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Photo by: Ivan Radic ©

El arco iris que se esconde

Semanas atrás se celebró el Día Del Orgullo LGTBQ+ a nivel mundial. Como es recurrente, desfiles, fiestas, reportajes, entre otros, se dieron cita para colorear el mes de junio. Sin embargo, en este 2022 encontré tres sucesos alarmantes en el Perú. Para empezar, a diferencia de otros calendarios, muchas más empresas se sumaron a la festividad de la orientación sexual diferente. Por doquier, pude visualizar los saludos de grandes corporaciones hacia una de las comunidades más golpeadas en la rutina nacional. Conocidas marcas extranjeras y locales se pronunciaron, y hasta adecuaron sus logotipos para demostrar su afecto. No cabe duda que la decisión de varias de ellas debe haber tenido como móvil el valor por la diversidad. Empero, ¿este chispazo de armoniosa convivencia se mantiene a la interna y en el largo plazo? Recuerdo que trabajé en una firma en la que un colega gay fue trasladado de la oficina administrativa a la zona de operación. Fue dirigido a vivir una de sus peores pesadillas. El personal de dicho entorno se burló de sus manierismos de manera constante y ante los ojos ciegos de la compañía.

La segunda alarma roja es aquella relacionada a las organizaciones que no estuvieron motivadas por la tolerancia y la inclusión. Es decir, la que enfoca con reflectores a las mercantilistas que se vistieron de unicornio por unas tres semanas para vender más. Como dicen ciertos entendidos del marketing, la campaña estacional pintada de corbatas y faldas tableadas les cayó prácticamente del cielo. Y es que en la lógica de la mercancía, ¿cómo no felicitar a un segmento de consumidores discriminado para que se sienta abrazado y luego compre sin cesar? Duro, pero nada más que verdadero. Tan verdadero como la nueva filosofía de algunas tiendas “pet friendly”, las cuales, racionalmente, deberían ser llamadas “shopper friendly”. Están más preocupadas por la visita del amo que consume, que por el sentir de la mascota que pisa el local. Atención empresarios del siglo uno del nuevo ecosistema empresarial: los nacidos con gustos diferentes al heterosexual piensan. Observan, analizan y deciden. No van por la calle con un bello collar jalado por otro. Mucho menos con un bozal que les impida hacer valer sus derechos.

Finalmente, el otro remolino en mi estómago durante las festividades LGTB en el Perú, fue la actitud de determinadas escuelas primarias y secundarias. De lo que mis ojos y oídos recuerdan, el mes del orgullo pasó como agua por sus alcantarillas. Y no me refiero ni condeno el no haber desarrollado un mensaje o una actividad. Me dirijo, enfáticamente, a la nula gestación de una política y su correspondiente acción. A la invisible intención de erradicar, por fin, la homofobia en el ámbito escolar. En el Perú más del 40% de niños y jóvenes son violentados sistemáticamente. Es el tercer país latino con mayor índice de bullyng del planeta. Está inmerso en la estadística mundial que establece que el 85% de casos de acoso se comete en los colegios; y que, dentro de estos, nueve de cada diez estudiantes homosexuales son agredidos por su orientación. No obstante, la cifra más desgarradora es la posterior a la violencia. Más del 90% de maestros no reporta el hostigamiento.

Un logo “RuPauliano” puede ser un diferencial paliativo, pero no se iguala al deseo de combatir el silencio cómplice que mata. Es hora de actuar. Dejemos de esconder el arco iris ventilado una vez al año, debajo de las sórdidas carpetas escolares que construye la sociedad peruana.


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