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daniel campos
Photo by: Caroline Gagné ©

Dos atardeceres veraniegos

¿Cuántas sensaciones podemos experimentar entre dos atardeceres veraniegos? ¿Cuántas emociones nos pueden estremecer? ¿Cuántos sentimientos pueden brotar?

La visité un miércoles en el tranquilo pueblo de Escobal. Al llegar reconocí la antigua estación del tren al Pacífico, un recuerdo de mis viajes de infancia a Puntarenas. Para desayunar me ofreció omelette, pan casero, focaccia, café negro, fresco de mango y hospitalidad.

Fuimos a caminar por el bosque, cuidándonos de no tropezar con una terciopelo. Sentíamos el calor creciente y percibíamos el entorno seco. Las aves guardaban silencio y escuchaban el bullicio de las chicharras. En un claro del bosque, nos sentamos a conversar frente a frente. Admiré sus rizos de leona y ojos gatos.

Para refrescarnos tras la caminata, visitamos un río en el corazón de la montaña. Avanzamos cauce arriba saltando por las enormes rocas de la ribera. Nadamos en pozas refrescantes y diáfanas. Dejamos que el chorro de una cascada nos masajeara. Observamos reptiles, aves y flora. Conversamos. Reímos. Atisbé un brillo en sus ojos. Los míos cintilaban.

El tiempo fluyó como las aguas. Salimos del río al final de la tarde. Subimos la montaña y desde una cima observamos el crepúsculo. El sol naranja se sumergió en el Pacífico, dejando un rastro de arreboles en el horizonte.

Disfrutamos la calidez del anochecer tropical. Continuamos conversando. Nos miramos. Nos sentimos. Nos acercamos.

Después de despedirnos pasé la noche observando estrellas sobre el territorio agreste de Tárcoles. La Cruz del Sur me parecía más plena y brillante. Las voces nocturnas, más dulces y melodiosas.

Debido a mi desvelada delirante, pasé el día siguiente dormitando en la hamaca. Por momentos escuchaba los chillidos de las urracas copetonas y lapas rojas y abría los ojos para observarlas. Los cerraba de nuevo para disfrutar el alucinante estado entre el sueño y el ensueño.

Al final de la tarde nos mensajeamos. “¿Querés ver el atardecer en Caldera?” Vamos. Conduje con los sentidos afinados y el cuerpo palpitante.

Nos encontramos en la playa, cerca del puerto. Gozamos nuestra proximidad mientras el sol dorado se ocultaba a través del golfo, más allá de los cerros azules de la Península de Nicoya. Admiramos los tonos violeta del cielo.

Queríamos seguir juntos así que fuimos a la mejor cevichería de Caldera. Mientras disfrutábamos un ceviche de pescado fresco con una cerveza fría, ideamos una gira al Sur. Nuestras imaginaciones empezaron a viajar. Nuestros seres, a vibrar.


Photo by: Caroline Gagné ©

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