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Photo by: BrunoSchalch ©

El agua: ¿heroína o criminal?

El agua es un factor dominante en nuestras vidas por muchas y distintas razones. Es necesaria para todos los seres vivientes: transporta factores nutritivos, juega un papel fundamental en la producción de energía, arrastra la suciedad (y, por eso, contribuye con la limpieza) y regula la temperatura corporal. Además, los ríos son medio de transporte – por lo cual muchas ciudades se construyeron a su alrededor – y un elemento del paisaje, al cual embellecen. Mares y océanos, por otra parte, son el objetivo de muchos: un lugar de vacaciones, una residencia de fin de semana, un estilo de vida, un refugio para la vejez.

Todas las masas de agua son cautivantes para nosotros. El agua nos atrae porque sugiere frescura y nos invita a tomarla o a sumergirnos en ella. No el agua de la pileta (símbolo de la urbanización, que constituye la huella humana en la naturaleza), sino el agua fresca del mar, del río, de la laguna o de la nieve de las montañas que se derrite en primavera.

Sin embargo, el cambio climático está acentuando el aspecto negativo del agua. Ya no es reguladora de la temperatura, porque su propia temperatura ha aumentado. Y, como la temperatura del aire es más alta, se producen nuevos fenómenos, en los que aquella interviene: huracanes, inundaciones y tormentas muy severas. Como, por efecto del deshielo (consecuencia del aumento de la temperatura atmosférica), el nivel del mar también se ha incrementado, después de los terremotos se producen olas enormes, o tsunamis. El mar – antes parte del paisaje cautivante de la playa y elemento de juego o, incluso (según la edad de y la personalidad) de desafío – ha devenido factor de destrucción: muertes; destrozos; pérdida de posesiones ligadas a la memoria y, por ende, a los afectos y a la identidad. En suma, el agua genera desolación, inseguridad, angustia y miedo. Y como la pobreza obliga a asentarse en terrenos inundables o cercanos al mar, las consecuencias son desiguales: mayor devastación y pérdida, y mayor dificultad para empezar de nuevo. Esto implica mayor angustia y desprotección.

En las islas del Caribe, por su menor superficie y su falta de relación con el continente (lo cual las hace más vulnerables a la acción del mar), los huracanes son más arrasadores que en tierra firme. Además de las muertes y la destrucción de hogares y construcciones (entre ellos, escuelas y hospitales), se pierden fuentes de energía. El episodio más grave fue el huracán que asoló a Puerto Rico. Este puso en evidencia la larga historia de la relación colonizador-colonizado entre los Estados Unidos y Puerto Rico, la explotación de la isla por el gigante continental y la dependencia económica de aquella.

La actividad humana tiene otros efectos sobre el agua que hacen que, de protectora y benefactora, esta se convierta en motivo de amargura. Los fertilizantes se usan en grandes cantidades en la industria agrícola. Sus restos caen de manera incontrolable en las aguas del mar, acidificándola. En consecuencia, los mares han retrocedido miles de millones de años en su historia. El ácido está destruyendo los arrecifes de coral y, al destruirlos, está acabando con la biodiversidad marina. El agua acidificada, además, propicia la reproducción de algas neurotóxicas, que causan la enfermedad y la muerte de grandes cantidades de mamíferos, entre ellos, los seres humanos. Es conocida la invasión de la “marea roja”, algas neurotóxicas microscópicas que florecen en el verano.

El dióxido de carbono, liberado a la atmósfera por el uso de combustibles fósiles por parte de nuestra civilización, acidifica la lluvia. Así, la cualidad bienhechora y refrescante de esta se torna perjudicial: la lluvia ácida perfora, hiere e intoxica por doquier a seres animados e inanimados.

Además de servir de lugar de residencia y ámbito de desarrollo de la cadena alimentaria – y, por lo tanto, de fuente de alimentación para criaturas herbívoras y carnívoras –, debido al cambio climático, el agua de mares y océanos se ha vuelto fuente de peligro. Es más cálida, tiene más volumen y produce torbellinos incontrolables y olas enormes. Además, los barcos transportadores que atraviesan el océano dejan caer plásticos (juguetes grandes y pequeños) y petróleo. Con lo cual, peces y moluscos ven sus vidas afectadas, y las aves se ahogan al tragar pelotas de plástico cuando recorren el mar en busca de alimento. Por otra parte, se depositan elementos radioactivos por filtraciones en usinas nucleares envejecidas.

El agua es fascinante, tentadora e imprescindible. Es fuente de sueños. Es alimento para la fantasía y la imaginación. Pero, por la acción de la humanidad, se ha convertido en amenaza y fuente de peligros para el planeta y todos los que lo habitan.


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