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fabian soberon
Photo by: Mary Harrsch ©

El analfabeto Homero, la escritura y el cine

Los helenistas están de acuerdo en decir que Homero fue analfabeto. Esto no debe sorprender. Los aedos de los primeros tiempos (siglo VIII a. C.) transmitían su saber y sus historias de forma oral. Homero fue un poeta cantor y narró sus historias de forma oral, acompañado con un instrumento llamado forminge.

En el canto VI, la Ilíada cuenta la historia de un triángulo amoroso.[1] El guerrero Belerofonte llega a la ciudad en la que viven Preto y su esposa Antea. Antea se enamora de Belerofonte –en un golpe de vista– sin que este lo sepa. Preto se entera del enamoramiento de su esposa y se pone celoso. Para vengarse trama un plan: quiere deshacerse de Belerofonte y lo envía de viaje a otra ciudad en la que vive el suegro. Preto le entrega una carta (es una tablilla doblada) cuyo destinatario es el padre de Antea. Homero no dice nada sobre el contenido de la carta; sólo aclara que tiene escritos signos «aniquilantes». [2]Podemos suponer que “aniquilantes” quiere decir signos que podrán aniquilar a Belerofonte.

Este es el único pasaje de las obras de Homero que hace referencia a la escritura. Es evidente que a nuestro primer poeta (ciego y analfabeto) no le interesa la escritura. Al leer la Ilíada y la Odisea advertimos que los mensajes se transmiten de una forma diferente a la escrita (de manera oral, onírica) y los debates se hacen en el campamento, entre las tiendas. Los dioses se aparecen en sueños. La discusión entre Aquiles y Agamenón se lleva a cabo en una asamblea (de forma oral). Los dioses debaten o pelean en el Olimpo. Nadie le escribe una carta a otro y la lectura no existe como estrategia de comunicación. Por tanto, la lectura y la escritura no conforman un centro formal o temático de la Ilíada y la Odisea.[3]

¿Qué cosas le interesan a Homero? Podemos suponer que está más preocupado por el coraje de Agamenón, el sueño como herramienta de comunicación, la cólera de Aquiles, la religión de los hombres (los sacrificios dedicados a los dioses), la memoria oral, el poder único de las musas, la amistad entre Aquiles y Patroclo, el engaño como estrategia, la inteligencia de Ulises, el vuelo rasante de los dioses, la fuerza y el valor de Aquiles, la sabiduría de Néstor, la envidia de los pretendientes (los galanes en casa de Penélope), la tristeza de Telémaco (hijo de Ulises), el amor divino y envidioso de Circe, la inmortalidad imposible, etc.

Visto desde el siglo XXI a Homero le interesa más la imagen que la escritura, más la acción que los mensajes escritos, más la épica visual que el poema escrito. A pesar de los siglos, Homero (el más lejano de los poetas) está muy cerca de cierta forma de entender la transmisión narrativa actual. Homero se interesa por las imágenes que cuentan acciones y menos por la carta que transmite signos “aniquilantes”. Curiosamente le interesa más el sentido que porta un “plano” (¿una toma?) que el mensaje producido por la escritura. Dicho de una forma simplificada, le interesa más el cine que la escritura. En este sentido –solo en este sentido– Homero es nuestro contemporáneo.


[1] La poeta canadiense Anne Carson lee de forma profunda (en su libro Eros, el dulce amargo) los alcances del amor en la relación entre Preto, Antea y Belerofonte.

[2] Escribe Anne Carson: “¿Cuáles son las cosas aniquilantes de la tablilla plegada? La vida a ser aniquilada es la de Belerofonte y el que aniquila, el padre de Antea. Entonces lo más probable es que Preto le cuente al padre que su casta hija ha sido avergonzada por el canalla violador de Belerofonte: el triángulo erótico iniciado en la imaginación de Antea ahora adquiere el estatus de hecho escrito”.

[3] Shakespeare le atribuye a Ulises –de forma anacrónica– un interés en la lectura. En la obra Troilo y Crésida, Ulises le cuenta a Aquiles que lee un libro o un texto en el que su autor expresa una teoría filosófica sobre la identidad.


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