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fabian soberon
Photo by: Serendigity ©

El crimen de Hiparco

Y junto con su hermano (Hipias) patrocinaba
un extenso archivo de profecías.
Tom Holland

Hiparco era un tirano de Atenas. Era hijo de Pisístrato y junto a su hermano Hipias administraban el gobierno de la ciudad. Hiparco y su hermano tenían un cuidado especial por el archivo de profecías. Guardaban en un cofre del Estado la producción de sueños, ideas y profecías de los ciudadanos atenienses. Según las interpretaciones que hacían de los sueños tomaban las decisiones gubernamentales. Tanto le importaba a Hiparco el curioso y único archivo que, al descubrir que el director había vendido información, lo enviaron al exilio, el peor castigo para un ateniense.

La historia le debe a la tiranía la afición por las bellas letras y las artes. Como futuros tiranos menores y mayores, Hiparco compuso versos y profesó una admiración por los arquitectos. Para mejorar la fama de la decaída Atenas, dispuso un servicio de taxis para los poetas que quisieran visitar la ciudad. De esa forma, la ciudad se convertiría en un centro cultural, un lugar celebrado por los literatos del presente. Asimismo, el pasado literario era una afición constante de Hiparco: era un lector entusiasta de Homero y de sus largos poemas épicos. Su fervor y su deseo de inscribir a Atenas en el mapa literario, le hizo fraguar el lugar de nacimiento de Homero: difundió la noticia falsa de que había nacido en Atenas. Su padre, Pisístrato, también tuvo veleidad de poeta. Imprimió una edición de la Ilíada en la que incluyó versos propios.

A pesar del esfuerzo, las últimas medidas de Hiparco no eran populares y producían desencanto y rechazo en una parte de la población. Además, Hiparco se había interesado en un joven llamado Harmodio, considerado el varón más hermoso de la ciudad. Pero Harmodio había entregado su corazón a otro joven: el alto y rubio Aristogitón.

Dos días antes de la noche final, Hiparco tuvo un sueño indescifrable. Sonó que un joven bello se paraba al lado de su cama y le decía que los crímenes siempre se pagan. Hiparco visitaba el oráculo de Delfos y tenía trato con una pitonisa que le pronosticaba el futuro. La última vez que había visitado el oráculo no había tenido noticias vinculadas con el sueño y tampoco la bruja le había dicho nada sobre un joven hermoso. Hiparco solo tenía el deseo por Harmodio y el sueño siniestro.

Esa noche era la última antes de las competencias más grandes: las Panateneas. Hiparco cruzó la plaza que había construido su padre Pisístrato en un gesto de opulencia y vio en el extremo opuesto la silueta de dos hombres solitarios. Tanto Harmodio como su novio Aristogitón estaban encolerizados por la intervención equivocada en la relación amorosa. Aristogitón consideraba –se supo después– que Hiparco había intentado conquistar a su amor y que había obrado pérfidamente aprovechando su poder tiránico.

Hiparco continuó su caminata por la plaza. Giró su cara en dirección a Oriente y cuando volvió su cabeza no encontró las siluetas.

Aristogitón y Harmodio tomaron una cortada y se colocaron de espaldas al jactancioso tirano Hiparco. Aristogitón, hábil y celoso, llevaba una espada debajo de la ropa.

La multitud clamaba en cada esquina de la Acrópolis. El barullo y los cuerpos sudorosos impedían la mejor visión. Las personas se perdían en el ajetreo populoso. En un instante, la custodia de Hiparco se alejó para observar un episodio de la fiesta. El bravo Aristogitón aprovechó la distracción y se acercó por detrás. Mientras Hiparco reclamaba la ayuda de los guardaespaldas, le hundió la espada en el corazón.


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