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arturo serna
Photo by: ░ arruda_mar ©

El comunismo, el capitalismo y el mal

Cuando mi abuelo era joven el comunismo era sinónimo de revolución, rebeldía y defensa de los más humildes. En sus últimos días en la cama, él vivió una transformación del sentido de la política y del mundo. No solo había caído el muro de Berlín (con sus rocas pesadas y duraderas) sino que había cambiado la manera de entender el capitalismo. El capitalismo se había convertido en el gran triunfador del siglo.

Una vez me acerqué a su lado. Tenía los ojos perdidos en un punto indefinido. Le pregunté si le interesaba la política. No me respondió. Solo corrió los ojos hacia mi lado y los blanqueó.

Su mohín fue la expresión del desencanto final. Murió sin conocer el futuro del mundo o con la presunción de que había llegado el fin.

Hoy el comunismo está asociado –y con razón– a la eliminación de la libertad y es visto como una apología de la dictadura más cruenta. Nos queda el capitalismo como ideología única e imperial. El liberalismo económico reina como el señor del bien. Pero todos sabemos del ademán roedor del mercado, de la carrera destructora de la competencia, de la sinuosa perfidia de los millonarios y de los poderosos.

No existe el mal absoluto. No hay una esencia del mal que domine las mentes pero si tuviera que pensar en seres hipócritas rápidamente vienen a mi cabeza los explotadores ecuánimes y perfectos. Ellos tienen el poder y brindan tranquilos y humanitarios mientras explotan y hacen beneficencia entre los pobres.


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