Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
arturo serna
Photo by: Joseph Bylund ©

El agnóstico blando

Un escritor menor de una provincia argentina me dijo en una oportunidad que profesaba el agnosticismo. Al principio me entusiasmé e indagué en esa posición. El escritor, menos tímido que osado, amonestó a la iglesia y contó que cuando era joven profesaba el ateísmo pero que con el tiempo adoptó como posición ante la vida el agnosticismo moderado. Inquirí aún más. El escritor –de cuyo nombre no diré nada– dijo que los ateos y los escépticos son, a su pesar, dogmáticos, y que por eso había adoptado la moderación agnóstica. Al decir esta última frase habló con un tono de orgullo malsano. El tono equivocado y la declaración gratuita y sin fundamentos me enardecieron. A partir de ese instante, mantuvimos una discusión que duró horas y que conllevó la casi enemistad.

Como saben, soy un escéptico consecuente y, en contra del pseudo agnosticismo o del agnosticismo blando, sostengo, con argumentos, que el alma es un conjunto de átomos sutiles, como dirían los antiguos o, dicho en lengua más contemporánea, un epifenómeno de la materia. El alma no es otra cosa que una forma de la materia. Y, si me apuran, digo que el alma no existe en términos que no sean materiales.

El escritor se enojó, me tildó de dogmático, y, por supuesto, no me importó. Le dije –en esa charla que no terminaba nunca– que el alma es un flatus vocis, un sinsentido, una invención humana para escapar al miedo primitivo. Recordé a Hobbes y su miedo proverbial y le dije que si nos guiamos por el miedo podemos terminar en un elogio del absolutismo. Él me dijo que era un extremista, que el miedo no conduce necesariamente al absolutismo. Le dije que era mejor la duda que la creencia tibia, como era su caso.

Así como algunos pietistas recuerdan de memoria el primer párrafo de la Metafísica de las costumbres, de Kant, yo recité el siguiente pasaje de Hume: “Por mi parte, cuando entro más íntimamente en lo que llamo mi yo, me encuentro siempre con una u otra percepción particular, de calor o frío, de luz o de sombra, de amor o de odio, de dolor o de placer. Nunca puedo agarrar al yo sin una percepción, y nunca puedo observar más que una percepción”.

Para desburrarlo, le recordé que en ese mismo apartado del libro, Hume esbozó la famosa definición del “yo” como un haz de percepciones. El escritor refirió algunos dichos de Borges y citó, como un maniático, algunas frases de Hume que había repetido Borges. Le respondí que el viejo era solo un ciego necio.

Enojado, él argumentó que Borges adoraba a Hume porque coincidía con su escepticismo radical. Me desligué de Borges y agregué que mi identificación era con Hume y no con ese viejo al que adoran los argentinos.

La noche se terminó cuando dije que si los humanos se dieran cuenta de que detrás de las creencias hay un vacío o un pozo negro, se produciría un suicidio masivo o una muerte colectiva.


Photo by: Joseph Bylund ©

Hey you,
¿nos brindas un café?