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Luis Roncayolo

El agente ruso

Después de la caída del comunismo visité los viejos archivos de la Unión Soviética, en Moscú, donde se halló un documento redactado y firmado por el bolchevique cara de chivo Félix Dzerzhinski, director de la Comisión Extraordinaria para Toda Rusia (es decir la Checa), en el que le ordena a un agente chequista de alta confianza que “prepare una lista, secretamente, sin alarmar a nadie, de dónde y cómo (a quién y cuánto) fue distribuido el oro del emir de Bujara.” La orden está fechada Septiembre 1920. El día preciso se desconoce, pero no puede ser después del 20, día en el que la Checa allana el tren del general del Ejército Rojo Mikhail Frunze (retornando de su victoriosa campaña en Turkestán) en busca del dicho oro que se estimaba ilegalmente despojado por los militares comunistas; pero tampoco antes del dos, día en que Bujara es conquistada por los soviéticos. Por años, esa supuesta lista de valores arrebatados al emir bujarense permaneció perdida.

En mi reciente trabajo de investigación en los archivos soviéticos de Uzbekistán di con la misteriosa lista. Lo primero que llamó mi atención fue el nombre del agente: Timer Ilyasgaliev, claramente de origen tártaro. No tardé en rastrearlo a través de los documentos y reportes preservados en los aterradores pasillos de la Lubyanka #2. Nacido en Bashkira de origen proletario, una foto en una orden de arresto de la policía secreta zarista revela sus facciones mongoloides. Ilyasgaliev participó en los disturbios de 1905, arrestado por el asalto en Kazán a un tren de armamento dirigiéndose al frente de guerra ruso contra Japón, por lo tanto exiliado primero a Transcaucasia, luego a Irkutsk; puesto en libertad en 1914 para ser reclutado en el ejército del zar y luchar contra Alemania. Se unió al partido de Lenin y Trotsky en junio de 1917, partícipe del golpe bolchevique de Octubre; el mismo Dzerzhinski lo reclutó en vísperas del Terror Rojo: todo un revolucionario.

En Tashkent, Ilyasgaliev llevaba a cabo una purga contra los clérigos musulmanes cuando el Ejército Rojo invade el emirato de Bujara, y que en pocos días abruma entre aviones y artillería. Una de las ciudades más antiguas del mundo, joya arquitectónica y espiritual de la civilización islámica, fue devastada por las bombas, saqueada por los soldados soviéticos; el palacio del emir construido en el siglo de Tamerlán resguardaba cofres de oro valuado en más de quince millones de rublos. Ilyasgaliev fue enviado para atisbar la correcta expropiación de ese tesoro para el partido. En su lista figura una gama enigmática de objetos orientales: además del oro, una colección de veinte dagas afganas de mango de plata, trece estatuillas de elefantes dorados de Gujarat, ciento treinta y un mosquetes de jenízaros otomanos con culata de marfil etíope tallado, un cuadro de Delacroix (ahora perdido) representando la batalla de Poitier regalado por Napoleón III al emir en una misión diplomática de 1856, una copia del siglo quince del Al-Muqaddimah de Ibn Jaldún. Lo más extraordinario de la lista es un arco compuesto con anillos de oro chino que según afirma, había pertenecido al Genghis Khan, de quien el emir bujarense era descendiente. Mucho de esto fue incautado en el allanamiento que la Checa llevó a cabo al tren del general rojo. Tras un arduo análisis cruzado de otros documentos rastreé la totalidad de los objetos, gracias a que Ilyasgaliev había hecho la misma investigación – muy laboriosa – y que le permitió recuperarlos todos (muchos de los cuales terminaron años después en colecciones privadas de Stalin y sus secuaces); todos menos el arco del Genghis Khan. De los magros fragmentos de evidencia que nos quedan no puedo sino concluir que Ilyasgaliev se obsesionó por encontrar dicho artefacto. Nada en los archivos de la vieja Unión Soviética corroboran que haya recibido una misión para ello. Tuvo que haber sido iniciativa personal.

