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paola maita
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Dos respuestas rotas

En el momento en el que salí de mi país como migrante, estaba llena de incertidumbres. Es posible que muchas de ellas sean personales y específicas a mis circunstancias. Al mismo tiempo, sé que tengo otras que comparto con todos los que alguna vez hemos emprendido la aventura de migrar. Hay dos de estas incertezas comunes en las que he pensado mucho en los últimos días.

La primera es ¿Regresaré algún día? La respuesta inconsciente es que sí, que en algún momento tendré que ir a Venezuela, sin importar si es planificado o no. Por mucho que sienta que toda mi vida en este momento está en España, aún tengo asuntos allí y no todos podré resolverlos desde la distancia.

Además, la mayoría de las personas que conozco han regresado. Parece natural, casi obligatorio. Sin embargo, cada vez que he intentado imaginarlo, siento como si la gravedad que me une al suelo donde estoy ahora se volviese más fuerte. De pronto, todo mi cuerpo se siente mucho más atado al espacio que ocupo.

Debo confesarlo: Estoy aterrada de regresar. En los últimos años me he abrazado a la idea de que he encontrado y hecho hogar dentro de mí. Ese sentimiento de hogar está profundamente atado al lugar geográfico que habito ahora, tanto así que temo alejarme y descubrir que es una fantasía.

Sé que el país del que me fui ya no existe. Esa certeza alimenta la sospecha de que he perdido la conexión con el lugar en el que nací y crecí. Sin embargo, cada vez que me he preguntado ¿Regresaré?, directamente la respuesta ha sido no puedo, no hay manera, no ahora, ni más tarde. Mejor nunca.

Conozco algunas pocas personas que piensan como yo, y sin saber sus razones, creo que les ha sucedido lo mismo que a mí: Tenemos la certeza de que volver es lo mismo que romperse, que duele más regresar que admitir que no quieres hacerlo.

La segunda incertidumbre que creo que comparto con todos los que han migrado en algún momento es ¿Volveré a ver a mi familia? Tal como sucede con la primera pregunta, la respuesta fácil, sencilla y optimista es que sí, que es una necesidad natural reencontrarte con los tuyos cuando tienes oportunidad.

Ahora, mi respuesta vuelve a alejarse de lo que creo que es la respuesta común. Si creo que no es posible regresar a un lugar, tampoco creo que es posible reencontrarte con alguien. Para mí, lo que realmente sucede cuando vuelves a coincidir físicamente, es un estar juntos, pero al mismo tiempo ves las cosas que la distancia diluye que no se pueden recuperar.

Otra confesión: Temo volver a ver a algunas personas y notar enseguida el rechazo en sus ojos hacia la persona en la que me he convertido. ¿Cómo podría después arrancarme la imagen de esa mirada de la memoria?

La posibilidad de los reencuentros y los regresos me enfrentan a las partes que se han roto dentro de mí desde el día en el que migré, a la incertidumbre de no saber si en algún momento dejarán de estar menos rotas.


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