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madeline medellin
Photo by: Robert Couse-Baker ©

El aire, y respirar: El Nuevo Orden contra la Distopía

De “Mis Facebook Stories”

Hace ya más de diez años vi una película que no era de mi estilo y no recuerdo el porqué, a pesar de ello, la seguí viendo. Me dejó tan afectada que revivía imágenes y escenas de la misma todo el tiempo, de manera obsesiva. Creo que estuve en ese estado por un mes. Hablo de The Road (El camino, 2009) de John Hillcoat. Aquella historia apocalíptica me tocaba mucho quizá porque soy madre y me perturba ver en el cine historias donde los niños son víctimas.

Ayer con mi hija se me alborotó el corazón cuando me expresó una tremenda angustia porque yo no me sentía muy bien. Le bajaron los ánimos el saberme enferma. La arropó el miedo y hasta le pidió al novio que la dejara sola, llamó a una amiga que vive en Malasia. Insistía en verme.

Y me pregunto si hay puntos de encuentro entre esa película y el presente. Me ha revivido la trama con preguntas de fondo que tienen que ver con la vida y la muerte. Creo que por ella empecé a buscar cómo curarme, tal como en esa película el padre movió cielo y tierra para darle una vida, en medio de la nada, a su hijito. Los sobrevivientes de “The Road” eran principalmente de dos tipos: se convertían en caníbales o animales carroñeros o se hacían más fuertes y más humanos contra toda pero toda adversidad. La mente es maravillosa.

Hoy me siento mucho mejor. Pero lo que quiero decir es: en la cultura del miedo que se ha removido con este asunto del virus hay más virus escondidos y oportunistas. En esta nota, por lo tanto, quiero ir más allá de las palabras. Me gustaría aportar con un remedio “casero”. Al lado de la enfermedad o del virus existen otros seres invisibles. Como nos enseñara el médico griego Hipócrates, luego la homeopatía, la medicina para el cuerpo está en la mente y en nuestro propio sistema. No la vemos y es gratis, exige, sí, un esfuerzo en salirse del terreno de la farmacéutica de laboratorio. Otros médicos apuntan a la palabra del médico como un remedio infalible. Esta es la razón por la que comparto mi vida por este medio y mi experiencia de ayer con mi bella hija Paola.

Yo intento hacer de mi soledad y la cuarentena una excusa para vivir de otro modo, pero vivir al fin. Busco, además, indagar en la medicina preventiva y en fortalecer el cuerpo. ¿Y adivinen adónde he llegado en esa búsqueda? En el aire. El aire que respiramos. Los pulmones, esa casa que palpita y se abre y se cierra. Una metáfora extendida para este virus que va con sus garras posesionándose del sistema respiratorio. En el Nuevo Orden los viejos deberían desaparecer para dejarle espacio y aire a los que deben vivir. Es a los viejos a quienes el virus busca al estilo del ángel exterminador de Buñuel.

Sí, hay un cine tan lejano como el de Logan’s Run (1976, Michael Anderson) que propuso eliminarlos a tan temprana edad como a los treinta. Los que intentaban salvarse se echaban a la fuga pues sabían que el sistema inventaba tales ficciones, las que hoy llamamos conspiraciones del estado. Luego llegamos al clásico de Blade Runner (1982, Ridley Scott) cuyas escenas de huida por el hermoso y espectacular Cañon del Colorado tuvimos que ver en el “remake”. ¿Y nosotros, adónde huiremos?

En otra nota comentaré sobre ese cine futurista y de ciencia ficción que nos invita a observarnos a través de sus planteamientos sobre un mundo o sociedad distopía, lo contrario a utopía, es decir, un lugar indeseable y de pesadillas grotescas a lo Goya o absurdas como el cuadro de Bosco.

Nueva York, donde vivo, es uno de esos posibles escenarios de un jardín de las «delicias» y de lo tóxico. Según una reciente conversación con un especialista de finanzas, ha empezado un éxodo hacia los suburbios, lejos de la metrópolis neoyorquina. No es secreto de los que la vivimos en Manhattan que el sistema de saneamiento y el problema de los que no tienen techo (homeless) convierte en blanco y nido perfecto para el nido del Coronavirus. Pero, como no todos podremos huir en busca del aire marino de Long Island o bordeando el río Hudson, históricamente con lugares encantadores para una clase adinerada, tendremos que aprender a respirar y ejercitar esa práctica que la antigüedad estudió porque no la dio por gratuita sino como un terreno lleno de posibilidades al lado de la meditación y la yoga (Pranayama; mudras).

Las antiguas culturas les dieron nombres, algunos muy hermosos, a las distintas maneras de respirar. Por ejemplo, cómo respiran los dragones. Esa respiración de fuego es una de las prácticas.

En la próxima nota hablaré brevemente de la mirada de la ciencia y diferentes culturas que nos ayudarán a encontrar, dentro de nuestras cuatro paredes, no una cárcel sino un palacio interior. Y todo empieza con el regalo del aire que respiras y del que ni te das cuenta. En medio de la angustia y de la encerrona, saber cómo buscar el aire que este maldito virus parece robarnos, será la ciencia del buen vivir y de la paz interior en tiempos de plagas, pestes, aquelarres. Aquí esta página para empezar.

También dos poemas de Gonzalo Rojas quien hablaba del asma y del aire en su obra:

 

La palabra

Un aire, un aire, un aire,
un aire,
un aire nuevo:
………………………..no para respirarlo
………………………..sino para vivirlo.

 

Tabla de aire

Consideremos que la imaginación fuera una invención
como lo es, que esta gran casa de aire
llamada Tierra fuera una invención, que este espejo quebradizo
y salobre ideado a nuestra imagen y semejanza llegara
más lejos y fuera la
invención de la invención, que mi madre
muerta y sagrada una invención rodeada de lirios,
que cuanta agua
anda en los océanos y discurre
secreta desde la honda
y bellísima materia vertiente fuera una invención,
que la respiración más que soga y asfixia fuera
una invención, que el cine y todas las estrellas, que la música,
que el coraje y el martirio, que la Revolución
fuera una invención, que esta misma
tabla de aire en la que escribo no fuera sino invención
y escribiera sola estas palabras.


Photo by: Robert Couse-Baker ©

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