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fabian soberon
Photo by: Crusty Da Klown ©

El alto lugar de Ulises en la Comedia

Borges ha escrito un ensayo memorable sobre el último viaje de Ulises. El derrotero inventado por Dante es en sí mismo fascinante y encierra un aspecto inexplorado: se trata de una moneda que no se relaciona con el viaje sino con el dialogo esquivo entre Dante y Ulises, y entre Virgilio y el marino. Quisiera detenerme en dos cuestiones que se entrelazan: la exaltación ontológica de un personaje ficcional y el valor que Dante le otorga a Homero.

En la fea bolsa octava, la de los malos consejeros, aparecen Ulises y Diomedes. El que responde es Ulises. Si bien Dante no pudo leer la Odisea, ha rozado con fervor las aventuras del héroe a través de fuentes latinas. El florentino no tenía información directa sobre el final de la Odisea; sin embargo, está convencido del sentido del final, el que ha inventado. La brillante imaginación cristiana coloca la muerte en el océano embravecido. Dante piensa la muerte como una forma de castigo a raíz de la decisión prohibida de ir más allá de los límites humanos. Según su interpretación, Ulises violó el mandato de Dios: fue más allá de las columnas de Hércules, el final del mundo conocido.

A esta altura del Malebolge, Dante está espantado con la cruel miseria del infierno. Tiene cuidado con sus pasos pero su curiosidad es imbatible. Tanto se asoma para ver el espectáculo que corre el riesgo de caerse. Este detalle agrega verosimilitud a la escena. Virgilio deletrea o descifra el aspecto de los fuegos que ha visto Dante. Dentro de las llamas hay dos espíritus o almas: “se envuelven en aquello que los quema”. Dante pregunta quién está dentro. Para su sorpresa no hay una única sombra sino dos. La justicia divina los castiga juntos porque juntos fueron pecadores.

Luego hay una escena inusual en la Comedia. Dante le pide hablar a Virgilio; con énfasis, le ruega. Dante quiere hablar con Ulises. Podemos imaginar que Dante se arrodilla y le ruega. Como Judas lo hizo con Jesús, tres veces dice “ruego”: está desesperado por hablar con el héroe. Hay cierta desmesura en ese ímpetu. A la vez, se trata de una exageración relacionada con un personaje de ficción. Dante pone en igualdad ontológica a Ulises y a Mahoma. No digo que no sean ambos importantes. Digo que Dante hace una operación de nivelación de realidad: le importan por igual el viajero heleno y el que causó una división en el cristianismo. Incluso, podríamos pensar que para Dante es más urgente hablar con un personaje de ficción que con Mahoma. ¿Por qué tiene tanto deseo? Dante respeta enormemente a Homero como poeta. Así como siente admiración por Virgilio, siente devoción por el griego ciego. Quizás Dante, rebasado por la emoción, traslada ese aprecio al personaje, al sueño del creador, como diría Borges. El héroe es una sinécdoque de Homero. Así, al ensalzar a Ulises, Dante le hace justicia a Homero, al personaje y a la poesía a través de ambos.

Dante ruega. A pesar de la insistencia, Virgilio, sereno, le advierte que aunque quiera no podrá conversar con Ulises. Es como si Virgilio estuviera diciendo que Dante no está a la altura. Los griegos son el modelo de la cultura, encarnan la idea de lo clásico y Dante no llega. Además, Ulises habla griego y Dante es latino, tiene un impedimento en la lengua.

“Si ellos pueden hablar en esas llamas”,
dije, “maestro mucho yo te ruego
y te ruego, y mi ruego valga mil,

que no me niegues esperar aquí
a que llegue la llama de dos cuernos,
ves que a ella me pliego por deseo”.

Virgilio indica que no podrá hablar. Será él el encargado de indagar a Ulises. Los griegos, además, son desdeñosos de las palabras italianas.

Dante escucha, atento, lo que Virgilio dice a la llama que contiene a Ulises y Diomedes. Virgilio se dirige a ellos con reverencia. Siente que debe hablarles con el respeto que se merece la alta cultura; para ganarse un lugar de escucha, enarbola su poema Eneida. Dante pone de nuevo en boca de Virgilio la idea de los altos versos: los de la Eneida son altos pero no tanto como los versos de Homero. Quisiera hacer notar el lugar que le otorga Dante a la literatura griega, en particular, y a la figura del poeta. En primer lugar, Homero; en segundo lugar, Virgilio. Es tal la altura de ambos que él no puede hablar con ellos. Incluso Virgilio los trata con una reverencia insólita, emocional:

Oh ustedes que son dos dentro de un fuego,
si merecí de ustedes en la vida,
si merecí de ustedes mucho o poco

cuando escribí los altos versos en el mundo,
no se muevan y diga uno de ustedes
dónde, por sí, se fue a morir perdido.

En los versos que conforman casi una oración de súplica, percibo una hermosa contradicción entre la reverencia con la que trata a Ulises y Diomedes y el hecho de que las sombras sean viles llamas en el infierno. Virgilio debe sacar a relucir su condición de hacedor de altos versos pero lo hace frente a dos míseras sombras que se queman continuamente.

Los versos siguientes contienen una síntesis con imágenes que se suman. Dante usa “el mayor cuerno” para señalar a Ulises. Dice, además, el mayor cuerno “de la llama antigua”: el héroe es solo una parte del fuego, la parte antigua. Agrega que habla murmurando y compara el murmullo con el crepitar de la llama movida por el viento. La llama se mueve como una lengua. Así como el fuego cambia de altura, la voz de Ulises cambia de tono.

Dante reserva un lugar especial para el esperado discurso de Ulises. El marino explica que viaja por el océano. El fervor por explorar los límites del mundo es tal que no lo detiene la dulzura de Telémaco, ni la pena por el padre anciano, ni el amor que tenía por Penélope. Con esto Dante enfatiza el lugar del pecado. Es más fuerte el deseo de violar la prohibición divina que cualquier pasión humana.

Ulises aclara que la última travesía es por el hemisferio sur. Recordemos que el sur era tierra incógnita y prohibida. Las columnas de Hércules se encuentran ahí y ahí también está, en la geografía de la Comedia, el Purgatorio. Por eso es que Ulises cuenta que antes del naufragio vio la montaña y refiere que hicieron el periplo cuando todos eran viejos. El recorrido por la zona dura cinco noches y cinco días.

Como una forma de acercar el personaje que está lejos (en otra cultura, la inalcanzable), Dante le atribuye una alegría extemporánea; dice que Ulises y los compañeros se alegran al ver la montaña oscura. Se trata de una felicidad cristiana, extraña a la cosmovisión griega. Ulises agrega que en la montaña nació el vórtice que generó el naufragio. Dios la usó para provocar el naufragio:

Nos alegramos, y fue pronto llanto
pues de esa nueva tierra nació un vórtice
que golpeó el primer canto de la barca.

Tres giros le hizo dar con toda el agua;
en el cuarto llevar la popa a lo alto
y la proa bajar, como otro quiso:
luego el mar se cerró sobre nosotros.[1]

El final del canto confirma la idea de la devoción de Dante por Ulises y, a través de este, por Homero. Aunque Ulises murió con un castigo acorde con el pecado cometido, guarda en su figura móvil y caliente, como parte del fuego compartido con Diomedes, la devoción que siente Dante por Homero y por la poesía.


[1] La traducción de los versos citados pertenecen a Claudia Fernández Speier.


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