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fabian soberon
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El croto (IX)

Al bajar en la estación cercana al banco, el croto tiene en mente un nombre. En la calle, algunas personas caminan como zombis, perdidas o absorbidas por el ajetreo. En los bares de la avenida, unas pocas personas, aisladas, revisan sus celulares. Ya nadie espera nada. La enfermedad ha impuesto el ritmo a las cosas.

El croto llega a la puerta de la casa. Toca el timbre. Lo atiende un hombre mayor, con barba y con el mate en la mano. Es Arnaldo, el poeta con el que compartían, en los años de la juventud, una ilusión. Arnaldo se sorprende al verlo en la puerta, se queda mudo. Luego lo abraza y le pregunta si está vivo. Le dice que lo imaginaba muerto.

En el living, toman mate. Arnaldo le dice que la palabra es vana, que solo produce pensamiento, que el pensamiento es una ruina. Lo más importante en la vida es la libertad y la poesía; la poesía está más allá de las palabras. La poesía está en las cosas y en las personas que trascienden el lenguaje. Arnaldo le pide que visite a sus padres. Ahí está el origen de la poesía del croto.

El croto vuelve a contar la historia del encierro. Le recuerda que su padre lo ocultó en la finca, en la pieza de las herramientas. Le dice lo que ya sabe: el padre no quería que estudie artes, solo admitía que se dedicara a la medicina o a la abogacía. El croto le había asegurado que no haría tal cosa. El padre, cansado de la desobediencia, había decidido encerrarlo como una lección severa.

Arnaldo le ruega que olvide el pasado, le dice que si él se queda ahí vivirá atrapado por el rencor.

La ronda de mate es larga. El silencio gana la partida. No dicen nada sobre el efecto de la pandemia. Ambos saben que concuerdan en lo esencial.

Se despiden en la puerta con un abrazo.

En las avenidas ha crecido el pasto en las líneas que unen las capas de asfalto. El número de autos se ha reducido. Algunos infectólogos han sostenido que el petróleo guarda una cepa del virus que diezmó a la población. El gobierno ha pedido que se reduzca la venta de combustible.

El croto se dirige a la ruta. Quiere hacer dedo. En los alrededores los árboles frondosos invaden el camino. Dos troncos caídos impiden la circulación. Otros están quebrados. Una nube de mosquitos fabrica un remolino sonoro. Unos pumas merodean, tranquilos.

Las autoridades no pueden controlar los desórdenes posteriores a la avalancha sanitaria. Es evidente que la naturaleza ha ganado la ciudad.

El croto espera dos tardes al lado del camino.


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