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fabian soberon
Photo by: melquiades1898 ©

El croto (VI)

Han pasado meses. En el diario de la mañana anuncian que ha muerto la mitad de la población.

El shopping que estaba cerca del banco está cerrado. El consumo ha bajado de una forma brusca. El gobierno está buscando la manera de generar una economía que funcione en medio de la crisis. No hay una receta. 

Un filósofo se ha preguntado en un artículo por el sentido de la vida en el nuevo escenario. El croto no participa de esos dilemas. No le interesan. Lo único que desea es caminar tranquilo.

Abrumado por el pasado, el croto tiene una idea fija. Como no habla con nadie, dialoga consigo mismo.

Aunque la cuarentena ha terminado, el mundo es otro. Pocas personas circulan en la calle. Diezmada por la catástrofe, la ciudad nunca volverá a ser la misma. Los linyeras y los ricos han ganado el espacio público.

El hotel Colonial ha sido una sala de internación durante los últimos días de la pandemia y ahora está vacío. El croto se detiene en la penumbra de la vereda y pega su cara al vidrio frío. Mira hacia el interior. Las barandas doradas de la escalera principal han perdido el brillo. Alguien se ha robado las sillas del recibidor. El mostrador exhibe una profunda mancha de humedad. En el techo,  un agujero pronunciado permite que una gotera repercuta en el piso. Un empresario dijo que los hoteles no tienen sentido. Nadie viaja. Nadie necesita un hotel.

Llega a una estación de servicio. Las mangueras de los surtidores cuelgan, exánimes. El croto ve a un hombre solitario que come un pedazo de pollo, sentado en el cordón. El croto se acerca y le pregunta si se consigue agua. El otro, atragantado, le dice que sí. El croto ingresa al salón. Los asistentes beben su desayuno con cierta parsimonia. El ritmo de vida se ha modificado. La estación de servicio ya no recibe autos. Solo el bar cumple una función. La muerte masiva ha dejado algunas lecciones inesperadas.

Nadie mira al croto. Forma parte del paisaje invisible. Pide una bolsa con agua. Sale al playón.

El croto se sienta. El otro lo mira. Sigue con el pollo. El croto empieza a hablar y le pregunta el nombre. El otro le dice Victor. El croto empieza a llamarlo Víctor. Y le cuenta que hace más de una década que vive en la calle. Víctor lo mira, amable, demorado más en la comida que en la charla ocasional. Le dice que es de lo viejos, de los pioneros. El croto sonríe, agradecido, y le confiesa que hace mucho que no habla con alguien. Víctor lo escucha. El croto le cuenta que ha huido de su casa mucho antes de la pandemia. Su padre lo tenía encerrado en una finca. El padre era un terrateniente, era el dueño del pueblo.

Víctor le pregunta si sabe algo de su familia. El croto le dice que no sabe nada y que no quiere saber. Víctor termina el pollo y se levanta. Agarra su mochilita y camina. El croto sigue los pasos de Víctor. Este se da vuelta y le dice que se va para el sur. El croto le pregunta si es una invitación. Víctor no le contesta. El croto se coloca al lado de Víctor.

En la estación, no hay policías ni guardias. Las entradas a los trenes y subtes están liberadas. A la hora señalada, suben al tren.

Llegan a la ciudad patagónica.

Antes de despedirse, Víctor le dice que debe tener cuidado con el amor.


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