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manuel lopez
Photo by: Julien Darius Derriault ©

El corona llegó para quedarse

Todo se ha convertido en una controversia. Celebrar Thanksgiving entre familia también. Escucho a mi familia y amigos defendiendo sus posiciones, esperando que yo también esté de acuerdo, pero a veces no lo estoy.

Podemos ir a mercados, viajar en un avión hermético, incluso ir al baño de dicho avión, frotar codos con otros cuando luchamos por agarrar el último Lysol, pero comer en una mesa con los nuestros es un tema de discusión. Dar gracias y celebrar que estamos vivos todavía, eso no será posible.

Nos aprovechamos del Covid19 a nuestro antojo. Es la excusa perfecta de estos tiempos. Lo peor es que nadie cuestiona tal excusa. Por ahí lo piensan, pero aceptan la nueva normalidad impuesta. Sé de muchos que por años se han quejado de tener que hacer la cena de Thanksgiving en sus casas. Año tras año me han confesado que el próximo año inventarán algo para no tener que seguir con la tradición. Finalmente, se les hizo la luz.

¡El corona llegó!

Llegó para quedarse. Era de esperar que regresara el susurro oficialista advirtiendo de otro encierro. Era de verse. Las cifras suben, dice la prensa maléfica. Un encierro aparentemente no ayuda. Si te encierran, al salir, estás tres veces más expuesto a cualquier contagio. No me lo tiene que explicar ningún científico, eso lo sabe uno de toda la vida. Cuando niño la abuela siempre nos decía que teníamos que enfangarnos, jugar afuera, crear anticuerpos. Cosas de viejos, consejos de otros sitios, pero tan certeras.

Se manipulan las cifras, nos manipulan a nosotros, nosotros manipulamos a los demás.

Joe, el chófer de Uber no usa máscara. No es trumpista, ni tampoco conservador. Es demócrata, nacido en Queens, ex militar, ex cartero y ahora retirado. Tiene 68 años y ha vivido demasiado. Hace lo de Uber para mantener sus “people skills”, me cuenta con una tranquilidad interior que ya quisiera yo. Dice que tuvo a 7 personas viviendo por 3 meses en su casa hasta hace unas semanas. Se cuida, pero no usa máscara todo el tiempo. Lo escucho mientras observo cada movimiento suyo, cada gesto. Parece un monje. Brazos largos y velludos, un tatuaje en el brazo derecho casi gastado, dan seguridad. Hablamos de la celebración y las normas que pretenden que sigamos. Estamos en la misma página.

Mi hermana le deja el regalo de cumpleaños a su querida amiga en la puerta. Le lleva un cake de botellitas de diferentes tipos de vino. Toca el timbre y desde afuera se saludan de lejos.

Una amiga se debe operar. Impaciente y sola debe someterse a todas las pruebas antes de la operación. Las piernas no la acompañan. A veces ni tan siquiera logra bajar los escalones para botar la basura. La basura se acumula hasta que la señora de la limpieza aparece. Una sobrina que nunca ha visto vendrá de lejos a acompañarla unos días. La escucho del otro lado del teléfono con miedo y no tengo palabras para reconfortarla. No sé que decirle.

Me entristece demasiado esta nueva normalidad. Prefiero quedarme en mi mundo, con mi gata, esperando y contando los días para que regrese mi argentino. Prefiero el silencio y el azote del viento contra las ventanas. Estoy adaptándome a estos nuevos ruidos. He hecho un alto a seguir las noticias, ni escribo en mi blog, ni veo Twitter. Intento no darme cuenta de los/las tantas que salieron huyendo de mi Instagram porque no veneramos a un mismo candidato, a un mismo manipulador.

Todo lo veo, pero lo evito.


Photo by: Julien Darius Derriault ©

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