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DUI en Navidad

24 de Diciembre de 2014. Ciertamente, presento este relato con varios días de retraso, pero lo curioso de esta anécdota, creo, se mantiene intacto.

Luego de una jornada laboral aparentemente interminable y de varias decepciones que hicieron de la víspera de navidad, un día particularmente deprimente para mí, decidí comprarme dos cervezas de 25 onzas cada una, en un intento desesperado por lograr conciliar el sueño más temprano que tarde. 

A eso de las diez de la noche, luego de pagar por mis bebidas se me antojó manejar mi motocicleta mientras empinaba una de las latas envuelta en una bolsa de papel marrón. Coloqué la segunda lata en mi morral y en un acto completamente irrelevante de rebeldía emprendí mi camino de vuelta a mi apartamento, sin que me importaran las consecuencias de mis acciones. 

Cuando ya estaba a escasas diez calles de mi residencia, escuché el sonido que cualquier conductor irresponsable como lo era yo en ese momento teme escuchar. Peor aún, vi el destello de luces azules y rojas que anunciaban el fin de mi suerte y potencialmente, el inicio de un costoso periplo burocrático que acabaría en una mancha indeleble en mi record de manejo aquí en los Estados Unidos. 

Resignado, decidí que era inútil intentar esconder la bebida que llevaba en mi mano izquierda. Escuché los pasos del oficial y al mirar por el retrovisor, pude asignarle un rostro a mi verdugo. Cuando por fin me alcanza, me dice con un inconfundible acento cubano “Woah! Yo voy a volver a mi patrulla y cuando regrese, la bolsa que tienes en la mano ya no va a estar allí…”. 

Efectivamente, el oficial de apellido Barboza regresó a su vehículo. Yo confundido, pero sin nada que perder realmente, coloqué mi cerveza dentro de mi morral y aguardé a que el oficial hiciera su próxima jugada. Cuando regresó a mi encuentro me mira y con un tono conciliador, casi paternal me dice: 

“Hijo, buenas noches, te detuve no por la bebida que llevabas en la mano porque sinceramente no la había visto. Te detuve porque tu cara me dijo que estabas teniendo una navidad difícil y yo quise evitarte un accidente”.

Atónito ante la percepción de Barboza y mi aparente incapacidad de disimular mi propio malestar, le confesé que en efecto, mi noche había sido cuando menos decepcionante hasta ese punto. Supongo que con ánimos de hacerme sentir mejor, me dijo que me despreocupara, que seguramente la noche se arreglaría, y luego sin más, Barboza volvió a sus funciones y yo retomé mi camino. 

Para mi sorpresa, al llegar a mi apartamento, recibí la llamada de mi buen amigo Mattia, quien gentilmente me invitó a cenar junto a él y su esposa. En absoluta incredulidad, me di una ducha y me dirigí a la casa de Mattia, con la absoluta certeza de que esta inexplicable anécdota quedaría por siempre grabada en mi memoria.

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