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fabian soberon
Photo by: Alex Apprich ©

El croto (II)

El segundo día se siente cómodo en su rincón bancario. Toma una bebida a temperatura natural ya que no dispone de heladera ni de nada que ayude a mejorar la temperatura de lo que ingiere.

Camina unas pocas cuadras y descubre corredores aislados y calles anónimas. La ciudad tiene un nuevo rostro, desafectado del ajetreo diario y de los prolegómenos de la economía. No hay chicos que griten ni compradores compulsivos. El croto festeja el silencio. En cada cuadra ve un policía solitario, parado con un barbijo blanco y con una moto depositada como si fuera un caballo. El destello de las radios de comando suena, ufano, en la avenida principal.

El croto levanta unas provisiones perdidas en un cesto tirado en plena calle: un trozo de pollo y un plato plástico con una torta pasada. Los come con fruición: son un manjar en las horas que corren.

A la siesta se recuesta en su colchón. Duerme sin término. Se despierta de noche. Unas nubes violetas cubren el cielo. Empieza a llover. El agua vertical lo asiste. Se acuesta de nuevo y el agua es una melodía parsimoniosa.


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