Como un siervo liberado tras la muerte de su amo, Ilyasgaliev trabajó para la Checa, luego la GPU, hasta 1926. Un sello en su pasaporte del 20 de Agosto en la frontera entre Armenia y Turquía – un mes después de la muerte de Dzerzhinski – revela su primer viaje fuera de Rusia. No sabemos su destino final. Para averiguarlo, tuve que rastrear primero el reputado arco del Genghis Khan. En medio del cañoneo soviético sobra Bujara, la ciudad en llamas y los edificios lapislázuli rebajados por la indiferencia de las bombas, el emir Mohammed Alim Khan se escabulló por los barrios orientales en una pequeña columna de carros en la que sus esclavos habían empacado rápidamente algunos cofres con valuables y gasolina suficiente para alcanzar la frontera. Por milenios, comerciantes, conquistadores y exiliados habían cruzado el desierto de Transoxiana en larguísimas caravanas de camellos de dos gibas ante el peligro latente de nómadas a caballo. El emir, descendiente de esos nómadas, avanzaba con urgencia ante el peligro latente de los rojos en una caravana de Rolls Royce importados de Inglaterra a través de la India (años después, durante la colectivización de la tierra impulsada por Stalin, agrónomos soviéticos encontrarían los carros varados y carcomidos en medio del desierto). A tres millas del río Amu lo esperaba un avión bombardero de la Real Fuerza Aérea británica adaptado para uso civil donde los esclavos del emir apresuraron todo el equipaje, y el último heredero del Genghis Khan, gordo y barbudo, bajó de su vehículo trajeado a lo occidental usando un turbante blanco tan redondo como su propio rostro, una pistola Colt .38 Modelo 1900 en su mano izquierda, con la derecha arrastraba a la única mujer que había logrado salvar de su prolijo harén. Mohammed Alim Khan terminaría sus días en el exilio en Kabul, Afganistán. Mi teoría es que el arco codiciado por Ilyasgaliev venía en su equipaje.

Partí de la hipótesis de que Ilyasgaliev intentaba llegar a Afganistán por el ferrocarril de Irán. Lo encontré trabajando en la embajada soviética en Teherán gracias a siete reportes sobre la injerencia de los ingleses en la coronación de Reza Pahlaví, y usando el seudónimo de Afrasiv. Uno de los reportes hace mención del paradero de Mohammed Alim Khan en Kabul, y otro lo confirma, añadiendo que “varios de los artefactos del tesoro de Bujara permanecen en su custodia bajo protección de los capitalistas ingleses.” En 1928, cables del servicio de inteligencia británica operando en Ankara responsabilizan a un tal agente ruso de financiar levantamientos de la minoría kurda en la frontera entre Irán y Turquía. El reporte señala directamente al agente con el nombre de Afrasiv. Llenar los espacios vacíos demanda el uso de la especulación: Ilyasgaliev fue transferido a Irán como parte del complot comunista por desestabilizar el imperio británico, misión que debió aceptar con gusto por acercarlo a su deseo personal. De pronto le perdemos la pista por ocho años…

En una carta fechada el 27 de octubre de 1936, Afrasiv escribe a quien parece ser una amante en Petrogrado de nombre Nineshka (turbulento romance de 1917, seguramente). Tiene la temeridad de expresar dudas sobre la revolución y describe con detalle el miedo a ser asesinado por extraños en las oscuras calles de Kabul. ¿Quién es Nineshka? ¿Cuándo llegó Afrasiv a Afganistán? ¿Y a quién le tiene miedo? ¿A los ubicuos agentes ingleses, o a la NKVD? Sus dudas no son tan diferentes a las expresadas por autores trotskistas de la épocas, horrorizados por las noticias que salían de la URSS. ¿Habrá Ilyasgaliev caído de la gracia de Stalin en medio de la Gran Purga? Una carta fechada tres días después y dirigida a la misma dirección de Nineshka, pero sin mencionarla, está firmada con otro seudónimo: Rostamov. Tiene que tratarse de Ilyasgaliev ya que ambos seudónimos provienen de la épica persa el Shahnameh. En otra carta firmada Rostamov, pero dirigida a una dirección en Kazán (seguramente a su madre), el autor afirma haber encontrado “el arco del gran khan. El emir traidor se humilló a venderlo a un coleccionista de antigüedades inglés en Mumbai.” A estas alturas, Ilyasgaliev no puede sino estar actuando bajo su propia autoridad, que a los ojos del estalinismo lo hacía prófugo de la revolución, hipótesis que se corrobora porque hallé las cartas de Kabul en un archivo de la Lubyanka bajo el título “Sospechosos. Comisión Ejecutiva del Departamento para Asia Central.”

Intenté viajar a Kabul en busca de las direcciones señaladas en los sobres rotos que también eran preservados en los archivos de la NKVD, pero me lo impidió la invasión de los americanos a Afganistán. Tardaría un año en recibir el permiso diplomático de entrada al país. Me entristeció ver que las dos casas que figuraban en los sobres yacían en ruinas desde la guerra civil que estalló tras la retirada de los soviéticos en el 89. Los archivos de estado afganos habían sido purgados por los talibanes a tal grado que hasta la información sobre el exilio de Mohammed Alim Khan yacía perdida, robada, destruida. Me había topado con un callejón sin salida, uno más que encontraba en Afganistán la entrada a un laberinto. La clave de salida me la daría un colega que trabajaba de corresponsal en la India.

