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El barco invisible: El lenguaje oceánico de Fedosy Santaella

En El barco invisible (OT Editores, 2020) no hay ninguna nave a la vista, solo existe un mar abierto y revuelto. Y ese mar es el lenguaje. De esa forma, el nuevo poemario de Fedosy Santaella se convierte en una reflexión sobre la lengua y sobre la desaparición del hablante para dar espacio únicamente a los símbolos que son su vestigio.

Visto de esa forma, podría parecer que El barco invisible es una colección de abstracciones, de reflexiones puras sin asidero en la cotidianidad. Pero ocurre lo contrario: usando su astrolabio y su mirilla, Fedosy Santaella contempla el paisaje circundante, como quien observa un cuadro, y se detiene en cada detalle del día a día para extraer de ellos su sentido profundo: el significado que los objetos emanan por su uso.

Esta no es la primera vez que el escritor venezolano se embarca en una reflexión lingüística a partir de la literatura. Desde la aparición de su polémica En sueño matarás (Alfaguara, 2013) la idea del lenguaje como algo vivo ha impregnado su obra. Así fue en El dedo de David Lynch (Pre-Textos, 2015), donde el lenguaje se convertía en la marea, o en Los nombres, donde la lengua es la herramienta para reconstruir la identidad genealógica.

Ahora esa propuesta se radicaliza, y en este nuevo poemario la idea de atrapar el mundo a través de los signos adquiere protagonismo: es la brújula que guiará el recorrido.

 

Fedosy Santaella
Por Maria Elisa Quiaro

 

La escritura brutal de Fedosy Santaella

Consolidado como uno de los autores venezolanos más importantes de la actualidad, Fedosy Santaella se ha hecho con un puñado de prestigiosos reconocimientos internacionales, ha sido publicado por algunas de las editoriales más destacadas de hispanoamérica y su narrativa se ha convertido en un referente de la literatura fantástica del país.

Sin embargo, quizá lo más resaltante de Fedosy no es su currículum o su síntesis biográfica, sino la amplitud de géneros en los que ha incursionado con éxito: desde la novela absurdista hasta el thriller policial, desde la literatura infantil hasta el texto ensayístico. Ahora se ha sedimentado como poeta, tras la publicación de Tatuajes criminales rusos (OT Editores, 2018) y Retablo de plegarias (El Taller Blanco Editores, 2019), trayecto coronado por El barco invisible.

Confirmándose como uno de los autores más completos del país, una de las marcas distintivas de Fedosy es su estética brutal. Entre las páginas de sus obras, a la par que emerge la reflexión filo-lingüística, se suceden imágenes descarnadas que pueden herir por su violencia radical o por su realismo magro. Desde Los escafandristas hasta El dedo de David Lynch, la visceralidad sin censura del autor hacen que el lector termine apabullado.

Tal es el caso de El barco invisible. Sin embargo, en esta ocasión la herida viene dada por la nostalgia que permea toda la obra, el registro parco de la cotidianidad evoca un vacío profundo, una sensación de finitud, una idea de perversión que se aloja en los lugares más típicos del día a día.

Te preguntas si mereces tus manos. / La carne horadada con el puñal de las caricias […] Manos que sufrieron tu asedio suicida, / que siempre callaron y resistieron, / y en cuyos pliegues habitan las cenizas / y las brasas de algún carbón”, se lee en un poema titulado No todas las manos crecen en terrenos infértiles, y su rudeza queda asentada desde esas primeras líneas.

Otro tanto ocurre con En esta casa nadie contesta llamadas los domingos o El héroe, en donde la belleza estética envuelve la agresión.

 

Por Maria Elisa Quiaro

 

El habla que se arma

Desde un inicio, El barco invisible es una colección de fragmentos hilvanados por la significación simbólica de las cosas. Estas saltan al encuentro del escritor, de una persona ordinaria, del lector. Estos objetos le devuelven a la persona su propio reflejo; a través de ellos el autor y el lector pueden verse a sí mismos y darse sentido.

El barco invisible nunca llega, no está a la vista. Solo están la playa, las rocas, los hogares de la costa, las sillas Acapulco y los expectantes siendo lamidos por el océano que los proyecta y refleja.

Esta idea de fresco dispar, es intensificada por los collages que componen el libro. Realizados por la artista venezolana Maria Elisa Quiaro, estas piezas terminan de completar el cuadro de la obra: a través de un puñado de objetos diversos se articula un texto único con sentido. Así, El barco invisible podría ser visto, entonces, como un gran collage poético.

Hipnótico, apabullante y vertiginoso, los cinco cuerpos que conforman el poemario recuerdan a aquella famosa oración de Heidegger que reza: “El lenguaje es la casa del ser (y) en su morada habita el hombre”.

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