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arturo serna
Photo by: Alexandru Paraschiv ©

Dos desconocidos en Tigre

Con los viajes a las provincias empiezo a entender en qué consiste la diversidad cultural del país. No soy propenso a defender una idea de Nación. Por eso puedo hablar de provincias, de espacios y tiempos diversos y no de patria o de alguna forma de esencialismo.

JDB es amante de los hoteles. Por teléfono me contó sobre el hotel en el que, siendo niño, se había hospedado con su padre en una callecita de la ciudad.

Empiezo, de a poco, a ejercer la amistad con JDB. Quizás por eso lo convoco, en una ocasión, para que nos veamos en uno de sus viajes a capital. Aquella vez se queda en una casona convertida en hotel boutique, en el barrio de Once, cerca de Avenida Corrientes.

Para evitar problemas, le pido que nos veamos en Tigre. Le armo un mapa del recorrido y lo espero en la estación del tren.

JDB llega agotado. Parece que en el hotelito no duerme bien. Le veo unas ojeras grandes y al principio bosteza mucho pero no le digo nada.

Caminamos juntos en silencio por la costa. Cruzamos el rio y le digo que lo mejor es hacer un paseo en lancha. JDB no se opone. Está entregado a mis planes. Me dice que juega de visitante.

Subimos a una lancha y nos bajamos en la casa de un amigo, que tiene una casita en una de las islas. El Delta es un espejo del descanso y una urdimbre de agua. Muy cerca de la urbe de cemento, los bonaerenses tenemos un lugar para ver el horizonte sin esas prolijas y abundantes jirafas de cemento.

La casa es cómoda tanto en verano como en invierno. Yo ya he estado otras veces y me siento cómodo entre sus paredes. El dueño es un poeta del río –no diré su nombre– y le ha cantado no pocas veces. Siempre cita un verso de Banchs: el tren es un anapesto de hierro que golpea la unánime paz de los campos. Eso siento en este paraje: la unánime calma del río turbio.

Para JDB todo es sorpresa y fascinación. Ni bien nos instalamos en el predio, él se acerca a la ventana y se queda un rato, como si quisiera atrapar con los ojos el fluir del agua. Mira el silencio del río como un monje.

Cierro todas las aberturas. Salgo al fondo y controlo los rincones del descampado. JDB sigue en la ventana y no advierte mis reconfiguraciones espaciales.

Apago las luces y la penumbra nos envuelve con un manto de protección buscada.

JDB sale, por un instante, de su ensimismamiento. Me pide un vaso con agua. Lo traigo. Bebe y se toma su tiempo para decir algo.

Le pregunto si ha podido averiguar algo más de la lucha entre los católicos extremistas y los militantes anarquistas en el norte. Le cuento que alguna vez leí sobre la relación entre los militares y la pasión por el ocultismo y la criptografía.

JBD está al tanto y manifiesta un gran interés en el tema. Me dice que en Tucumán los militares son propensos al ocultismo y a esas prácticas irracionales, como en el resto del país. Dice que no es ninguna novedad que los militares crean en esas cosas. Ellos tienden a llevar adelante planes de guerra guiados menos por la razón que por la fuerza ciega de la revelación y por la idea de destino. Los brujos no hacen otra cosa que guiarlos con una linterna falsa a través de la noche de la historia. Nuestros militares están convencidos, asegura, de que la luz viene de Dios y de la patria ennoblecida por la virgen.

Digo que tengo información de que en Tucumán hay un grupo muy activo, de derecha, que defiende algunas cosas impresentables.

JDB salta en el sillón. Súbitamente recuerda algo. Dice que por esos días la universidad católica festeja un aniversario.

Le digo que decir universidad católica es un oxímoron y pido perdón por usar un vocabulario ligado, injustamente, al viejo ciego. JDB no puede no reírse. Me dice que soy un rebelde sin causa, que Borges es nuestro insigne poeta nacional.

Mi comentario sigue con una idea que sostienen humanistas de distintos lugares. Sostengo que es imposible unir la libertad del conocimiento crítico con la oscuridad que implica la fe católica. ¿Cómo se puede confiar en el espíritu crítico de un cura? El cura parte de un dogma y su pensamiento tiene un límite: Dios. Dios le dice lo que está bien y lo que está mal. El cura no cuestiona a Dios. Y no puede cuestionar lo que pasa en el mundo, ese mundo que se deriva de Dios.

Agrego que los militares son, por definición, católicos. Es raro ver uno ateo. Un militar que es ateo se opone al ardid castrense pero al final acata la orden del superior. La orden es matar a un negrito de la villa. El negrito es ladrón y ateo, anti iglesia y los militares no soportan que alguien no crea en la virgen.

JDB se ríe a carcajadas. Dice que estoy simplificando las cosas, que en el norte casi nadie es ateo y que profesar el ateísmo es otra forma de dogmatismo. Él se lleva mejor con los agnósticos que con los ateos.

Me levanto del sillón y me acerco a la ventana. Dejo que el agua aquiete mi ánimo.

Giro mi cabeza y le digo que debemos dinamitar las universidades católicas. Le hacen daño al país. Le explico que estoy en contacto con una célula anarquista que pone bombas. Lo mejor es moverse según la lógica de la conspiración.

JDB se levanta del sillón y me muestra la foto de un cura. Tiene la cara redonda y lleva anteojos. No sé quién es.

JDB gira y regresa al sillón. Trae otra foto. La tomo en mis manos. Dice que es la misma persona.

Digo que es imposible.

Acerco la foto. Tiene la cara flaca y no lleva anteojos. Recapacito. Le digo que sí, que tiene razón.

Según JDB, es el padre Fosbery, un fanático que entregó gente durante la dictadura. Hizo listas de guerrilleros y logró que los milicos los eliminen como a cucarachas. Además, es el fundador de una universidad y una liga de colegios católicos que defienden las dos vidas y que rechazan la homosexualidad. Ven a los gays como enfermos o animales. Pero lo mejor es que en la secta de Fosbery hay curas, maestros, mujeres de alma buena y militares torturadores. Todos piensan lo mismo: el mal del país son los guerrilleros y los que defienden a los pobres. Fosbery y su banda están convencidos de que el único bien emana de Dios y que Dios es el único que puede rearmar la familia y la patria.

Hace una pausa. Lo noto cansado, nervioso. Dice que no le gusta nada el curita y que en Tucumán lo veneran y lo defienden. Para JDB, el curita implica un claro desprestigio para la provincia. Aclara que su poder no solo no ha disminuido sino que es visto hoy como un héroe, el fundador de una legión y un adelantado de la causa anti aborto.

Sonrío. JDB sabe lo que pienso de todo eso.

Señalo el espacio estrecho de la cocina. Le comento que vamos a comer algo rico y autóctono, hecho con pescado fresco. El dueño de casa ha dejado todo listo en la heladera. Enciendo las luces. El amarillo intenso, súbito, choca en los ojos de JDB y pega un grito. Luego se distiende.

Al rato, sirvo los platos. La noche avanza en el ulular del monte. La comida es acompañada con un buen vino. Salgo al patio exterior y reviso los alrededores, enciendo un cigarro. El humo se enreda en la neblina fría que empieza a salir del agua negra.

Desde afuera, le digo que necesito el cigarrillo para dormir bien. JDB no responde. Estoy casi seguro de que se ha ido a la cocina. Está preparando un te nocturno, ese que suele tomar antes de entregarse al sueño.


Photo by: Alexandru Paraschiv ©

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