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Photo Credits: Phil Wolff ©

El Ciudadano Orson Welles

Orson Welles llega a Hollywood con la esperanza de reunir los dólares jóvenes para financiar su amado teatro. Es una mañana fría y guarda en su memoria los aplausos de las gradas de Nueva York.

A los pocos días ya se siente director de cine sin haber filmado nunca. Su esposa está en otra ciudad y él vive como un rico vecino de Los Ángeles sin tener un centavo. Pero firma el contrato más envidiado de la historia: puede dirigir, actuar, escribir el guión de dos películas libremente. No escribe nada durante dos semanas. Sólo seduce a los periodistas y a Greta Garbo, una de sus vecinas en el barrio. Se bañan juntos en la piscina lujosa e intercambian no sólo palabras.

A la semana, el joven Orson Welles se reúne con Schaeffer, el productor de la RKO, y discuten el primer proyecto. En Nueva York ha triunfado con actores negros en una versión de Macbeth. Como no sabe nada del lenguaje cinematográfico, el productor le pide a una mujer que escriba un manual de cine para que el joven autor del escándalo en la radio aprenda lo que no sabe. Esa misma noche, Orson Welles se encierra y estudia el manual de cine. Observa, con una fiebre imparable, dos películas: El gabinete del doctor Caligari, de Robert Wiene y La diligencia, de John Ford. En dos semanas, mira las películas veinte veces. Ya no le importa el argumento. Graba, obsesivamente, los planos y los movimientos de cámara. Después de percibir el sudor en las imágenes, advierte que el cine es menos una copia que una invención de la realidad.

Unos meses después se propone filmar El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Su plan es rodar toda la historia del polaco con una cámara subjetiva en los ojos de Kurtz. Felizmente para Orson Welles y para la historia, el proyecto fracasa.

En una noche inolvidable, después de discutir con todos y de llorar, imparable, reúne los frustrados guiones en una nueva idea: contar la vida del miserable millonario Charles Foster Kane. Con Herman Mankiewicz escriben el guión en un día. Orson Welles ordena el inicio del rodaje.

Durante cuatro horas le administran el maquillaje. Sale de la pequeña habitación y entra al escenario. Se sienta al frente de la actriz que hace de la esposa del millonario. Le dice unas pocas palabras. Repiten la escena cinco veces. Mantienen el lugar y las sillas. Cambian, apenas, la posición de los cuerpos. Tres minutos después, Orson Welles y Kane ya son viejos y ella también.

Termina la secuencia. Orson Welles y la mujer se levantan de las sillas. Welles le pide al viejo operador Gregg Toland su opinión. Este le dice que todo ha salido bien. Están exhaustos. Welles sale del estudio y camina por las calles de Hollywood, cansado. Nadie sospecha la magnitud futura de la primera secuencia de Citizen Kane. Nadie sabe que Citizen Kane se convertirá en un ícono del cine.


Photo Credits: Phil Wolff ©

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