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fabian soberon
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El barco

En cierto modo es desde luego necesario conocerse a sí mismo,

como dijo el oráculo griego. Es la primera conquista del conocimiento.

Pero reconocer que el alma de un hombre no se da al conocimiento

es la conquista final de la sabiduría. El último misterio es uno mismo.

Oscar Wilde, De profundis

Mis tías me han dicho que en la familia hay un premio Nobel francés. En numerosas oportunidades hablaron de la relación de la familia con los ancestros perdidos en algún pueblo de Francia. Un día, compelido por el pedido de mi tía Marta, busqué en un diccionario el apellido de un ignoto escritor francés. Encontré una breve biografía y una lista de sus libros. Ese día, el nombre del autor apareció intacto y brillante.

Hoy no recuerdo su nombre. He olvidado los únicos restos de mi conexión con ese pasado grandioso. Mi escritura se define –entonces, en el origen– por una relación perdida, por un hilo que alguna vez existió pero que ha sido olvidado. En este sentido, mi escritura se une con la huella que no puede ser recuperada. Hay un principio de amnesia, y, por tanto, de huella falsa, en los inicios. ¿Es un dato cierto el que decían mis tías? ¿O es una pura invención frente al vacío de los orígenes? Solo me queda la duda. Sobre la base móvil de la duda empecé a escribir. He pensado que a través de mi lectura de los escritores franceses busco recuperar mi pasado familiar. Y que en el fondo es solo un empecinamiento vano.

Mis tías han hecho lo mismo que he intentado en algunos cuentos. Ellas han mezclado deliberadamente la invención con el pasado, han creado un enigma para tapar una falta. Frente al vacío de los orígenes, han inventado, creo, una historia ficcional. De alguna forma, mis tías se han anticipado al oficio literario futuro. De modo que mi escritura sigue, secretamente, esta prefiguración. Mi escritura es un hilo que continúa la operación de invención y enmascaramiento.

Mi relación con el francés es nula. No puedo leer los textos en la lengua originaria. Pero tengo la sensación de que detrás de los libros hay algo más. Tengo la curiosa impresión de que detrás de cada libro hay una señal, una extraña huella de eso que he perdido, como si cada libro contuviera un atisbo, un mínimo gesto detrás de la niebla. El pasado es una bruma y la literatura es el barco que me lleva a un horizonte que se escabulle, que se esfuma y que siempre va a huir.


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