérnagas y los desamparados en silencio, salí a la avenida y regresé a casa.
Abrigo, comida y descanso me aguardaban. Ojalá sirvan para que yo pueda y sepa cuidar a mi prójimo desde un lugar seguro y estable.
Photo by: Steven Pisano ©