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Horizonte de sucesos, de Mónica Ávila

El cuaderno inclasificable y el tercer sentido

Sobre Horizonte de sucesos, de Mónica Ávila

El indiano rico, su reloj con leontina, su sidecar, su jardín utópico en la azotea, los proyectos de escritura en suspenso: Mónica Ávila esculpe su novela autobiográfica con retazos de José, el abuelo al que no conoció pero sobre todo con la lupa que agranda y modifica los recuerdos. En el grado de angulación de la lupa, en la luz que cambia los objetos (y los tiempos) se encuentra el arte de la invención literaria. Ávila sabe que además de los sucesos está el horizonte y el ojo, y con el ojo y el horizonte la atmósfera. Mónica Ávila contempla el horizonte y narra las historias detrás de las fotos, expandidas en la humedad y el polvo, delante de las aventuras inconclusas, en los pliegues de las hojas húmedas de un cuaderno inclasificable.

Qué importa el género, parece decirnos la autora. Lo que sobrevive es la voluntad de fabulación a partir del pasado involuntario. La imaginación llena el pozo de sombras de lo desconocido.

Horizonte difuso y entrevisto, agua luminosa, sudestada que se fuga, pasado entre fotos, letra borrosa en el papel húmedo: estos son los materiales de un libro breve y contundente que rearma un álbum familiar y que lo sazona con autobiografía, evocación pausada, crónica alusiva y lírica.

¿Qué ocurre cuando abrimos el baúl o el placar? El pasado es una equis que guarda el tiempo que se ha ido, ese pasado que no es otra cosa que el presente de los que leen y el futuro de los que verán el tesoro de la pasión y del secreto.

Ávila escribe este libro para despertar el enigma de su abuelo y para verse en un espejo guardado en un placar olvidado. ¿Quién era José? ¿Por qué escribió ese cuaderno inclasificable? ¿José era un Macedonio Fernández del río, un adelantado que se burlaba de los géneros? ¿Era el otro/el mismo que creó el taller, el que montó la bicicleta, el sidecar transalpino, el que meneó orgulloso su reloj con leontina? ¿Era el hacedor escondido de un jardín «insensato» en la terraza demolida?

Mónica Ávila elabora un dibujo posible y una diadema de perfiles, un abanico de recorridos entre España y Tigre, entre Buenos Aires y el río. Su novela une generaciones y los eslabones de la leontina temporal  entran y salen con la frecuencia cíclica y feliz de las olas del río. Como si fuera una colección de fotos recuperadas, narra episodios verosímiles, escenas que merecen ser reales. Todo es real por el poder de la literatura porque, según la teoría de Roland Barthes, la novela de Ávila ausculta el sentido obtuso, explora ese tercer sentido que se filtra entre los empapelados del recuerdo, en la filigrana de la materia, en los intersticios de los diarios, en los huecos de la leontina, en los silencios buscados de la literatura.

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