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daniel campos
viceversa

Dos caminatas con Dorita por Antigua

 

Caminata nocturna

Apenas llegamos de Ciudad de Guatemala, salimos a recorrer las calles empedradas de Antigua, corazón de la Centroamérica colonial. La ciudad parece vacía. Es casi media noche a mitad de semana y ha sido feriado por el Día de la Asunción. No se ve un alma, lo que no quiere decir que no haya alguna acompañándonos. He estado leyendo Leyendas de Guatemala de Miguel Ángel Asturias, por lo que se me ocurre que podríamos toparnos con el Cadejo o la Tatuana. Me río de mi ocurrencia pero luego vuelvo a ver hacia atrás por si acaso. Solo atisbo una larga avenida vacía y taciturna, iluminada por la luz amarilla y tenue de los faroles de cristal enmarcado en hierro. Y sin embargo con nosotros pasea un alma amorosa, lo siento.

Continuamos nuestra caminata y recojo impresiones. Coloridos frentes de casas coloniales con grandes puertas de madera, a menudo reforzadas con marcos de hierro. Más allá del umbral de una puerta abierta, un enorme patio interior rodeado de corredores cubiertos por amplios aleros. Ventanales con verjas de hierro forjado o madera torneada. Geranios despidiendo su aroma desde los balcones y las cornisas de las altas ventanas. Largas tapias blancas con techitos de teja. Un bello arco tendido sobre la avenida principal, coronado por una torre cuyo reloj se ha detenido recién pasadas las ocho horas. Iglesias con naves en ruinas tras fachadas que luchan por mantenerse en pie. Plaza central rodeada de catedral, ayuntamiento y antiguas casas convertidas en tiendas y cafés. Todo cerrado. Al sur, el Volcán de Agua. Sobre éste, en noche despejada, la Cruz del Sur.

 

Caminata diurna

Al despertarnos, subimos a la azotea de la casa donde nos albergamos. Ante nosotros en la distancia se eleva el cono del coloso de Agua, de verdes laderas. Es imponente. Inspira respeto. Desayunamos con tortillas recién palmeadas y café muy negro en la terraza junto al patio interior de la casa. De la fuente del patio brota agua diáfana y fresca. El murmullo del agua relaja. Es como si la misma alma bondadosa de anoche nos saludara por la mañana.

Habiendo iniciado el día en paz, salimos a caminar. La ciudad ha despertado. Por las calles brillantes bajo el sol caminan lugareños y turistas, la mayoría europeos. Prima el comercio: tiendas de joyas, artesanías y textiles, cafés, restaurantes, bancos, farmacias, mercados. Por las plazas y aceras, observamos muchas vendedoras, mujeres mayas ofreciendo chalinas, caminitos de mesa, cubrecamas y abrigos en diversidad de colores, patrones y texturas. Ellas mismas llevan puestas sus vestimentas tradicionales de tejidos coloridos.

Mientras disfrutamos de todas las sensaciones que el entorno nos regala, conversamos sobre mi abuela Dora. Su hermana Estrella se mudó de San José a Guatemala en los años sesenta. Fueron siempre muy unidas por lo que Dorita solía visitarla por largas temporadas cuando podía viajar a Guatemala. Le encantaba venir a Santiago de los Caballeros, la Antigua, caminar por estas mismas calles empedradas, disfrutar de la culinaria a base de maíz y comprar regalos para toda nuestra familia. Regresaba siempre con caminitos, manteles, cortinas, joyitas y demás. Todos conservamos algún recuerdo de Dorita en Antigua. En nuestra propia casa, me recuerda Lia, su nuera y mi compañera de viaje, hay un mantel finísimo de telares guatemaltecos, regalo suyo, que ya tiene más de cuarenta años y continúa impecable para embellecer la mesa en nuestras mejores cenas, las más significativas.

Imagino entonces a Dorita paseando por estos mismos recovecos, siempre tan elegante y delicada, junto con su hermana Estrellita. Y ahora, mientras Lia compra para mis hermanas unas piezas de jade muy bien talladas, engarzadas en lunas y soles de plata, yo siento que Dorita nos ha acompañado en nuestras caminatas. La visualizo con sus rizos plateados, sus ojos verdes, su tez blanca, su nariz recta y distinguida, su sonrisa tierna. Es de ella el alma que nos ha rodeado, que ha vuelto a recorrer con nosotros estas calles y plazas coloniales. Al menos así lo siente mi corazón.


Photo Credits: Fernando Reyes Palencia ©

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