Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
arturo serna
Photo Credits: Trevor Marron ©

El artesano

En la plaza de San Telmo había un hombre que tenía el perfil de Giacometti. Era muy flaco, de estatura media y fumaba como una locomotora. Se dedicaba a fabricar unas pulseras y unas figuritas flacas y estiradas con alambre de cobre. No hablaba con nadie. Durante un tiempo pude intercambiar palabras con él. Después lo dejé de ver. Se ubicaba en un rincón y ponía su puestito con un trapo negro. A veces vendía (mediante señas y carteles preparados) y otras veces se iba temprano y se metía en su departamento destartalado.

Una noche me contó que había trabajado en un banco y que hacía transacciones en la bolsa. Era el empleado estrella de una casa de finanzas. Estaba en el centro del capitalismo porteño. Una operación con la banca extranjera le cambió la cabeza. Abandonó el trabajo regular y se fue a la Patagonia, vivió con los indios y se instaló en una cabaña construida por él mismo. Se alejó de la vida grupal. Rechazaba toda convivencia social. Había decidido abandonar el uso del lenguaje verbal. Se limitaba a las señas y a los sonidos guturales. Se comunicaba esporádicamente con los pájaros y con los animales del monte. Fumaba por las noches las hierbas que había conocido con los indios. Comía lo que cazaba o lo que cocinaba en el fuego protector. Pero esa vida serena no era el resultado de una búsqueda espiritual o religiosa. Solo quería encontrarse con esa voz que tenía adentro y que no podía escuchar. Le pregunté si le interesaba el misticismo. Me dijo que nada de eso participaba de su vida. Solo quería vivir lejos de todo intento de socialización. Le fastidiaban las convenciones, los embustes, las burlas, las trampas. Había quedado quemado por el cinismo del mundo bancario.

A mí no me espantaba. Lo sentía parte de mi grupo. La soledad no es un estado ni la fuente posible de un malestar. Se trata de un río que contiene lo mejor del temperamento humano. Se podría pensarla como un agua excepcional. Supongo que así la sienten los religiosos o los que están movidos por la fe. Pero en mi caso se trata de un líquido necesario para vivir, como el cigarrillo o las estancias cortas en el balcón o en un banco de la plaza.

El penúltimo día me dijo que había cambiado el banco capitalista por el banco de una plaza. La vida contemplativa era la mejor forma de dejarse inundar por el tiempo como un mar. No tenía sentido defenderse de algo que está destinado a ganar. El tiempo forma parte de nuestras vidas. Dejar de hablar, abandonar el contacto con los otros, te permite vivir mejor ese proceso inevitable de demolición. Él no sabía que estaba citando a Scott Fitzgerald. Y era mejor que no lo supiese. Los escritores son un grupo que reproduce las mañas de la sociedad que los alberga.

Quizás alguna vez me vaya al sur.


Photo Credits: Trevor Marron ©

Hey you,
¿nos brindas un café?