En un titular del Sunday Times publicada en Nueva Delhi se lee Injerencia Soviética en Movimiento Independentista Indio (marzo 1938), y un reportaje del día siguiente señala a un agente ruso con nombre código Afrasiv. ¿Se trataba de Rostamov? La evidencia apunta en una sola dirección: Ilyasgaliev rastreaba el arco del Genghis Khan, no al emir Mohammed Alim Khan. ¿Qué podía importarle a la Unión Soviética la recuperación de dicho artefacto? Lo lógico hubiera sido un atentado contra el emir, tal como lo harían con Trotsky en 1940, ¿no? El asesinato de Trotsky oscurecerá el asesinato de otro personaje notable, sir Walter Scott (descendiente del escritor escocés) el mismo día por un “agente ruso”. Scott, coleccionista de rarezas orientales, fue asesinado en su palacio en Aksa Beach, Mumbai, donde resguardaba su colección. Una foto sacada por un turista, y publicada en el Sunday Times, muestra al asesino mientras huye de la escena: un hombre de estatura baja y facciones mongoloides con un revólver en la mano, muy parecido a la foto del joven Ilyasgaliev sacada por la policía secreta zarista veinticinco años antes. Una semana después del atentado, el gobernador de Mumbai levanta una queja oficial ante la embajada soviética en Nueva Delhi por darle santuario al asesino de Scott, revelando además que el aristócrata era un agente notable de su majestad el rey Jorge. ¿Trabajaba Scott para el MI6? ¿Estaban los rusos protegiendo a Afrasiv? Estos datos me llevaron a concluir que la supuesta caída en desgracia de Ilyasgaliev habría podido ser una coartada más de la NKVD para confundir a los organismos de inteligencia occidentales. ¿Dónde se dibuja la línea entre realidad y subterfugio?

Por mucho tiempo creí que Ilyasgaliev había robado el arco a Scott, hasta que leí la lista de objetos encontrados en la colección. En efecto, el arco figuraba en el cuaderno, pero una nota señala que había sido vendido a un comprador francés residente de Australia: un tal Jean Batiste Lugoni, de origen corso. Un golpe de inspiración me llevó a buscar el acta de defunción de sir Scott, y me encuentro con que su cadáver mostró signos de haber sido torturado antes de morir del balazo. Ilyasgaliev intentó extraerle información, seguramente el destino del arco. ¿Pero por qué, si Ilyasgaliev resultaba ser un agente ruso verídico? En diciembre de 1940 llega al consulado de la Unión Soviética en Canberra un agente de seguridad con nombre en credencial (sin foto) llamado Ilyas Rostamov. Dos días después, Jean Batiste levanta una denuncia en la policía de Sydney (donde tenía residencia) por irrupción ilegal de un extraño en su vivienda. No logra reconocer quién intentó meterse en su casa, pero la policía abre una investigación. Parece que monsieur Lugoni era un residente distinguido de la que entonces era una pequeña ciudad colonial. El asaltante no pudo ser localizado por los organismos de seguridad de Sydney; supuse que estaban más preocupados en encontrar a espías japoneses y alemanes que a un misterioso asaltante de origen ruso. En consecuencia, en enero de 1941 se reportó en la policía de Canberra que Jean Batiste Lugoni había sido asesinado en su hacienda en Braemar Bay, a orillas del lago Eucumbene. Los trabajadores de la hacienda abrieron fuego contra el misterioso atacante, pero éste había logrado huir. Se inició una búsqueda feroz por los bosques de los alrededores, y a los pocos días hallaron el cadáver de un hombre de estatura baja, facciones asiáticas, y barba enjuta y cana. Causa de muerte: desangramiento por disparos, uno en el muslo derecho y otro en la cadera izquierda. Entre sus posesiones encontraron un revólver Smith and Wesson, una foto de una mujer de aspecto rubio con nombre Nina por la parte de atrás, y un viejo arco compuesto sin cuerda. No tenía identificación oficial, pero la embajada soviética lo reclamó, confirmando que se trataba de su agente de seguridad Ilyas Rostamov. No podía ser otro que Timer Ilyasgaliev, alias Afrasiv, alias Rostamov.

Su cuerpo fue transportado a Moscú, recibió honores oficiales, una carroza fúnebre cruzó la Plaza Roja, Stalin dijo unas palabras y lo exaltó como “uno de los fundadores de la Checa.” Actualmente está enterrado en la Necrópolis de la Muralla del Kremlin, no lejos del mausoleo de Lenin, bajo el nombre Timer Ilyasov. ¡¿Acaso era la misma persona?! Luego de años rastreando a Ilyasgaliev y su obsesión por el arco del Genghis Khan, no puedo decir con certeza que todo lo que descubrí se trata de un sólo hombre, o de dos, o de varios, como si una familia de coincidencias hubieran conspirado para que la historia me hiciera creer que un hombre había existido. Lo que sí sé que existe es el arco: actualmente se encuentra en el Museo Británico de Londres, en el cuarto 42, sección del mundo islámico por algún motivo. Carece de los anillos de oro chinos, y viéndolo de cerca me pregunto si era realmente la motivación de Ilyasgaliev, o siquiera si perteneció al Genghis Khan.

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